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Manual de seguridad para el nuevo milenio

Con miedo en los huesos no somos nada, apenas piltrafas tiritando. Nuestros días pierden sentido si cuando abrimos un simple sobre nos tiemblan los dedos, si cuando subimos la escalerilla de un avión nos asalta el espanto, si cuando entramos en el metro nuestros pulmones imaginan respirar letales aires.

La vida es algo muy grande como para mantenerla sometida a la denigrante dictadura del miedo.

En medio de este agitado otoño los temores se agrandan al mismo ritmo que los retos. En los prolegómenos del tercer milenio el ser humano atiende al prioritario desafío de volver a vivir en paz, de respirar en calma. En estos tiempos de encrucijada y crisis mundial sazonada por blancos y mortíferos polvos, nos corresponde explorar las causas del desasosiego, los verdaderos remedios contra el miedo cada vez más generalizado.

Avanzo sugerencias de realización inmediata y probada eficacia. Bienvenidas las aportaciones en la conformación de un apresurado manual. Sólo se ruega que el empeño contra el terror ya químico, ya aéreo, ya doméstico…, no comporte medidas-parches, o engañosos paliativos tipo alambradas electrocutantes, ejércitos de vigilantes, o a mayor escala, costosos escudos antimisiles, desmoralizantes guerras… Sólo se aceptan medidas preventivas, globales y definitivas.

Para respirar tranquilo el ser humano, antes que liquidar a los fogosos integristas, habrá de levantar por fin una casa para todos, no para unos pocos. Deberá de compartir sus aleros, su despensa, su jardín, su computadora, por supuesto el olor de sus flores. La solidaridad deberá de pasar al rango de compromiso y abandonar la condición de limosna. Deberemos espantar al hambre de todas las mesas, acallar el clamor de las barrigas desnutridas, destacar médicos y maestros en todas las barriadas y aldeas.

Para respirar tranquilos el Norte deberá de ensanchar la manta del confort, de forma que el Sur también se tape con ella. Quizá mañana nos alcance para microhondas y “yakuzzi” globalizados, pero de momento que todos tengamos cristal en la ventana, puchero al fuego y agua pura y cantarina en el grifo.

Para respirar tranquilos habremos de respetar que todos los pueblos elijan su futuro, aún a costa de que ello retrase la hora en que, de común acuerdo, tumbemos las fronteras y por fin vivamos todos cual gran familia unida.

Para respirar tranquilos los americanos dejarán de clamar a pleno pulmón "U.S.A" en sus reuniones multitudinarias y comenzarán a pensar que su verdadera patria supera los límites del imperio y se funde con los del mundo.

Para respirar tranquilos las civilizaciones han de encontrarse y fecundarse, no rehuirse y acorazarse. Habremos de comprender que las más esplendorosas siempre han sido las que han acogido y nutrido a las otras.

Para respirar tranquilo el ser humano deberá de perder su propio miedo a la muerte, deberá de una vez por todas empezar a imaginar que la vida nunca que se acaba, que es continuo aprendizaje, eterno desafío de amor que incluye, en su programa de despliegue e implementación, el encuentro con más de un barbudo talibán.

Para respirar tranquilos habremos de observar que a Dios se le mira con los más diferentes ojos y se le nombra desde los más variados labios; comprender que no hay más Verdad que la que poco a poco todos vamos construyendo, susurrándonos intuiciones, compartiendo trozos de pequeñas verdades, retales de infinito; habremos de reparar que los dogmas y las religiones únicas son las trampas que puso el Cielo para que un día superáramos orgullo, despejáramos ignorancia.

Después de todo la verdadera seguridad no es fácil encontrarla fuera. No conciben amenaza el hombre y la mujer bien anclados dentro. Nada turba a quien vislumbra desde su interior abierta panorámica de eternidad.

No nos equivoquemos, no han llovido por casualidad los polvos blancos que tienen paralizados de temor a buena parte de la ciudadanía occidental. Aventar su amenaza implica, en realidad, un cambio en las injustas estructuras sociales y económicas en las que está asentado nuestro mundo, nos obliga empezar a conjugar con seriedad el verbo compartir en todos sus tiempos y modos, comporta por último lanzar un sincero guiño de encuentro al acorralado Islam.

Podemos y debemos respirar tranquilos por las calles y veredas de este maravilloso planeta. Para ello no es preciso invertir en sofisticados "scaneres", ni en más seguridad aérea, ni en más detectores de bombas. La mejor inversión en materia de seguridad es barrer de polvo y miseria las calles de Kabul, de Gaza, de Managua…; es reunir a todos los credos bajo una misma cúpula, comenzar a orar y cantar todas las religiones unidas.

Sembremos lápices, pizarras, dispensarios, mucha soja y esperanza, ya no más cardos de separatividad y de odio, para que la fragancia de la paz inunde todos los campos. Volveremos a abrir las cartas sin temblor de dedos, a subir a los aviones con el gozo de remontar los cielos, pero para ello debemos primero colmar de justicia y pan la tierra.

Dicen que estaba cantada esta hora en la que el miedo se subiría a la grupa de muchos vientos, en la que el Antrax camparía a sus anchas y cundiría la desconfianza entre los humanos. Pero antes de que los agoreros del desastre, de que los profetas del apocalipsis entonarán su "requiem", había otra hora de adelantado canto.

Estaba también anunciada una hora de auténtica seguridad de puertas y corazones abiertos, una hora sin tuyo ni mío, porque se funden en su grandeza y diversidad tu Dios, tu patria, tu jardín, tus sueños y los míos…, y de repente respiramos un nuevo aire, pisamos una nueva Tierra, gozamos de una nueva mirada. ¿A qué aguardamos? Construyamos esa hora sin flojera en las piernas, sin máscaras antigás en los armarios, sin más temor en los corazones que aquel que nos asalte por no esparcir todo el manojo de felicidad que cada quien trajimos a este mundo.

Recuerda, tu miedo calla si en el Sur también sonríen, tu temor vuela para siempre si construyes un nuevo mundo.

 
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