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La Madre Naturaleza y las Leyes Divinas.

El ya poderoso sol de la primavera animaba al estudio a cielo abierto. Al final de la semana aguardaba el seminario sobre las Leyes Divinas. Marchó con los manuales y apuntes al campo. El libro más ancho, deslumbrante y colorido de la naturaleza invitaba sin embargo a cerrar los libros más reducidos de tinta y papel. ¿Qué podían expresar esos manuales que no estuviera recogido de forma indeleble en el lienzo infinito de la Vida, en las piedras y semillas, en los animales e insectos, en las plantas y los árboles…? Seguramente las Leyes moraban más fuera, que dentro de la letra impresa. “La Ley del amor y de la solidaridad universal apenas tiene quien la lea en los libros de teorías. Se expresan en toda su generosidad en los frutos, las flores, la magia, el encanto, la vida…,” pensó para sí. “¿Por qué no llegarse al centro del círculo cargando con el viento el sol y los ríos, por qué no acudir al seminario con olor a selva, con las conchas de los mares, con la nieve de las montañas…? ¿Por qué no acercarse a la cita con los mimbres rebosando de manzanas, naranjas y limones? Ellos hablarían de la Ley del amor, de la analogía, de la evolución, de la causa y efecto… Las Leyes no se leen, se aprenden comiendo una papaya, escalando una cima, o surfeando una ola…” apuntaba en su cuaderno.

“Simplemente comprender que cada instante es un regalo, simplemente agradecer cada latido. Las Leyes se aprenden con el constante rendimiento. Calan así bien dentro y después no hay quien las saque de las entrañas. Seguramente habrá que cerrar los libros y ponerse a sudar los caminos…” rezaban sus apuntes, mientras que el Kybalión permanecía callado, bien guardado en la mochila. Prefirió contemplar, respirar, escuchar, tratar de resonar en su interior los Principios Universales que ordenara el tres veces grande, Hermes Trimegistro.

El sol acariciaba sus párpados después de tanto tiempo ocultándose. El radiante astro no ponía ninguna hucha para poder prolongar el gozo en sus ojos, en su rostro. Los pájaros le envolvían en una sublime melodía, pero no dejaron de cantar porque tenía el monedero vacío. Las huertas que le rodeaban no preguntarían a la hora de cosechar el fruto, si fue el recolector quien antes gastó el filo de la azada. La suave brisa marchó también con él monte abajo, sin cobrarle por su refrescante compañía. No había ninguna máquina de ticket por respirar prana puro, ni por disfrutar aquel sobrecogedor espectáculo…

“Absolutamente toda la Vida está sostenida por la Ley del Amor y la solidaridad universal, pero nosotros cuestionamos la Vida poniendo precio a cuanto nos presenta. Amurallamos las tierras, embotellamos las aguas… Si lo pudiéramos atrapar, venderíamos hasta el aire. Toda la Creación se otorga a cada instante en desbordante abundancia y sin embargo nosotros/as nos resistimos a seguir sus pasos. Todo tiene precio y el humano sigue compitiendo, sigue peleándose por cuanto es de todos y no es de nadie al mismo tiempo.

Los ‘espirituales’ nos situamos a menudo a la zaga en el aprendizaje de la Ley, pues añadimos plusvalía a lo que no se ve, ni se toca. Las herramientas de crecimiento, las claves para el desarrollo…, se suben a las nubes, olvidando que la Vida no pone precio a la sabiduría que por doquier desgrana. ¿No será la Voluntad de Dios que actuemos como la Creación, que todo sea “free”…? “Free” los abrazos, los encuentros, los frutos, los futuros… “Free” la ternura, el arte, la música, el canto … La ascensión planetaria no sería un subidón de energía colectiva, sino un cartel que rezaría “free” por todas partes. La era de acuario no serían millones de seres iluminando al unísono sus “chacras”, sino esos mismos millones, colaborando y compartiendo, por supuesto silencios, por supuesto “mantrams”, pero también lechugas, tomates, software, poesía, danza…

Ayer creábamos los burgos porque necesitábamos un espacio de encuentro para comerciar, para intercambiar los primeros excedentes de nuestros campos. Ya hemos cantado las excelencias de nuestros productos en todas las lenguas, comercializado con todas las monedas, ya hemos especulado en todas las plazas y mercados… Ya hemos vendido todo lo que teníamos que vender. ¿Se acercará ya el tiempo del “totally free” de regalar, de darnos por entero…, se acercará ya la oportunidad de hacer carne la Ley suprema de la Solidaridad Universal? ¿Llegará la hora de borrar los precios, de quitar las etiquetas, de volcarnos en el prójimo, en la vida que late por doquier…? ¿Estará cercano el día en que este planeta bendito vuelva a ser la tierra del amor fraterno, el Reino de Dios por fin hecho realidad…?”

Monte abajo se acumulan los interrogantes, se empieza a cerrar el libro inconmensurable de la Naturaleza. En casa, entre los numerosos volúmenes de las estancias, algunos le hablarían de la Voluntad de Dios hecha Ley…, pero todas esos Principios superiores los revelaba en realidad allí arriba, mejor que nada, la flor que despertaba, el viento que volaba las semillas, el pájaro que cantaba y las recogía en su pico… El camino se llenaba del polen blanco de los álamos. Abrir sí, el recuerdo de esa alfombra de polvillo fecundante, de esa sutil magia que tapizaba los caminos aún algo embarrados. Seguramente ya no más dejarse los ojos en los manuales y apuntes, sino en el Libro puro, fascinante y majestuoso de la sagrada Madre Naturaleza.

 
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