Política y paz | Una sola humanidad | Espiritualidad | Sociedad | Tierra sagrada

Nueva tierra de hermanos

Cuarta crónica desde el Caribe  
Ella no puso objeción a que tomara, casi al asalto, su espacio reservado donde cuelgan pesados pucheros y sartenes de bronce, donde junto al fuego se reúnen toda suerte de hierbas tropicales. Me recibió amable en la cocina en la que nos preparaba tantas delicias del país. Poco aprendería ella de mi sencillo y universal arroz integral con verduras, de este plato de batalla y sin misterio. Otra cosa fue lo que la cocinera de la casa me mostraría mí… Pude saber de las proporciones dominicanas del guacamole, descubrir que el “jugo” de papaya no era un simple triturar de la fruta. Me mostró las más diversas posibilidades culinarias del plátano verde. Al final nos decantamos también por hacer el “mangú” o puré de plátano cocido con queso. Entre una confesión culinaria y otra, le dio tiempo a meter “en la salsa” a sus hijos, a hablarme de ellos y su marido, de los hombres dominicanos y su distancia de la cocina… Recuerdo con agrado todo ese tiempo intercambiando recetas y criterios de ambos lados del Atlántico.

Otra cosa fue al terminar la alquimia culinaria. En medio del fragor de los pucheros, olvidé que ella no se sentaría a la mesa. Por dos veces le lancé una invitación imposible. En sus tímidas, confusas y esquivas palabras de negativa pude vislumbrar una distancia difícilmente superable, pude observar el abismo que aún en la sociedad dominicana separa a los “amos” y al personal de servicio. En aquel momento se me vino el país abajo, se pinchó en un segundo el globo del lujo de que habíamos disfrutado todos esos días. Se me acabó la “licencia” de mirar para otro lado para no ver lo que había detrás de tanto confort.

Entre nosotros quienes cocinan juntos, juntos se sientan en el comedor. Tras compartir las recetas de sabrosos platos y salsas, lo propio es disfrutar juntos/as de ellos. Dejo la República Dominicana cargado de lecciones por todo lo aprendido y vivido, admirado por toda la belleza que nos ha acompañado en cada uno de los instantes. Parto también con una profunda sensación de rebeldía. Vuelvo de esa isla maravillosa con grandes dosis de contenida, moderada, pero firme e insobornable rebeldía. He debido escuchar toda clase de vanos argumentos para justificar lo injustificable, para de alguna sutil forma cuestionar que todos somos hijos de Dios, con los mismos derechos… En mi pueblo quienes se reúnen ante los fogones, comen, beben y ríen juntos después ante los platos. ¿Cómo se “come” eso de cocinar para después no degustar, no disfrutar juntos a la mesa?

Rebeldía ante los inmensos vergeles impolutos sostenidos por ejércitos de siervos. Rebeldía ante esa suerte de colonialismo disfrazado, ante esa riqueza que raya la obscenidad en una ínsula donde aún campa el hambre. Rebeldía porque ya no es el tiempo de los siervos, porque todos somos dueños y señores, porque todos/as merecemos la misma consideración, la misma dignidad.

Hace tiempo que no sentía crecer dentro de mí una rebeldía que se pretende sana. Jugué el roll del privilegiado, pero todas las dádivas recibidas no me acercan un ápice a los principios y argumentos que esgrime la élite. Rebeldía ante el privilegio sostenido por tantos y tantos sudores de frentes negras o mulatas. Rebeldía ante la aceptación tanto por parte de los de arriba, como de los de debajo de tan injusta y servil concepción de las relaciones. Rebeldía ante los millones de carteles que campan por la geografía de la isla con el cartel electoral de “Llegó papá”, como si los pueblos aún siguieran necesitando de tan caduco paternalismo. Rebeldía ante la señora que hacía levantarse y venir desde el pueblo a la “asistenta” bien temprano con la única finalidad de prepararle su café matutino. Rebeldía ante el inmenso caudal de agua que utilizan los campos de golf de las urbanizaciones ricas, cuando las poblaciones anexas sufren restricciones…

Rebeldía ante la guardia ininterrumpida de hombres que protegen durante todo el año mansiones que sólo usarán durante unos escasos días. Rebeldía ante el poder que esgrimen a la vista de los desheredados quienes blanden con orgullo el plástico endiosado de la Visa o el Master Card. Rebeldía ante nuestra propia altanería y falta de consideración cuando hemos atravesado a toda velocidad en flamante 4x4 cientos de pequeñas y humildes poblaciones, sin siquiera aminorar la velocidad, sin decelerar la marcha impetuosa ante el peligro de que cualquier niño saltara a la carretera de forma repentina. Rebeldía porque el sigo XXI no puede seguir contemplando siervos en la tierra, porque servilismo es la antítesis de servicio.

No llevo la cuenta de todas las rebeldías que me han ido asaltando por todos esos caminos acalorados, pero a fe que cada una de las aquí mentadas las he vivido. Creo que hay un punto donde se pueden encontrar el agradecimiento con la firmeza de principios. Una vida agradable y acomodada no puede ser a costa de tantos sudores y afanes ajenos, por bien remunerados que se hallen. Creo que en algún lugar se reconcilian el reconocimiento por la generosa acogida que hemos recibido y a la vez la consideración de que esa generosidad está llamada a ser un impulso abierto, sin restricción alguna. Hemos aprendido mucho en este largo paseo por los cotos más exquisitos de la isla, donde moran las grandes fortunas de todo el entorno. A la vuelta de esos caros palmerales de ensueño, nos asalta el pequeño orgullo de pertenecer a una sociedad de hombres y mujeres libres, humanos, en principio, iguales en sus derechos.

Podemos ser inundados por tan singular belleza sin contrapartida de vasallaje. Podemos disfrutar de tan inmenso jardín sin que ninguna espina arañe nuestra conciencia. Volveremos a esas cocinas, a esos laboratorios de manjares, aprenderemos los secretos de las cantidades, los tiempos y las especias… y cuando los platos ya listos en su presentación esmerada, caminaremos todos al comedor. Nadie se quedará en un rincón de la cocina aguardando la vuelta de los platos sucios.

Vuelvo rebelde de la República Dominicana. Me resisto a aceptar los argumentos de quienes desean seguir agitando diariamente la campanilla para que les retiren los platos sucios. ¿Es que podemos concebir puertas de entrada y de salida diferentes en el jardín planetario que más pronto que tarde heredaremos? No, ya por fin todos dueños y señores sobre esta tierra bendita. La humanidad fraterna para la que, colmados de sólida fe y sostenida ilusión, trabajamos, no puede estar de ninguna forma dividida entre siervos y privilegiados.

Las primeras líneas de estas crónicas eran de sorpresa ante un lujo desconcertante y desacostumbrado, éstas son de abierta rebeldía al constatar, después de diecisiete días, el coste humano elevado de ese privilegio. Ya nadie en el siglo XXI agachando la mirada, nadie más “don” o “doña” que nadie… Mañana todos cocinando, todos sirviendo, todos fregando y riendo en pura hermandad sobre este ancho solar sagrado…

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS