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Cierto, sexo con alma

Seguramente el denostado obispo abrigaba su considerable cuota de razón. Seguramente nos incomoda que la cabal amonestación venga de donde viene, pero quizás fuera cierto que el placer no era el norte. Quizás la vida no era esa búsqueda desesperada de gozo físico. Nuestra presencia en la tierra tenía un sentido más profundo. No está mal levantar la alarma, aunque el vocero del peligro porte báculo y mitra y en el marco de nuestra diócesis donostiarra mermé tantas libertades. El polémico “Sexo con alma y cuerpo” (Ed. Freshbook) ha sido escrito por el obispo José Ignacio Munilla en colaboración con la "seglar consagrada, especializada en la educación afectivo-sexual, Begoña Ruiz”. Muchos medios han llevado a sus portadas la noticia de su publicación con un tono de hilaridad
Mientras que las sombras de Grey llegan hasta el último cine de barrio, los consejos sobre el sexo del obispo y su colaboradora pueden ser muy respetables y dignos de atención. Las sombras del placer descontrolado inundan todas las pantallas y sin embargo pocas alarmas se levantan.

Valiente es pues cualquier voz que vincule indisolublemente la sexualidad al amor, vista de civil o alzacuellos, túnica oscura o de azafrán. Valiente es el cuestionamiento de la masturbación, e incluso del uso habitual de los anticoneptivos. Tanto bombardeo nos llegó a confundir y erramos. Entronizamos el placer y olvidamos que aquí estábamos para otra cosa. El gozo estaba en el camino, a la vera, pero que no era norte. El placer venía por añadidura, era obsequio no objetivo. No debería molestarnos que se nos lo recordara, aunque el aviso venga de la iglesia más recalcitrante.

El obispo habla de castidad, si embargo la palabra acerca su matiz de autorrepresión. Preferimos la palabra “pureza” en cuanto que implica un valor que se conquista, no sólo una pulsión que se apaga. La disparan de todos los lados. ¿Puede haber palabra más hundida y a la vez más necesaria que la "pureza"? ¿Puede haber valor más olvidado y a la vez más urgido? Inundar nuestras vidas de un amor crecientemente puro, generoso, desapegado no tiene porque ser una consigna privativa de los fieles a Rouco. Los valores universales pueden bien coincidir con los postulados de una tradición religiosa concreta, pero no son dominio de éstas. Los valores universales están llamados a reinar por encima de nuestros credos.

Pureza no es sinónimo de represión, sino de sublimación. Sublimar para amar más y mejor, para entregarse por entero. La ofrenda de la pureza puede ir unida al abrazo de un amor impersonal, creciente, desbordante. La pureza puede ser también representar noble causa de la pareja, cuando ésta se propone que su ternura, que su amor desborde su círculo e inunde la tierra. Nunca el bombardeo fue tan grande, nunca nos vimos sometidos a un reclamo tan constante y omnidireccional para olvidarnos de la pureza y de todo los que ella comporta. Aún estamos a tiempo. Decidimos encarnar aquí y ahora en medio de este fuego cruzado que encendería nuestra más baja naturaleza. Las conquistas internas nunca se regalan.

El progreso humano hacia una sexualidad cada vez más pura y sagrada, menos desenfrenada y animal, irá dejando por el camino las gomas y la química que impiden la concepción, por más que lo que había que impedir no era tanto la concepción, sino el derroche seminal. Al día de hoy ojalá sin embargo los/as misioneros/as valientes del África profunda sigan repartiendo condones entre su feligresía. Con respecto al onanismo, ocurriría otro tanto. La mano era para ayudar al prójimo, no para cerrarse y agitar el autoplacer. No deberíamos derrochar el fluido que crea la vida, pues esa energía tan sagrada y poderosa es capaz de alentar bien nueva criatura, bien maravillosas obras. En el fondo el debate sobre la sexualidad es una reflexión sobre el sentido último de la existencia. ¿Estamos aquí para nuestro propio beneficio o para el beneficio de lo colectivo, para el progreso de la Vida Una?

Sí en esto, creemos humildemente que tiene su razón el obispo de Donostia: sexo con alma, o lo que es lo mismo sexo con ternura, con compromiso y responsabilidad. Hablamos del ritual del amor que se desborda en donación, en ofrenda, no en autoplacer descontrolado. No nos referimos a la moral particular de una creencia, no hablamos sólo de la homilía o del libro de un obispo controvertido; nos referimos fundamentalmente a una ética universal. Nos referimos a la Inmaculada sin tiempo, ni geografía, al valor de la belleza inmarcesible, que nos aguarda allí arriba en las alturas, a la figura sublime, a la Virgen de inmortal abrazo que reclama nuestras renuncias, como única ofrenda. ¿Por qué no recuperar hoy los más elevados modelos y arquetipos? ¿Por qué dejar olvidados entre la niebla algodonada de la leyenda los más preciados ideales, mientras aquí nos va ganando una civilización materialista y desnortada...? Nadie se incomode si un obispo conservador, a su forma, con sus métodos y lenguaje, también nos lo recuerda.

 
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