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Obama, una razón para creer

No sólo en la política, también en nosotros mismos. Ese espíritu de invitación al empoderamiento (enpowerment) personal y colectivo se manifiesta con frecuencia en sus discursos electorales y preside incluso su página web: “Te invito a creer, no únicamente en mi habilidad para llevar a Washington un cambio real, ahí va también mi invitación a creer en ti mismo.” Obama da pruebas de verdadera voluntad para devolver el poder al ciudadano, empoderarlo para que piense más allá de sus pequeños intereses personales, de su filiación política particular y así poder atender a los enormes desafíos comunes.

Hacia falta un catalizador de esperanzas, tras la agonía de ocho años con Bush. Las fuerzas de progreso, no sólo de Norteamérica, sino del planeta entero, tienen centrada la mirada en este hombre de pequeña estatura y ancha sonrisa, que ha logrado rescatar la confianza y la fe en la política. No es una peligrosa aventura, una revolución al uso histórico, es el máximo cambio posible. Tras larga noche de desatinos presidenciales y sus consiguientes frustraciones colectivas, se consolidan las posibilidades de un relevo ilusionante.

El avance sustancial que propone este joven político no tiene precedentes. A estas alturas de la fascinante carrera por la candidatura demócrata a las presidenciales norteamericanas, cada vez más analistas de progreso observan que Barack Obama inaugura definitivamente una nueva forma de hacer política más abierta, amable e incluyente.

"Decían que el día de hoy nunca llegaría, que este país estaba demasiado dividido, demasiado desilusionado para unirse en torno a un propósito común, pero esta noche (...) estamos escogiendo la unidad sobre la división y enviando un poderoso mensaje de que el cambio está llegando a Estados Unidos”, declara Obama con ese discurso fresco y arrollador, que sus adversarios republicanos se apresuran a tachar de ingenuo y trivial, pero que sin embargo encarna la sed de hondo y real cambio de buena parte de la ciudadanía norteamericana. A esos mismos adversarios emplaza para superar toda una tradición de división partidaria, afinar compromisos y así poder atender juntos problemas aparentemente insuperables.

Buscar la “nueva mayoría nacional” es también una actitud de progreso, habida cuenta de que los titánicos retos que hoy los pueblos encaran, sólo es posible superarlos fomentando las más amplias alianzas, con ese tipo de grandes acuerdos solidarios que desbordan los límites de clase, color, credo, ideología... Avanzar en la conquista del máximo bien posible para el mayor número de personas, con el mayor respaldo, consolidar la lógica de la conciliación y el pacto, establecer líneas de cooperación entre diferentes…, son pasos previos para una convivencia más armoniosa, para el ulterior establecimiento de relaciones cada vez más fraternas.

Los cambios son graduales y Obama representa el más ambicioso que es capaz de asimilar la población norteamericana, la apuesta más valiente de su desarrollo colectivo. El candidato demócrata personifica una viva invitación a recuperar el alma grupal, alma grupal patriótica, nacionalista norteamericana, pero alma tras objetivos de claro progreso y destinada también a expandirse más allá de sus fronteras. No es aún una conciencia declaradamente alternativa, firmemente solidaria, pero la constante llamada de Obama a la suma de fuerzas para atender los desafíos fundamentales, transmite una fuerte convicción en valores superiores. El espíritu de unidad nacional que ahora inyecta a la sociedad americana puede, una vez presidente, contagiarse a nivel más amplio y alimentar una mayor conciencia global.

No es que con Obama la mayoría de los norteamericanos vayan a adoptar, de un día para otro, una conciencia planetaria, pero, por de pronto, se apuntarían maneras. Con el actual senador de Illinois en la Casa Blanca, Guantánamo pasaría a ser un triste recuerdo, el Tribunal de la Haya sería reconocido por la primera potencia mundial y las energías renovables empezarían a utilizarse en el país a gran escala, con lo que ello supondría de aliento para la lucha global contra el cambio climático.

Si Barack Obama ganara la nominación y después la presidencia, las tropas norteamericanas comenzarían a salir de Irak y su ingente presupuesto militar sería invertido en mejoras para las clases más desfavorecidas. En pleno fervor en contra de Sadam Hussein en el 2003, el senador ya se opuso a tan popular guerra.

Obama no saca músculo bélico. Si dirigiera los destinos de los EEUU, Irán dejaría de ser demonizado y se tenderían puentes de diálogo hacia la república islámica. El político demócrata declara abiertamente que no desea atacar el feudo de los ayatolads, que no le “pone” lanzar bombas atómicas sobre enclaves terroristas. Si Obama ocupara el despacho oval, rebajaría también el embargo para con Cuba.

El abogado de color encarna un poderoso testimonio que nos anima a volver a creer en la política como el arte de unir y armonizar a la ciudadanía en toda su diversidad. Presenta pruebas sólidas de aspirar a desarrollar un tipo de gobierno que comience por fin a superar el sistema partidario, tan extendido por todas las latitudes, de implacable y feroz beligerancia. Desde lejanas geografías agradeceríamos el triunfo de esa otra forma de entender el ejercicio del mandatario. Obama llama una y otra vez a la suma de voluntades por encima de las diferencias para dar la batalla contra la pobreza, la crisis económica, a favor del seguro médico universal, la defensa del medio ambiente...

¿Al oír a Obama en su larga carrera hasta la Casa Blanca, cuántas gentes de uno y otro signo han vuelto creer en el “sueño americano”? Un hombre de raza negra que habla de cambio, reconciliación y esperanza, que pregona el tender puentes “entre todas las creencias, etnias, clases y formaciones políticas” puede ser el presidente de la nación más poderosa del mundo. Saludemos a este hombre, saludemos su esperanza. Volvamos nosotros también a creer ahora en el ejercicio tan desprestigiado de la política, aquel ancestral, sacrificado y supremo arte de servir incondicionalmente al pueblo.

 
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