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Una inmensa piel

Quizás sólo nos falte comprender que a todos los humanos nos recubre una misma piel. La colorean diferente pigmentos, la bañan estos y aquellos océanos. Quizás todos calzamos una misma epidermis, extensa, azotada por los diferentes vientos, templada por los variados soles, acariciada y arañada por tantos azares. Las pieles del mundo son nuestra piel, abrigan nuestro propio cuerpo. La cuchilla que hiere su envoltura también sangra la nuestra.

Un solo corazón, una sola piel, una sola humanidad. Sólo reclamamos a los políticos, sólo nos pedimos a nosotros mismos las cuchillas sin filo, el hierro romo. Sólo queremos cubrirnos con una inmensa y compartida piel sin heridas. Las hojas afiladas, recién reinstaladas, en la verja de Melilla, producen profundos cortes en las manos y piernas de los inmigrantes.

Ante la intensificación del flujo inmigratorio desde África, no decimos que deba necesariamente mediar el abrazo, la calurosa y masiva acogida, cuando aquí también medra la necesidad, pero cuchillas no. No más hierro afilado contra el humano-hermano, contra el subsahariano necesitado. Algo falla en este mundo que afila tanto las cuchillas y levanta tanto sus muros. Algo no hicimos bien, cantan las verjas ensangrentadas.

La demagogia ante un problema cede cuando nos proclamamos parte responsable del mismo, implicados en la solución. No aspiramos por lo tanto a ensayar ese barato ejercicio. La sangre en las verjas de Melilla no es sólo un grito urgente a la clase política para que retire las polémicas cuchillas, que hasta el fiscal general ha denunciado, es también un reclamo apremiado al corazón de cada uno de nosotros para compartir cada día más, para contribuir a mermar el abismo entre Norte y Sur. Hay un evidente fracaso humano en esas altas y agresivas verjas, derrota que nos interpela a cada uno de nosotros/as, no sólo a la categoría dirigente. Hay una invitación a reinventarnos como humanidad, a rehacer nuestras relaciones sobre una base de fronteras más abiertas, de corazones más solidarios.

Cede el tiempo de los balones fuera, de las responsabilidades siempre en los de arriba. Nuestro siguiente reto evolutivo estriba en la creciente asunción de responsabilidades en el seno de la gran familia planetaria. No proceden los alambres de espino y cuchillas para separar las dependencias de nuestra casa común. Tiene que haber un planeta ancho que temple un poderoso astro, un entrañable sol; tiene que haber una tierra de hermanos a la vuelta de todas estas alambradas, de esa carne desgarrada, de estas geografías tan separadas.

 
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