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Mujeres valientes, no brujas

Sin memoria no somos nada. Si nos roban la memoria, nos quitan todo, nos privan de nuestro anclaje, se quedan con nuestro futuro. Paseo los inmensos hayedos desde Etxalar hacia Zugarramurdi intentando atrapar algún fugaz susurro de esa memoria desilachada. Nuestra memoria se esconde bajo las hojas del otoño, en el canto de los ríos, en el viento de nuestros valles... Se refugia silente en la llama del hogar, en la semilla del granero, en el corazón de la montaña… Nuestra memoria rueda también en el asfalto de la plaza. La encontraremos en los labios que balbucean nuestra lengua antigua, en los mayores que protegen en su corazón el legado.

Nuestra memoria se une a otras memorias y juntas conforman el acerbo común de los cantos de los ríos, de los soplos de los vientos…; el tesoro planetario de las lenguas antiguas, de las nanas de las madres y las artes y costumbres de los mayores, de las formas diferentes de ver e interpretar el mundo… Nuestro canto a la Madre Tierra-Amalurra, se suma a otros cantos y juntos elevan una misma alabanza a la Creación entera. A la memoria no llegamos a través de la cultura subyugante y desnortada, ni tras bombardeo de “novedades” groseras… La Madre creadora y sostenedora sostiene también el hilo de la memoria. Encontraremos ésta igualmente en la suma de contenidos y valores elevados que no cedieron, que no cayeron en el “tsunami” de la uniformización, que no tragó la globalización alienadora.

Nuestra memoria es por lo tanto algo de ese vínculo tan estrecho de nuestros antepasados con la Madre Tierra- Amalurra. Son también esas mujeres bravas que padecieron y murieron para que ese vínculo perdurara. Y ahora vienen cineastas progres y caricaturizan, burlan esa memoria. No nos ofenden, se ofenden a ellos mismos. Perjudican a sus hijos, a los hijos de sus hijos con peligro de aterrizar sin memoria en esta tierra.

Si termina de ganar lo vulgar sobre lo bello, lo noble, lo verdadero, no habrá ya nada que hacer. Si hacemos del subproducto y el esperpento lo cotidiano, estaremos perdidos. Si la memoria se reduce a películas de tan mal gusto, de tan nulos valores, el mañana se habrá malogrado. Salgamos a los bosques que guardan vivo el legado, olvidemos las películas que opacan lo más honorable de nuestra historia, que no respetan lo más sagrado.

El consumo insaciable de tan sospechosas cinefacturas y otros géneros carentes de recuerdo y de alma, puede terminar borrando nuestra “ram” colectiva. Nos quieren hacer creer que lo más auténtico esta civilización sin conciencia, lo más genuino es la zafiedad y el mal gusto entronizados, son sus dioses a su imagen y medida, sus reyes de safari, sus sacrosantas constituciones…, cuando no su anestesiante cultura de Nintendo, de sexo sin amor y rock and roll estridente y domesticado… Por eso hemos de volver una y otra vez al hayedo en otoño, escuchar un eco puro, revolver entre las hojas caídas, atender el mensaje ancestral del agua, del viento, del silencio… Por eso se ha de mantener estrecha, sin mediación de pantalla, la comunicación y reciprocidad entre el humano y el entorno, entre el humano y lo eterno, entre nuestro microcosmos y el macrocosmos, so pena de olvido, insostenibilidad y lenta muerte.

Nuestra memoria está en la Creación y en la relación que cada pueblo y colectivo ha sabido mantener con ella. Lo más sagrado es la Madre Tierra-Amalurra por quien somos, nos cobijamos, alimentamos y maravillamos. Imprescindible es la reverencia y agradecimiento que le debemos, admirable el sacrificio a menudo heroico, para que esa estrecha relación perdurara. No, no eran brujas, eran mujeres sabias, valientes, poderosas. Sabían de los ritmos y leyes de la naturaleza, sabían de los devas que la amparan y las propiedades de las plantas. Se sentían profundamente vinculadas a la vida prodigiosa en todas sus expresiones y por eso fueron en el siglo XVII arrancadas de su hogares, llevadas hasta Logroño, torturadas y ejecutadas.

Ellas son también nuestra memoria sagrada. Falta a ella quien realiza una película que tan triste y tergiversada imagen proporciona de aquellas audaces mujeres que no se sometieron al credo único y que no se acobardaron ante el poder cruel de la Iglesia del momento. Ellas son memoria que inciensamos en nuestros retablos de adentro, pero que se mancilla hoy en los cines de todo el Estado. Que mañana, cuando los/as chavales/as sanamente curiosos tecleen en Google, “Las brujas de Zugarramurdi”, no se encuentren con ese malogrado film que hoy en tantas pantallas se proyecta, sino con el excelso ejemplo y sacrificio de esas mujeres vascas que tanto amaron a la Tierra.

 
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