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La dársena de nuestros corazones

Y si mañana el trigo no se dora y el hambre aprieta. Y si hay que buscar barca, mares y nuevo horizonte. Y si mañana el agujero es en nuestro bote y el agua en nuestro cuello... La historia siempre juega con los grandes vientos. Mañana el remo desesperado puede ser en nuestras manos. Encendamos pues los faros de las atalayas olvidadas. Arrojemos ahora los flotas, los salvavidas demasiado amarrados. Lancemos ahora una esperanza bien hinchada en los mares de los naufragios. Su suerte es la nuestra. Navegamos en sus buques destartalados rumbo a una costa amiga...

No son los pescadores italianos los que han mirado para el otro lado. Somos un poco todos los que desoímos el socorro que nos alcanza de tantas geografías que naufragan. Ayer nosotros también embarcamos rumbo a una Lampedusa que se llamaba México, Inglaterra, Rusia... Mañana las costas vuelvan a ser abrigo, refugio de los que pasan hambre, injusticia, enfermedad, persecución, desaliento...

No naufrage el alto ideal de fraternidad humana. Aún podemos enderezar la deriva, salir de las peligrosas corrientes del materalismo e idividualismo. Los últimos doscientos muertos subsaharianos en el Mediterráneo terminen de abrir la estrecha compuerta de nuestros sentimientos, la dársena enmohecida de nuestros corazones.

* Pintura de Rolando Bracamontes.

 
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