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Lecciones de verano

Nuestra sociedad, pasada de tantas roscas, urge de un rearme de optimismo o lo que para muchos de nosotros es equivalente, un rearme de confianza en nosotros mismos, un rearme espiritual. Pensar en definitiva que el dolor no es congénito a nuestra condición, sí a nuestras circunstancias de alejamiento de los valores genuinos y supremos de unidad y paz entre nosotros, de respeto sumo por nuestro entorno, principios eternos que fueron y serán.

El dolor humano ha llenado las cabeceras de los periódicos y medios durante el reciente verano, dolor globalizado, que desde que llegó la televisión por satélite y la era Internet, se nos antoja cada vez más cercano.

En los días pasados se ha concitado gran sufrimiento a causa del fuego, huracanes, bombas, estallidos, estampidas… Así las cosas, podemos mostrarnos ajenos, podemos blindar nuestro hogar, acorazarnos e intentar que pasen de largo todas las “embestidas”, todas las ventoleras humanas y “naturales”. También podemos armarnos de valor y esperanza y salir al paso de los grandes problemas que nos aquejan y sus causas; podemos trabajar para que el dolor, por lo menos en su actual dimensión, deje de ser.

A partir de las cenizas que ya son, a veces de forma literal, podemos pensar también en reconstruir nuestro mundo, podemos comenzar a reinventar nuestra civilización sobre otras bases diferentes, edificar entre todos una nueva sociedad más considerada con el medio, más humana y fraterna, capaz de disuadir a terroristas y huracanes, a llamaradas y desesperados.

Podemos atrincherarnos, seguir sumidos en el dolor y el desengaño o por el contrario persuadirnos de que no siempre ha de ser así. Al borde de este verano particularmente alterado y convulso, merece la pena recordar que el sufrimiento humano deriva de la trasgresión de las leyes universales, el nombre lo de menos, que bien podemos definir como de concordia y amor. Prédicas catastrofistas a un lado, los hechos nos evidencian que subvertir las leyes de armonía entre los humanos, así como de éste para con la naturaleza, comporta a la postre desorden, desastre, por ende sufrimiento.

Nuestra sociedad, pasada de tantas roscas, urge de un rearme de optimismo o lo que para muchos de nosotros es equivalente, un rearme de confianza en nosotros mismos, un rearme espiritual. Pensar en definitiva que el dolor no es congénito a nuestra condición, sí a nuestras circunstancias de alejamiento de los valores genuinos y supremos de unidad y paz entre nosotros, de respeto sumo por nuestro entorno, principios eternos que fueron y serán.

Más nos vale que cuanto antes lo vuelvan a ser. Poco sabemos de realidades ocultas más allá de nosotros. Apenas nos llegan algunos atisbos de otros mundos y dimensiones donde el dolor calla. Alcanzamos sin embargo a observar que el sufrimiento no es ley universal, sino precisamente consecuencia aquí derivada de la conculcación de esa simple e inmanente ley de respeto, mutua entrega y donación. Esta ley superior está presente en todos los credos y tradiciones y ojalá más pronto que demasiado tarde, la volvamos a considerar y respetar.

Poco sabemos de civilizaciones más excelsas, lo suficiente para cerciorarnos de que pueden ser más allá del cartón piedra o la fácil pantalla; lo suficiente para convencernos de que el “otro mundo posible” puede y debe progresar, lo suficiente para proclamar con toda nuestra fe y humilde fuerza que la instauración en la tierra de la ley universal del amor, traerá una nueva era, una nueva civilización de prosperidad y dicha compartidas.

Subrayémoslo una vez más. No hablamos de amor ñoño o emocional, hablamos de servicio sacrificado, de trabajo serio y constante en pos del bien común, no del individual; hablamos de suplantación del principio de competir por el de cooperar y compartir; hablamos de respeto y cuidado de la tierra y sus reinos; hablamos de dibujar un horizonte colectivo, ya no más unas metas particulares en detrimento del beneficio de la comunidad… Y entonces serán la paz y el gozo globalizados, que tanto anhelamos y merecemos y entonces incluso a “Katrina” se le quitarán las ganas de devastar a su paso, a los violentos y fundamentalistas de sembrar muerte y odio en sus pagos y en urbes lejanas.

Sellemos con compasión y solidaridad real, efectiva, práctica las puertas al dolor de futuros veranos. Ensayemos ya un nuevo mundo, el viejo se desmorona sacudido por los mortales embates del egoísmo y el materialismo, en su más diversa plasmación de conductas e ideologías. Probemos ya unas rectas y armoniosas relaciones basadas en principios eternos y universales. Los viejos valores de la división humana y la devastación del medio, el viejo paradigma de confrontación, nos conducen al desastre, manifestado en sus mil y un ya familiares formas.

Aprendamos sin tanta necesidad de dolor. Trabajemos ya por arenas más blandas y cálidas, por veranos más livianos, sin tan duras lecciones. Recojamos la recompensa de una nueva conciencia tras tantas sacudidas. Gane la humanidad, ensayemos un nuevo Cielo, una nueva Tierra por fin para todos.

 
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