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”Iudicium non habemus”

No tenemos facultad de juzgar a nuestros semejantes, no es una prerrogativa que el Cielo nos haya otorgado. Mas sí tenemos la facultad de observar y analizar el quehacer de los mismos, de examinar en qué medida contribuyen al bien común; en que medida se ajustan a la Ley Divina, que será, por siempre y para todos, la Ley del puro, universal e incondicional Amor.

Trasformar la realidad implica primeramente acercarnos a ella, intentar conocerla. La observancia, el análisis de hechos o comportamientos no es sin embargo sinónimo de juicio. El analista no deberá vestir toga.

El juicio, la evaluación final no es competencia de los humanos. Sólo el Cielo sabe las circunstancias que han concurrido para que una persona actúe de una determinada forma, sólo el Cielo puede emitir ese juicio sobre nuestras actuaciones. El juicio comporta una calificación, para la cuál nosotros no estamos ni preparados, ni superiormente autorizados.

Deseo mediante estas líneas intentar arrojar alguna luz en torno a un tema sobre el que reina cierta confusión en nuestros ambientes espirituales. En los círculos acuarianos a menudo se obvia la diferencia entre juicio y análisis de situación. Si aspiramos a seguir la máxima “participar en el mundo, sin ser del mundo”, estaremos obligados a formarnos un criterio sobre su devenir. El recurrido “todo vale”, “todo es bueno”…, tan esgrimido en los ambientes “nueva era” puede encerrar una actitud escapista, una peligrosa distancia con respecto a las fuerzas que se baten el cobre por el progreso de la humanidad. Estamos obligados a unirnos a los avatares de nuestros semejantes, a vincularnos a las fuerzas evolutivas y de progreso que pujan por un futuro más fraterno y elevado. Actuar en el mundo implica, en primera instancia, adoptar una actitud observante.

Traigo a colación un tema en plena actualidad: el pontificado de Juan Pablo II. Su gobierno ha sido también de este mundo y por lo tanto eventualmente sujeto a examen. Los papados no tienen una especial bula para sustraerse a la observancia. El gobierno vaticano puede ser objeto de mirada respetuosa. He recibido diversas críticas a propósito de un reciente artículo que he escrito tras sobre el mismo, tras documentarme debidamente. En esta reflexión he sacado a relucir los aspectos que, a mi humilde entender, han sido positivos y evolutivos en la actuación del Papa polaco, así como los aspectos que he considerado involutivos.

Es cierto que la frontera entre el análisis y el juicio es a veces muy sutil, pero es un límite, que, en cualquiera de los casos, hemos de intentar no sobrepasar.

Contraemos una responsabilidad, pero no una falta si emitimos públicamente una opinión en la que se evidencia que determinados aspectos del gobierno papal no han sido acordes a la Ley divina. Los grandes seres no se escapan a las leyes superiores que gobiernan nuestro mundo.
Vayamos a ejemplos concretos. Si el Papa es testimonio y aliento de búsqueda espiritual, de entrega a nuestros semejantes, de aspiración en pureza…, podremos obtener la conclusión de que su ejercicio en este terreno ha sido claramente liberador, emancipador; ha promovido, en una medida que desconocemos, el progreso del Plan Divino de Amor para nuestra tierra. Si observamos que durante su mandato se ha prohibido en el seno de la Iglesia católica toda voz disonante, se ha vetado a la heterodoxia, se ha perseguido a quien ha dudado de la infalibilidad papal, se ha emprendido una cruzada contra los teólogos de la liberación…, podremos observar que en estos otros aspectos, su mandato ha sido involutivo, puesto que no ha tenido en cuenta la primera ley universal que es la del libre albedrío, la de la libre expresión, inherente a nuestra naturaleza humana. El gobierno de Juan Pablo II ha privado de la voz y la palabra a muchos teólogos y personas comprometidas con el progreso. La voz que Dios se les ha dado, nadie se la debiera quitar, por lo menos, mientras sea razonada y cordial y no ofensiva.

No deberemos nunca aventurarnos a decir “el Papa es esto” o el “Papa es lo otro”. De ninguna de las formas es nuestra competencia. Nosotros desconocemos el ambiente de persecución del catolicismo, la opresión soviética que el Papa hubo de soportar durante tantos años en su Polonia natal. Ignoramos igualmente las razones que construyeron en él un pensamiento de talante conservador (cristalizador de la estructuras e instituciones del pasado y su dominio). Desconocemos las razones ocultas que hicieron reinar ese conservadurismo en el Vaticano… Obviemos pues, un juicio para el que evidentemente ni somos dignos, ni estamos preparados. No obviemos sin embargo el análisis, pues Dios nos ha dado discernimiento precisamente para poder escoger lo que consideramos positivo, y dejar atrás lo que consideramos menos, ya estemos hablando de comportamientos, actuaciones , mandatos… Sí podremos por lo tanto estudiar una gestión, en aras principalmente de, a partir de este análisis, alentar los aciertos e intentar que no se vuelva a caer en los mismos errores.

Si el Papa absolutamente todo lo hizo bien, las mujeres nunca llegarán a los altares, la Iglesia comprometida, la Iglesia de base, popular, genuinamente ecuménica y participativa… seguirá marginada, el diálogo interreligioso no experimentará progreso. Es necesario el análisis, sobre todo cuando éste se elabora a partir del respeto profundo y con clara intencionalidad constructiva.

Presuponer la infalibilidad papal, implica elevarlo a la categoría de Dios. Dios caminó con ese hombre grande en tantos sentidos, pero su infalibilidad implicaría que sólo actuó como Dios. Cada quien es libre de aceptar ese presupuesto, pero es preciso también respetar a quienes observamos condición humana en este Papa recién partido, por grandes que fueran algunas de sus obras en servicio a nuestra humanidad.

No podemos enmendar aquello que desconocemos. Hacer progresar la historia de la humanidad exige analizarla. ¡Bienvenidas sean las visiones clarividentes que con buena voluntad y equilibrio tratan de analizar el gobierno de los humanos, ya en el aspecto político, ya en el religioso!

El estudio de las leyes divinas, el examen de su cumplimiento o trasgresión aquí en la tierra, no debe de escaparse a los humanos. No existe el progreso de la Visión y el Plan sin este análisis necesario. Esta exploración libre de juicio, no tiene ningún límite. Los purpurados, desde el momento que ejercen gobierno en la Tierra, tampoco se escapan a este estudio imprescindible.

“Iudicium non habemus”, no tenemos facultad de juzgar a nuestros semejantes, no es una prerrogativa que el Cielo nos haya otorgado. Mas sí tenemos la facultad de observar y analizar el quehacer de los mismos, de examinar en qué medida contribuyen al bien común; en que medida se ajustan a la Ley Divina, que será, por siempre y para todos, la Ley del puro, universal e incondicional Amor.

 
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