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El sol de la hermandad

Dice la tradición oculta hasta nuestros días, que hay una Hermandad interna, que guía a la humanidad hacia una hermandad externa. Los vínculos establecidos entre esos grandes seres serían mucho más fuertes que los que conocemos como de hermandad de sangre. Para comenzar a formar parte de esa primera y selecta comunidad es preciso sacrificar la identidad, estar dispuestos a trabajar de incógnito, “sin recibir recompensa alguna, excepto la recompensa de las almas salvadas, de las vidas reconstruidas y de la humanidad que ha sido llevada adelante en el Sendero de Retorno.”

Es ese anhelo de unidad el que nos lleva intrigados a la puerta de los Maestros. La respuesta vendrá devuelta en clave de desafío. El Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov plantea así ese reto inexcusable: “La fraternidad debe ser formada por el impulso espontáneo de las almas que se unen… La vida individual debe preparar las condiciones para la vida colectiva, para la vida cósmica, universal.”

Pocas dudas hay de que el espíritu de división es el responsable de las desgracias humanas. Añade el mismo Maestro: “Nunca se transformará el mundo si cada uno permanece aislado, en su rincón”. Seguidamente nos insta a crear una alianza ancha y poderosa capaz de manifestar los reinos superiores de armonía y de paz en la Tierra.

No caminamos solos hacia el sol de la hermandad. “No hay prisa ni apremio. Sin embargo, no hay tiempo que perder.” El ideal de la fraternidad humana, indisolublemente ligado al de filiación divina, no es un sueño de los místicos, es el destino evolutivo humano. Acudimos de nuevo al Maestro búlgaro para aclarar que, en realidad, la conciencia humana se despierta cuando se manifiesta en nosotros/as la sensibilidad a las nociones de universalidad. “Esta facultad le permite al humano sentir que los demás y él mismo están estrechamente conectados, como las diferentes partes de un organismo.”

Hubo momentos en nuestra historia en los que el fuego de la hermandad por encima de los credos, las razas y las clases casi se apaga, convertido en apenas un rescoldo. Hombres y mujeres en grupos minoritarios y perseguidos lo mantuvieron vivo en todas las latitudes. Sin embargo ese ideal supremo, susurrado hasta nuestro días de boca a oído, ha encontrado en Internet y las nuevas tecnologías la herramienta prometida, imprescindible para su expansión.

Creemos profundamente en este ideal que da sentido a nuestras vidas y que ahora con todos los adelantos en la comunicación y el transporte, con los vínculos que posibilita la era digital, progresa como nunca hasta el presente. Bajo las acampadas de estos días, tras las redes que aquí y allí, en uno y otro ámbito de la actividad humana, tratamos de desplegar, está ese alto ideal. Los slogans y consignas de los “indignados” y de la reciente “spanish revolution”, acarician en realidad este mismo y eterno principio cósmico.

El impulso, la fuerza, el apoyo superior en el avance del sentimiento de hermandad son universales. Ahora bien, cada quien atesora sus propias vivencias que le han conducido abrazar firmemente ese supremo ideal:

Si no hubieran resonado aquellas melodías sublimes, si no hubiéramos compartido esos instantes únicos, si no hubieran asomado las lágrimas con los abrazos. Si no hubieran hablado esas miradas claras, esas sonrisas tocadas de infinito…

Si no hubiéramos orado con el imán y el judío, si no hubiéramos callado con el budista y el sufí, si no hubiéramos danzado con el cristiano y el hindú… Si no se hubieran acercado esas monjas, con sus pies ancianos y desnudos entre el rocío de la mañana, hasta la llama ardiente de la unidad, podríamos olvidarnos de este empeño.

Si no hubieran partido aquellos héroes y conminado al relevo. Si no hubiéramos apurado juntos en puro gozo el último mendrugo. Si no hubiéramos compartido noches sobre el asfalto, sobre la hojarasca, bajo cielos infinitos. Si no nos hubiéramos agolpado en la misma proa tras una Itaca siempre invisible…, podría haber otro anhelo. Pero ahora es tarde. Ya no hay otro norte, otra divisa, que el sol de la hermandad allí donde nos encontremos.

El susurro nos alcanzó cuando el horizonte tragaba el último rayo. Vendrán caídas y golpes, pero seguiremos sembrando. Vendrán borrascas que no buscamos y seguiremos cantando. La culpa es de esos hermanos que lo dieron todo, la culpa es de esa Sangre que no dudó en derramarse por el bien ajeno. La culpa es de ese Cielo que se desplomó cuando alcanzábamos el acantilado.

La culpa es de cuando corrimos y caímos juntos, de cuando nos metieron en las mismas mazmorras, de cuando compartimos los mismos versos y tragos, de cuando nos pillaron con los mismos papeles prohibidos. La culpa es del mismo éxtasis, de los mismos océanos, de los mismos atardeceres que empañaron nuestras miradas. Ahora ya no hay otra salida, otro destino. No hay otra luminaria, que reconstruir la tierra de hermanos.

Ya no hay sucedáneo, ya no hay engaño desde que las flores perfumaron las trincheras. No hay engaño desde que los brazos apretaron las espaldas y las mejillas unieron destinos. Apenas sabemos nada, apenas de dónde venimos, apenas nos han confesado a dónde vamos. Olvida las emboscadas y borrascas. Olvida el eco de los silencios cómplices. Olvida las úlceras y sus aledaños. Pero jamás olvides la palabra dada. Duerme con las lealtades, amanece con los compromisos. Vamos hacia la tierra pura, hacia la tierra de nadie, hacia la tierra de hermanos. Vamos hacia esos círculos, hacia esos cantos que vibrarán eternamente, hacia esa dicha, hacia esa unión diversa que no conocerá nunca fin.

Por más que quisiéramos, ya no conspiramos en contra de nada. No acampamos a la espera de nuevas promesas. Ya no hay ninguna carga policial que nos salve. El adversario sobre todo mora y medra dentro. Ya no tumbamos gobiernos, ni asaltamos palacios. Nuestras células, nuestras redes no vuelan octavillas. La misma Luz que nos ciega, nos impide descansar en ese asfalto.

Estamos a las órdenes de Lo que no tiene nombre, de Quien apenas nos susurró sus Planes. Los Guías apenas abren los labios. Vamos tras una gloria que no aparece en ningún mapa. Vamos tras una tierra que nunca nos mostraron, tras otros colores que no fulgieron, tras una piel que no acariciamos. Vamos tras cantos que nunca oímos, tras una fraternidad que ni siquiera soñamos. Pero lo último que se nos ocurriría , es la entrega de esas botas gastadas, la deserción de esas filas, la baja de esa alianza de eternidad…

 
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