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Veneraré mi cuerpo

El suicidio a la luz de la sabiduría sin tiempo  
Agradecer todos los dones que la Vida nos ofrenda, por supuesto esos dedos despistados que teclean, esa mirada que se pretende compasiva, ese corazón que late tantas veces acelerado… Agradecer esos pies que en breve pedirán hollar caminos de lluvia, esa piel preparada para sentir el frío helador del invierno, pero también el éxtasis de la caricia, ese cerebro capaz de arrastrarse por el lodo, pero igualmente entrenado para los sublimes pensamientos, ese oído capaz de alcanzar celestiales melodías y a la vez... Agradecer esta envoltura del alma que nos permite ser también en medio de este planeta mágico y entrañable. Cada instante en la tierra puede ser una dádiva, por mucho que a veces la noche semeje que no cede a la luz una rendija.

Veneraré mi cuerpo como el más perfecto y excelso receptáculo que la Naturaleza nos concede para albergar nuestro alma. La Creación no podría habernos concedido vehículo más maravilloso. En nosotros el deber de amarlo, cuidarlo, por supuesto mantenerlo. Gracias al cuerpo físico evolucionamos en los mundos materiales. Es un instrumento imprescindible para la expresión de lo más grande que nos habita, nuestra Real Presencia. El cuerpo y su fin precipitado nunca debería ser observados como una virtual huida.

En España 3.569 personas acabaron con su vida física a lo largo de 2016, casi el doble que los fallecidos por accidentes de tráfico. El suicidio constituye la primera causa de muerte violenta en nuestro país. En el mundo la cifra luctuosa se eleva a 800.000. El tabú ha de ser levantado, sobre todo a la luz de lo que al respecto nos sugiere la Ciencia con mayúsculas, la Ciencia que postula el eterno destino evolutivo del ser humano.

Una sobredosis de pastillas, una soga desdichada, un acantilado en el que abajo rugen las olas, un volantazo hacia el abismo…, jamás serán la solución. Hay huidas con retorno y las hay irreparables. Hemos de armarnos de fuerza y coraje ante cualquier tentación, pero máxime ante la más ignorante y fatal de todas las tentaciones, apagar a voluntad nuestro aliento. Nunca es la solución acabar con la vida sagrada, contravenir nuestro plan de vida, intentar escapar a los desafíos que nos trazamos al encarnar.

Nunca es la solución dejar de acompañar a la vida, dejar de intentar ser útiles al prójimo, sustraernos de los compromisos adquiridos antes de nacer. No, nunca es la solución acallar el latido, porque con el corazón callado no se apaga la pena. Sólo se agranda y se aplaza. Nunca se nos presentan retos con los que no podamos, entre otras razones porque los hemos elegido nosotros mismos en compañía de nuestros protectores, guías o tutores.

Nunca estamos solos

Podamos abrazar con todo nuestro corazón al alma que zozobra, darle cariño, aliento, horizonte… Podamos ser consuelo y apoyo, invitarle a ver más allá de la sombra y la tiniebla, ayudarle a levantar las persianas de la eterna luz que jamás se extingue, disuadirle de tomar una decisión de la que una y otra vez se arrepentirá en los mundos espirituales.

Nunca estamos solos, por mucho que el aparente vacío se manifieste alrededor. Nunca estamos solos y menos aún si acompañamos a la Vida y a sus Reinos y los sostenemos y los cuidamos. Nunca estamos solos si nos refugiamos en el amparo de las Almas que nos precedieron en el Sendero y sentimos su incondicional apoyo. Nunca estamos solos si nos tornamos devotos de la humanidad una, si nos empleamos en su servicio altruista.

Nunca estamos solos, aunque no veamos a nadie, aunque no crucemos palabra, aunque la compra quepa en una sencilla cesta, el puchero sea pequeño y la ración sólo de a uno. Nunca estaremos solos mientras que el sol despunte entre las montañas, mientras al volverse a esconder comience a titilar la estrella. Cada estrella nos canta desde allí arriba en los cielos que todo es infinito, que todo es eternidad y que nosotros iremos con todo ello. Ningún metal, ninguna desafortunada cuerda, ningún exceso de píldoras ose contrariar a las estrellas y su mensaje de siempre renovada esperanza. Ningún volantazo sorpresivo nos desvíe de nuestra ruta hacia el firmamento inmenso.

¿Cuántas veces rellenamos la instancia de solicitud? ¿Por cuánto tiempo opositamos poder poner un pie en la tierra? ¿Por cuánto tiempo estuvimos preparando junto a nuestros Guías esta nueva aventura en este escenario físico? ¿Por cuánto tiempo buscando los padres, los lugares, las circunstancias, las compañías, la configuración astrológica… adecuadas para que nuestra carrera evolutiva en la tierra cundiera al máximo? Nuestra programación confluiría con otras programaciones para culminar en ese milagro que representa el alma de nuevo revestida de envoltura física, el llanto recién salido del vientre de la madre.

El agradecimiento es consustancial a la Vida, pues la propia Vida en el mundo material, pese a todas las dificultades y contrariedades, no deja de ser inmenso regalo, privilegiada oportunidad de evolución. Conviene acercarnos a la ciencia divina para comprobar el concurso de movimientos, fuerzas, de proyecciones, donaciones…, que implica poner un nuevo latido sobre la tierra. Si fuéramos verdaderamente conscientes de ello, nadie se vería tentado en ningún momento de acabar con su vida física. El desconocimiento de la ley de la encarnación, el pensamiento erróneo de que las almas emergen a la vida física por generación espontánea, son causas que pueden conducirnos en momentos de gran aflicción a adoptar tan fatales decisiones.

Ante la desconocimiento información

Consideramos necesario difundir información sobre el tema, concretamente lo que acontece en los mundos espirituales a las personas que han decidido segar su propia vida física. Lo hacemos con la sola voluntad de contribuir a que cada vez menos almas asuman esa decisión tan cargada de penosas consecuencias.

La Vida nos desafía, nos mide, nos gradúa, pero nunca nos asfixia, no asfixiemos por lo tanto jamás a la Vida. La Vida sólo nos trae lo que ponemos a sus pies. Estamos en condiciones en todo momento de rehacer nuestro futuro, de alumbrar mejores días, si desde ahora nos empeñamos en colocar sincera ofrenda, altruismo y donación a sus pies.

Sogas para alcanzar una vida que a menudo se nos escapa, no para ahogar el presente que nos pesa. Si truncamos la vida física, la vida no se sentirá obligada a acompañarnos. Cosecharemos también soledad y hartazgo de nosotros mismos en los mundos del espíritu. El libre albedrío es la manifestación de la generosidad infinita de Dios, sin embargo uno de sus usos más cuestionables es el de acallar nuestro propio aliento. Generosidad con generosidad se paga. En nosotros devolver con la misma moneda, en nosotros/as un uso elevado de esa libertad, no un uso falto de correspondencia.

Dios no cuestiona los usos que hacemos de sus dádivas infinitas, pero la Ley es y la Ley actúa. Si no deseamos vida, encontraremos falta de vida, lúgubre páramo hasta reparar en el error. No se trata ni de juicio, ni de insuflar miedos, se trata más bien de intentar dar a conocer el futuro inmediato, que no a medio, ni a largo plazo, de las almas que atentan contra su propia vida. Las crónicas de los sensitivos, de las personas que han tenido acceso a las otras dimensiones, los manuales de sabiduría divina y teosofía nos dan cuenta de un vagabundeo errante por las dimensiones del bajo astral de quienes cometen suicidio. El peregrinaje desnortado de esas almas finaliza cuando son rescatadas y llevadas a los sanatorios en las estancias intermedias del astral.

La espiritualidad es por encima de todo abrazo y acogida. Antes que ponernos a hollar el Sendero habremos de haber abierto la puerta al desesperado. La prevención contra el suicidio está llamada igualmente a contemplar nuestra dimensión espiritual. Es en esta dimensión donde el alma que zozobra hallará indispensable paz. Si consideramos nuestra condición de almas en proceso de elevación y purificación, el fracaso se sentirá ubicado, adquirirá “sentido”. El camino no es siempre ascenso y toda victoria está sembrada por fracasos.


El fracaso y la decepción encuentra arrope en una concepción espiritual de la vida siempre desafiante. Donde no hallan ni comprensión, ni apoyo es en el marco de una sociedad materialista, individualista y tremendamente competitiva. El fracaso sí es recogido por la misericordia infinita de Dios, el suicidio también, pero ello no exime de que haya que vivir las consecuencias del acto. Son dos cuestiones diferentes.

Sólo deseamos compartir la luz que con respecto a éste y otros tantos temas controvertidos nos está llegando. La luz nos viene fundamentalmente por toda la sabiduría que el Cielo ha tenido a bien derramar sobre nuestros días. Por encima de todo la ley de la libertad y del amor fraterno. Siempre, siempre supremo respeto e incondicional amor hacia quien adopta “soluciones” tan extremas. Ello no nos debe frenar sin embargo en el intento de dar a conocer las realidades ocultas y el funcionamiento de la Ley.

Falsa huida

La desesperación por lo tanto no alcance al ser que se sabe por Dios empoderado para hacer frente a las animadversiones. La angustia está llamada a ceder con el olvido de nosotros mismos, con nuestro acercamiento al sufrimiento del mundo. La desesperación puede disolverse al salir al paso del prójimo, al asumir una actitud de entrega a nuestros semejantes. Todos tenemos amigos o familiares que un buen día decidieron poner por propia voluntad término a su vida física, en la ignorancia de que acabando con su cuerpo, cedería el sufrimiento, pero la ciencia divina nos indica que ese pretendido escape representa un gran error. No hay tal huida de la vida.


Quien pretende huir se encontrará vivo en otra dimensión. El suicidio representaría por lo tanto el desconocimiento de lo que acontece en la vida post mortem. Sólo la ignorancia amenaza la vida, y representa el origen del error que implica el segar nuestro propio aliento: “Si las gentes estuviesen convencidas de que no pueden escapar, de que el resultado de sus acciones es inevitable, este conocimiento actuaría sobre sus mentes al llegar la ocasión de un súbito impulso de suicidio por el deseo de escapar de un mal”. Pestanji Temulji Pavri en “Teosofía explicada”. El impacto de la frustración en el más allá será además multiplicado, puesto que en el mundo astral no hay el atemperamiento de las emociones que proporciona el cuerpo físico.


Dice la sabiduría oculta que el momento supremo de la angustia previo a la muerte que el suicida se inflige, perseguirá a éste en las esferas inferiores que le aguardan. Tenemos una hora de entrada en la vida física y tenemos también una hora de salida. Nuestro cuerpo mental vibrará el tiempo que previamente hayamos establecido en la programación de vida. Si acortamos ese tiempo de forma voluntaria hasta que llegue la hora en que esa vibración debía de ceder con la llamada muerte, se prolongará el malestar.


No hay castigo divino, pero sí, según susurra la ciencia divina, poco gratas consecuencias al infligir la ley. Una mayor difusión de la información de cuanto acontece en la vida post-mortem pueda ir poco a poco disuadiendo a toda mente del error que implica el suicidio. No sólo no nos sustraemos a unos desafíos que habremos de afrontar, por lo menos con igual dureza en una próxima encarnación, sino que también nos estaremos preparando una estancia triste y lúgubre en el lapso entre vidas físicas, por lo menos hasta ser rescatados de las bajas dimensiones del astral por almas altruistas. El solo pensar en nosotros con tanta intensidad nos traslada a unas esferas tenebrosas en las que viviremos la asfixia de esa soledad.


Aceptar nuestro plan de vida, por duro que a veces nos pueda parecer, es aceptar que Dios, la Vida quiere lo mejor para nosotros, lo mejor para nuestra evolución. Aceptar nuestro plan de vida y desechar toda tentativa de abortarlo, entregarse en las manos de Dios, por dura que a veces semeje esa entrega, es el camino. No cabe burlar lo que nos corresponde, lo que sí cabe es prepararnos un mañana mejor. Ese futuro más feliz comienza asumiendo en primer lugar el presente y después proyectando una voluntad clara de hacerlo diferente, más en donación y amor al prójimo, en sintonía con las necesidades ajenas, con el pulsar de la Vida.


Escapar nunca es la solución, sobre todo si somos consientes de que ese escape implica acabar con un gran esfuerzo colectivo para que nosotros estemos aquí y ahora sobre la tierra respirando. Escapar no es la solución, porque toda vida es sagrada y esa sacralidad arranca en nosotros mismos. El destino, en cuanto a ley de consecuencia, en cuanto a ley de efecto que antecede una causa, se acepta, no se le burla, entre otras razones porque es imposible hacerlo. La página en blanco lo será al finalizar esta vida física, un vez haya finalizado también el período de recapitulación, descanso y proyección en las dimensiones espirituales, nunca antes.


Vida Una e indivisible


Somos invitados a la protección de todo latido en todas sus formas y latitudes; somos siempre invitados a liberarlo de la amenaza, en la medida de nuestras posibilidades, con cuidado, sensibilidad y a la vez con todas las razones que encontremos al paso.


Nada más lejos del juicio. Estas letras se pretenden más cercanas al susurro que a cualquier forma de cruzada. Somos invitados a amar y cuidar la Vida Una, a procurar su defensa en todas sus condiciones. La Vida es Una e indivisa. El manto de la ecología es mucho más ancho de lo que pudiéramos imaginar. En realidad no tiene límite. ¿Procede defender los árboles de la Amazonia y después identificar suicidio con valentía o cuestionar la sacralidad de lo que late en el vientre de la madre? No hay unos latidos a callar y otros a defender.


La voluntad es uno de los músculos más necesarios a ejercitar. La vida es también escuela de valentía y de coraje en la que deberemos graduarnos. El suicidio nunca será la solución y es necesario compartirlo pues, como hemos observado, los números del ocaso voluntario se disparan. Estamos siempre en deuda con la Vida que a cada segundo nos obsequia, estamos en deuda con los seres celestiales que nos ayudaron a preparar la encarnación, con el mundo angélico que nos proveyó de los cuerpos para las diferentes dimensiones… Ya en la tierra, estamos en deuda con nuestros padres que se sacrificaron por nosotros, por la sociedad que nos ha provisto de tantos bienes y servicios imprescindibles… Siempre por lo tanto agradecimiento, siempre intentar saldar las deudas con el servicio altruista y así perpetuar sin límite la cadena del recibir y el dar.


Evidentemente no todos los suicidios son iguales y comportan una igual carga kármica. No es lo mismo el caso de quien se suicida como Sócrates ante un ajusticiamiento inmediato, que el quien lo hace en la plenitud de la vida, con meticulosa y consciente preparación. No es lo mismo quien se priva de la vida física en su juventud física con todo un proyecto de vida por delante, que quien lo hace, como el caso que nombrábamos, ante la inminencia de la muerte.


Nada más lejos del juicio. Sólo anhelo solidario corre por estas líneas. La vida física tiene plena razón y sentido. Aspiramos a poder contagiar algo de ello. La vida en el más allá se nos ha ocultado y queremos dar también algo de ella a conocer, pues es ya muy concreta y contrastada la información al respecto que nos está llegando. En los tiempos de los raudales de clara Luz, queremos humildemente sumar a Ella.


Si Dios quiere, seguiremos escribiendo sobre el tema, pues consideramos prioritario contagiar esperanza en la vida que nunca se acaba, en la vida física siempre colmada de oportunidades y que nunca deberemos, bajo ninguna razón, cercenar voluntariamente. Será ya en un formato más largo y lo compartiremos en otras plataformas.

 
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