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Volveremos a esa Iglesia

Tuvimos la suerte de asistir el fin de semana pasado al XXIV Congreso de Teología de la Asociación de teólog@s Juan XXIII (Cristianos de progreso y compromiso). Cada vez es más amplio el horizonte de las alianzas a ir urdiendo. Cada vez más seres se sienten interpelados a construir la Gran Comunión, más hombres y mujeres de buena voluntad alientan la Nueva Alianza. ¡No cejemos en nuestro esfuerzo!

Al Cielo gracias, la sede de Comisiones dispone a su vera de un inmenso Retiro. Eran precisos algunos kilómetros de parque para digerir tan conmovedora mañana, tan gratos días. Me debía a la pantalla, al imposible esfuerzo de testimoniar y contagiar la fraternidad vivida. Primaba observar emociones, ordenar ideas. La cabeza, aún más que las piernas demandaba largo paseo.

Dejé con pena el enorme salón de actos del sindicato. Me despedí, no sin nostalgia, de esa intensa comunión de almas. Apenas conocía a nadie, pero sin embargo me encontraba en mi propia “casa”, junto a tantas almas afines, anhelantes, pujantes de una nueva espiritualidad. La Eucaristía culminaba unos días vividos en plena y profunda hermandad.

El edificio era frío, pero el ambiente entrañable. En medio de una construcción aséptica, de una ciudad, en buena medida, indiferente, encarnaba aquello del Evangelio: “Míralos como se aman”. Ha llovido mucho desde aquel asombro por el amor excelso de los primeros cristianos y sin embargo se siguen amando, se siguen volcando en la construcción de la nueva tierra, la nueva Jerusalén. Vive pues el Evangelio de Jesús y lo constatamos en el XXIV Congreso de Teología, convocado por la Asociación de teólogos y teólogas Juan XXIII (Madrid 9-12 de Septiembre).

Vi una Iglesia en marcha; Iglesia sencilla, de sonrisa entera y alma entregada; Iglesia de mujeres y de hombres de entusiasmo y coraje, de sandalias y color, guitarra y tambor… Vi una Iglesia conocedora de su legado, pero a la vez ubicada bien en el presente, beligerante con la injusticia, pero no lastrada por el resentimiento, crítica con la Jerarquía, pero al mismo tiempo gozosamente emancipada. Vi una Iglesia de espíritu vivo y brazos abiertos, en condiciones de atraer a los jóvenes, de interactuar con los movimientos más dinámicos de nuestra sociedad; una Iglesia capaz de aglutinar una espiritualidad universal que supere las divisiones y recelos de los credos.

Retornaba a la casa madre, tras decenios de alejamiento y contemplé una Iglesia vigorosa, joven a pesar de las canas de los congregados, deseosa de crecer y de enriquecerse con otras aportaciones, incluso allende de la cristiandad. Disfruté en este Congreso de Teología de la otra Iglesia, el cónclave en España de los cristianos de progreso y compromiso. El gran salón de la sede central de CCOO no daba abasto para acoger a la muchedumbre de participantes. La misa del domingo terminó de desbordar el enorme aforo. Entre rasgar de guitarras y de millares de gargantas, entre el blandir de innumerables abanicos, Cristo descendía con toda su fuerza vivificante a aquella gran hogaza de la que salieron trozos y más trozos, para alimentar el espíritu de los millares de presentes.

“Espiritualidad para un mundo nuevo” era el lema ya de por sí significativo del Congreso; el símbolo, un “ratón” de ordenador del que salía una llama, como sugiriendo la luz y la conciencia que hemos de ser en un mundo de grandes adelantos tecnológicos. El Congreso fue un ejemplo de madurez y de pasión por el diálogo. Constatamos un muy noble ejercicio de actualización. La teología de la liberación presidía una vez más el ambiente de este Congreso, pero se trataba de una liberación que no invita a la autosatisfacción, mas al contrario a una constante autocrítica y revisión. Se respiraba una teología obligada a rehacerse a cada instante en ejercicio de sinceridad y autoanálisis en medio de un mundo de enormes transformaciones.

La teología de la liberación busca su lugar en nuestro presente, en el mundo en vías de desarrollo, pero también en el llamado “desarrollado”. Se vuelve verde (Leonardo Boff-Ecoteología), cobra rostro de mujer (en el Congreso nos superaban en número), abre sus fronteras (cada vez más permeable a otras culturas y espiritualidades), emerge del exclusivo esquema de lucha de clases y progresa hacia una reflexión más global y ubicada en el aquí y ahora de una sociedad sumida también en la profunda crisis del materialismo.

La teología de la liberación carga ya con otros dolores, pero también con otras esperanzas y éstas le dan nueva vida, le empujan en renovado vuelo. La teología de la liberación no se ciñe a la acuciante problemática de los desheredados de América latina, atiende también a la crisis existencial de los desesperanzados del mundo entero.

En el Congreso se hizo más acento en la palabra “espiritualidad” con toda su carga de encuentro, que de religión con todo su pasado de división y fronteras. Más se profundizó en la vivencia ecuménica o en arrimar el hombro junto a la nueva sociedad civil organizada, que en las diatribas contra los opresores. Constaté más interés en ser testimonio de luz y de amor en medio de la sociedad desnortada de la sobreinformación, que en entretenerse en lanzar invectivas contra los prelados de Roma.

Liberarse es dejarse fecundar por lo nuevo capaz de renovarnos en espíritu, por eso la teología de la liberación se va tornando también de la mutua fecundación. Así pudimos apreciarlo en el Congreso. La presencia de nuestro gran teólogo universal Raimon Pannikar, pionero aquí en la difusión “la espiritualidad nueva en un mundo nuevo”, de Ana María Schlütter, maestra Zen…, la oración interreligiosa del comienzo y la fiesta intercultural del sábado por la tarde, corroboran esta apreciación. Ganaba el anhelo de dejarse nutrir por el legado de otras tradiciones, por el testimonio de otros creyentes; el deseo de construir un Reino de Dios de anchos aleros, capaz de reunir a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

En ese desafío de alumbrar espacios cada vez más amplios y fecundos, quizá no se trata tanto de confrontar con la Jerarquía “integrista”, “neoconservadora”, sino de capacidad de alumbrar la nueva Iglesia. Quizá ya no se trata de mirar tanto a lo que Roma dice o deja de decir, sino de alentar la nueva e inmensa alianza, ésta ya sin muros, ni fronteras, sin mi Dios, diferente del tuyo, sin mi altar diferente del tuyo; la nueva alianza basada en los principios universales de filiación divina y hermandad humana, en el Evangelio de la “ética y no de la dogmática” (Juan José Tamayo), la Iglesia universal del Espíritu recreada en la multiplicidad de las formas.

Comulgo con esta Iglesia capaz de dejar en el camino dogmas y privilegios, capaz de sentar a la mujer en el altar, de recrear en cada circunstancia su propia liturgia. Me identifico con esta Iglesia dinámica y abierta, desnuda de otra doctrina que no sea la del universal amor y compasión, capaz de atender el reto trepidante de la modernidad. La Iglesia de ayer tiene vedada su entrada en la sociedad del mañana, del futuro en el que las verdades se alimentan unas a otras. Tanta pirámide, tanto monopolio no puede sobrevivir en un mundo más horizontal y participativo.

La sociedad de mañana no aceptará últimas verdades, ni siquiera de la Santa Madre Iglesia. ¿A dónde vamos si las verdades infinitas están ya descubiertas y además tienen dueño, si al entrar en la iglesia “se nos pide que nos quitemos sombrero y cabeza” (Enrique Miret Magdalena), si los catecismos y doctrinarios blindados de por vida, cercenan nuestro anhelo de universal comunión? ¡Iglesia por fin de tod@s y para tod@s por favor, en los arranques del XXI!

Tras largo y forzado exilio, fue puro gozo retornar a esa Iglesia de los mil y un cantos y sonrisas, Iglesia solidaria y feliz, de mirada lúcida y micrófono libre. No paraban de agitarse en la sede de Comisiones, los folletos, los abanicos, insistiendo en mover un aire tan parado, tan condensado, a veces incluso viciado a lo largo de siglos.

Volveremos una y otra vez, ya no con abanicos, sino con molinos de viento, a esa Iglesia de fraternidad genuina, Iglesia originaria y eterna del “míralos como se aman”. Correremos a esa Iglesia abierta a todos los vientos bonancibles, a esa renovada alianza de los corazones y voluntades constructoras del Reino de definitiva paz, indispensable justicia y verdadero amor. ¡Sentidas gracias a los organizadores del Congreso!

 
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