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No más sangre en el coso

La tradición no es un valor absoluto, sino relativo. Hay costumbres que urgen ser revisadas, ya que no se ajustan al valor superior y cada vez más universal de respeto a toda suerte de vida. Este principio es sostenido por cada vez más amplios sectores de la ciudadanía que nos hallamos comprometidos con la defensa de todo ser que siente una piel, en el que palpita un corazón, en el que pulsa un aliento…

Sangrar, torturar y matar al toro en medio del júbilo de la multitud es una de esas costumbres que reclama sin dilación un cuestionamiento, so pena que futuras generaciones nos achaquen, con razón, su permisividad en nuestros días. Por ello no podemos por menos que apoyar decididamente la valiente opinión manifestada por la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, en el sentido de proponer la prohibición de matar al toro en las corridas y de reducir “gradualmente” la crueldad de esta fiesta.

Éticamente es preciso cuestionar este incomprensible deleite fundamentado en un dolor ajeno. No hay tradición, no hay ocio que pueda soslayar el gratuito sufrimiento infligido a los animales. Si las corridas de toros constituyen una de las más acusadas señas de identidad de la ciudadanía del Estado, preferimos hablar de crisis identitaria, antes que de materia intocable.

Queremos manifestar públicamente nuestra satisfacción, puesto que por fin encontramos políticos sensibles al reclamo de un creciente número de ciudadanos a favor de la abolición del dolor del animal en la cita taurina.

No libramos batalla contra la “fiesta nacional”, sino a favor de la vida y el respeto al animal. Se trata de elevar nuestros días, nuestras fiestas y costumbres…, de poner en entredicho un ocio que ya no se ubica en nuestros días. No puede perdurar por siempre ese entretenimiento basado en el goteo incesante de sangre sobre la arena. En el futuro ya no se sostendrá una diversión que encierre tanto sufrimiento para nuestros hermanos los animales. Las jóvenes generaciones, educadas ya en valores más elevados, no llenaran más cosos. Buscarán la diversión juntos, en compañía del animal, no más a costa de su tormento.

Estas líneas no van contra nadie, pero sí es preciso que sepan los defensores de las corridas que algo de esas banderillas, lanzas y espadas que se clavan en el toro, penetran también nuestra alma solidaria con todas las criaturas vivientes.

No objetamos el toreo sin metal. No hay “singular arte”, ni heroicidad, arma en mano ante el animal acorralado. Está bien medirse con el animal, poder incluso compartir con el toro círculo bajo las gradas, redondo escenario en el que sólo haya un invitado excluido: el sufrimiento. Sobra el metal, el acero siempre a destiempo, siempre oxidado. Lo que está de más es el coso enrojecido.

Bienvenida sea la capa roja. Bienvenidos sean los desafíos de valor. Bienvenido ese eterno forcejeo, ese sentir cercano el jadeo intimidante del animal que aún llevamos dentro, lo que sobra es la banderilla sañuda, la espada escondida, la herida inclemente, la muerte gratuita… Está bien esa cita en la arena entre la fuerza salvaje y la destreza, entre lo primigenio y el talento; esa apuesta entre las cuatro y los dos patas; lo que sobra es esa encerrona mortal, ese duelo trampeado, ese jaleo público de la agonía…

Corramos ocios que no desemboquen en agonía del rumiante, salgamos al paso del animal que fuimos con el pecho desnudo, sin filo a la espalda, sin filo al viento… Lleguen veranos sin sangre de toro, veranos de arenas brillantes, de cosos no mancillados… Llegue otra casta de héroes sin medallas de orejas y rabos. Callen los aplausos al toro asaeteado. Inauguremos en medio del invierno, veranos y fiestas en que los animales vuelven a ser hermanos.

 
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