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Baño de humildad

Tuvimos que ponernos en marcha en búsqueda de aquello que se ajustaba más a los nuevos tiempos y a la demanda actual de nuestras almas, pero librémonos de cualquier peligroso orgullo espiritual, de cualquier tentación de rechazo. Echaré en falta a ese sacerdote anciano que en cada misa dominical se entrega en cuerpo y alma a su fiel parroquia. Nuestra espiritualidad sin nombre y más universal de hoy es heredera de cuanto acontece bajo esas altas y grandes cúpulas. Los nuevos sistemas de creencias no podrán confrontar con los que van cediendo. No procede rechazar al pasado. Al salir en pos de lo que nos aguarda por ser, al alumbrar por ejemplo la nueva ceremonia más circular, más horizontal e inclusiva, hemos de integrar también lo que hemos sido, lo que hemos sostenido y fortalecido. Deberemos ser siempre agradecidos.

Un día faltará físicamente ella y yo no volveré más a esa iglesia, a esas misas solemnes. Entonces echaré en falta esa procesión de bastones dirigiéndose reverentes al altar, entonces echaré en falta sentirme rodeado de tanta buena y piadosa gente de edad. Recordaré cuando volteaba para atrás y me encontraba siempre con una redonda y plena sonrisa al extender la mano para dar la paz. Recordaré esos cantos cristianos a pleno pulmón retumbando en las recios muros ignacianos...

La edad va restando flexibilidad mental y por lo tanto potencial para asimilar e integrar lo nuevo. No importa en qué presente, en qué coordenada supuestamente adelantada nos encontremos ahora, siempre agradecidos con el pasado y con quienes lo encaramaron y desean seguir encarnándolo ahora. La misa es un baño de humildad que no irrita la piel del alma.

* En la imagen el altar de la Iglesia en cuestión, la parroquia de San Ignacio del barrio donostiarra de Gros.

 
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