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Cartas desde Chíos (5) Grecia profunda

Ayer finalmente por la tarde nos cogimos el cochecito para recorrer la isla. Necesitábamos despejarnos y de paso disfrutar algo de este pequeño mundo rodeado de Egeo, antes de volver a coger el ferry. La absoluta paz estaba cercana, justo al otro lado de las colinas rocosas que presiden el escenario en el que nos desenvolvemos todos los días. Nos hemos dirigido hacia el sur, hacia los pueblos de Mezta, Olimpy y Pegry, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Chíos. Allí impera otro ritmo, viven de espaldas a la civilización ajetreada. La vida late silenciosa, discreta, anclada en el pasado. Nada que ver con el tráfico y el ruido de la capital, Chíos.

Allí la historia pareciera detenida en la edad media, cuando debieron fortificar las casas para defenderse de los piratas y asaltadores. El tiempo pareciera parado en esa época de universos muy limitados, cuando la vida se circunscribía a la huerta, el pozo y el cerrado y oscuro hogar bien defendido de un sol tan a menudo inclemente. A pesar de la paz presente, el recuerdo de la guerra se hace patente en las innumerables torres, así como en los pueblos fortificados. La belleza que nos rodea, el amable paisaje de naranja, olivos y limoneros, no logra ocultar que la guerra ha sido hasta el presente la indeseable, la abominable compañera de nuestra historia.

Sólo de nosotros depende hasta cuándo. ¿Habremos aprendido todas las lecciones que la ignorancia y su pariente más cercano, el dolor, nos tenían preparadas? Sólo en nuestras manos salir de esa diabólica espiral. La edad de oro de la humanidad, nuestra verdadera historia arrancará cuando veamos por siempre superado el paradigma de la confrontación, de la lucha entre humanos ya por intereses económicos, por causas sociales, nacionales o religiosas y comencemos a cooperar y compartir como hermanos. La verdadera historia dará comienzo cuando aprendamos a vivir por y para el bien común, en clave de mutua ayuda y solidaridad. Hasta entonces nos demoraremos en los preliminares.


La guerra no expulse nunca jamás de nuevo a nadie de su hogar, de su entorno amado. La guerra no lleve a nadie hacia donde no quiere. No más lanchas naufragando en medio de la desolación y la nada; no más casitas de tela en las que soplan y se citan todos los vientos; no más interminables colas hasta conseguir la imprescindible tarrina de aluminio.

Isla de Chíos 12 de Mayo del 2016

 
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