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Pueda ser él

¿Quién dijo que estaba todo perdido? Seguramente nos equivocamos al pensar que dentro de la vetusta institución no había nada que hacer, que bajo las sotanas de la Jerarquía no podía medrar ninguna esperanza, que entre tanto anciano purpurado elegido a dedo, no había posibilidad de renovación alguna… Y sin embargo estos días hemos podido comprobar que sí se abría rendija para el aire fresco, que había mármol para esos humildes zapatos negros, margen para un Papa argentino y además jesuita. Al día de hoy, el mayor cambio posible, sereno y tranquilo, en el seno de la Iglesia católica está en marcha y no podemos por menos que saludarlo. Un antiguo escepticismo se va rindiendo felizmente día a día ante el monitor de la televisión. Cierta e inocente generosidad llama a nuestra percepción desconcertada. Hemos visto, los estamos viendo en cada una de las comparecencias públicas de Francisco I y estamos comenzando a creer…

Cuando salió a la luz la biografía del nuevo Papa, en tantos aspectos marcando una positiva diferencia, algo me transportó a la orilla del mar. Se abalanzó sobre mi mente el recuerdo de tantos amigos cristianos de Donosti, ligados a la familia y al Foro espiritual de Estella. Me acordé de toda esa buena gente que merece en Roma alguien con toda la fuerza del amor que ellos/as llevan dentro. Esos cristianos que han devorado durante años el Jesús de Pagola casi a escondidas, que añoran las libertades que siempre gozaron con Uriarte y Setién, todos esos cristianos cuyo desbordado anhelo no termina de entrar en los sermones oficiales, entre los párrafos siempre estrechos de los catecismos, esos cristianos genuinos que se han ajustado a lo impuesto, cuyo espíritu se ve encarcelado en el dogma establecido y que por lealtad no dieron un paso fuera del perímetro eclesiástico…, necesitaban un Papa, como todo apunta, puede ser Francisco I. Su sencillez, cordialidad y voluntad de cambio abre cuanto menos una ventana a la esperanza.

Todos esos cristianos que cargaban con tanto “amén” a lo que les llegaba desde arriba, que ya no sabían dónde buscar brisa renovada, que esperaban de la jerarquía una apertura, una inclusividad, una flexibilidad que no terminaban de llegar, que querían ver en el Papa un reflejo auténtico del Nazareno…, pueden estar en vísperas de su hora.

Lo llevaban toda su vida buscando, por supuesto mereciendo. Lo habían llamado en tantas cerradas noches, en la hondura de tantas crisis, en tantas fervientes oraciones… y hay más que evidencias de que puede haber llegado. El Papa que rechazaba limusinas y viajaba en “colectivo”, que vivía en un sencillo apartamento y se hacía su propia comida, que frecuentaba a los pobres y lavaba los pies a los enfermos…, puede ser el Papa por el que ha suspirado toda esta buena gente de fe.

Ojalá final feliz en esta larga historia, en la recta final de demasiadas frustraciones… No hablamos de saltos al vacío, de rupturas incomprensibles con el pasado, nos referimos a gestos cargados de significado como los que ya ha protagonizado el nuevo Papa. Se trata de ese toque de sano humor, de alejarse del dogma y volver al corazón, se trata de bajar a la calle y caminar a pie y compartir fe, de guiños sinceros de encuentro para con los líderes de las otras religiones... Hoy leemos la buena nueva en los periódicos de que llegó a Roma viajando en clase económica, con los zapatos que le regaló la viuda de un sindicalista. ¿Será que las ganas tan grandes de cambios que abrigamos redactan ya su historia? ¿Será que no sabemos dónde volcar toda la esperanza acumulada, dónde saciar toda la sed de cambio que no cabe en nuestras gargantas…?

Nos han terminado de contagiar esos cristianos del mañana soportando durante tanto tiempo la asfixia de lo caduco, esos incondicionales del evangelio y su apuesta silente de a largo plazo, esos seguidores de un tal Jesús que piden liderazgo de incondicional amor, de celeste talla. A fuerza de ejemplaridad han hecho nuestras sus esperanzas. Pueda estar Francisco I a la altura de tanta sincera aspiración despertada, a la par de tan irrefrenable expectativa. Pueda estar al nivel de lo que el mundo y la cristiandad necesitan. Quiera el Cielo que suponga el inicio de una profunda renovación, de una nueva era en la Iglesia. Por esa Iglesia abierta, hermana, solidaria, sencilla, con rostro también de mujer, fiel al legado eterno del Nazareno…, que esos entrañables católicos y tantos otros también deseamos.

Koldo Aldai

 
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