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Lejos de África

Urgimos de historias hermosas, de narraciones donde triunfa lo más noble que habita al humano. La historia positiva, aleccionadora es inherente al reto y a la superación humana, pero no a la desesperanza y al triunfo de la naturaleza egoísta. No importa que el aventurero se estrelle con la avioneta, si antes de calentar los motores de su último despegue le ha guiado el amor y el ansia de libertad.

No me costó sumar excusas varias, para tranquilizar mi conciencia y clavarme en el sofá delante de "Memorias de Africa" (“Out of Africa”). A mi favor, una terrible lluvia el domingo por la tarde terminaba por justificar el placer de brillante película de aventura, amor y desapego.

La muerte de un gran artista tiene “la virtualidad” de volvernos a acercar su obra. El recién partido Sydney Pollack produjo y dirigió, entre otras, esta obra de arte que le llevó a tocar el cielo de Hollywood y que televisión española reponía en su programación.

Me permití, genial invento del mando a distancia en la mano, ver escenas a mi antojo. Lo confieso: no vi cuando la primera guerra mundial alcanza a Kenia, ni cuando el marido la engaña, tampoco cuando le contagia la sífilis, ni cuando las llamas se llevan la cosecha de café… Todo eso ya lo había visto, ya lo conocía.

Vi los primeros y sutiles guiños entre Robert Redford y Maryl Streep. Vi cuando el amor acaba por explotar tras la gasa de la mosquitera, cuando ella le mantiene despierto a la luz del fuego con maravillosas historias hasta el amanecer. Vi cuando él la corresponde con una estilográfica para que escriba sus cuentos (“Aquí pagamos a los que nos cuentan cuentos…”), cuando la obsequia también una brújula para que ella no se pierda en medio de una geografía desconocida e inmensa, cuando le pone gramófono en su porche para amenizar su soledad africana. Vi cuando la invita al safari, cuando le lava el pelo en el campamento y la termina conquistando. Vi cuando se lanzan en avión por encima de la sabana, cuando se toman de la mano y sellan su unión allí arriba entre los cielos…

No vi cuando brota el desamor, cuando acecha la sombra de los celos… Me sorprendí a mí mismo viendo sólo lo que me agradaba. Los “cuentos son gratis” como dice la baronesa y nosotros los administramos. Cierto que la existencia es indivisible. Cierto que va todo junto en el kit de la vida, cierto también que cada quien decide en su particular pantalla su propia programación.

En nuestra mente podemos recrear una realidad superior a cada instante. Nadie nos obliga a proyectar la sombra sobre nuestros pensamientos. Podemos editar y reeditar historias de auténtico amor y solidaridad humana en la pared en blanco de nuestra imaginación. No nos referimos al amor egoísta, blando, emocionado del telefolletín, sino al amor genuino y desapegado que se concreta en compromiso, fidelidad y entrega.

Nuestros días ya encierran suficientes dosis de oscuridad para que debamos revivirlas. El egoísmo y la maldad no tienen porque manifestarse en el acto de la creación o el ocio. Las pantallas son espacio virgen y nosotros gobernamos mando, teclado y ratón. Nos asiste la libertad, el lujo de editar en nuestra mente lo que queremos ver, de prescindir de aquello que ya no deseamos en nuestras vidas, ni siquiera en nuestros monitores.

“Yo tenía una granja en África…” arranca ella en su soliloquio. Un amor desbordante puja por ser puro y sin amarres en medio de una naturaleza también pura y exuberante. Urgimos de historias hermosas, de narraciones donde triunfa lo más noble que habita al humano. La historia positiva, aleccionadora es inherente al reto y a la superación humana, pero no a la desesperanza y al triunfo de la naturaleza egoísta. No importa que el aventurero se estrelle con la avioneta, si antes de calentar los motores de su último despegue le ha guiado el amor y la libertad. Al fin y al cabo, él ya lo había advertido antes, en la primera velada: “No hay nada malo en arriesgarse…”

La vida nos azota en estos tiempos de cambios y reajustes, de duros safaris por nuestras particulares sabanas, en estos tiempos de graduación y prueba, porque la Vida nos quiere con ella, no con nuestros lastres y apegos, con ella para poder volar alto y libres sobre un paisaje único. Por nada del mundo perdamos la fe en medio de esta hora esperanzadora, al tiempo que difícil y convulsa para todos/as. Por nada del mudo perdamos la esperanza de que todo cuanto nos ocurre es para nuestro bien. No perdamos la fe de que estamos absolutamente en las manos de Dios, de que las pruebas, las batallas internas que nos semejan titánicas son tal cual las diseñamos, al pedir cuerpo para caminar por esta bendita tierra. “Quizás la tierra fue creada redonda, para que no podamos ver el final del camino…” le suelta él con el regalo de la brújula.

A través del Dios del amor que ha creado el mundo, podemos hacer mucho bien, podemos atender todos los retos que se nos presenten. ¿Fuera de África, de este mundo difícil, sabremos nosotros también relatar vivencia de servicio generoso, de entrega verdadera ante alguna chimenea sin humo? ¿Algún día haremos memoria y nos llegará la nostalgia al recordar nuestro periplo en la tierra?

Ella desde la Dinamarca cubierta de blanco evocaba los colores de África. ¿Nosotros también desde nuestra celeste atalaya recordaremos los colores encendidos de este mundo sin par? Seguramente no divisaremos las duras pruebas, sino el gozo de haber paseado y crecido juntos en este bendito planeta. Lo deja claro el protagonista: “Aquí no somos propietarios, sólo estamos de paso…”

Gracias Sydney Pollack por esta historia de amor sólido y sincero, al tiempo que todavía humano. Para ti ese poema epitafio de Alfred. E. Housman que pusiste en boca de la baronesa ante la tumba de su amado, en ese collado universal que ya es un poco de todos: “Sabio aquél que sabe escapar pronto allí donde la gloria no perdura. Pues, aunque pronto crece el laurel, mucho antes que la rosa se marchita...”

 
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