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Europa, nunca olvidarla

Habrá que rehacerla, reconvertirla, repensarla, redibujarla, colorearla… Habrá que reanimarla, revitalizarla, resoñarla…, mas nunca olvidarla. No es nuestra Europa, nuestro sueño…; estamos ante un ideal que pertenece a la casi entera humanidad de hoy, a los pobladores del pasado, sobre todo a los del futuro.

Más allá del bolsillo supuestamente amenazado, más allá de nuestra escasa participación en su gestación, de la eventual precipitación en la elaboración de su Tratado…, no la olvidemos. Evidentemente se podrá hacer mejor, pero, pese a todas sus deficiencias y errores, la Europa Unida sigue siendo imprescindible.

Euroescepticismo implica, bien desconocimiento, bien desestimación de la historia y de los sufrimientos que supuso su avance. El dirigismo excesivo, la primacía mercantilista, la burocracia abultada…, no son, por lo demás, males de los que están exentos nuestros estados.

Europa tan sólo multiplica fallas y aciertos. Vicios, errores e incluso abusos pueden y deben de ser argumentos para la alerta, pero no suman para el rechazo. Las objeciones al proceso de ampliación supuestamente acelerado, las reservas al proceso de dotación de un Tratado… son legítimas, necesarias; la oposición frontal a esos procesos, es ya más difícil de comprender.

Tornemos la mirada, viajemos al ayer con el que estamos en deuda, visitemos los campos de concentración, observemos el humo nacido de los huesos, las carnes, las vísceras de las víctimas europeas contadas por millones. Caminemos por las calles desoladas de las ciudades bombardeadas, escuchemos los gritos desesperados que salen de las ruinas que fueron hogares. Acerquémonos a las mil y un trincheras del pasado, caminemos entre el barro y la sangre, entre el dolor y el desagarro insoportable. Remontemos las almenas de los castillos, avistemos desde su altura los campos de cadáveres… Seguiríamos para atrás y tropezaríamos con las cuevas, con las tribus que, con hachas de piedra, también se despedazaban.

Saltemos desde un presente amurallado de temores infundados. Lancemos nuestra mirada más allá de intereses poco altruistas que pretenden cercenarla. Viajemos la historia verdadera, la de los pueblos y naciones que se batieron hasta el agotamiento, hasta que nacieron Europa, hasta que la brotaron de un dolor de milenios, en un parto henchido de esperanza. No nos asiste derecho a olvidar la Europa Unida. Pertenece también a los que gritaban en las ruinas, a los que entraron en los hornos, a los que se destruyeron en las trincheras, en las murallas, en los valles, en las cuevas… Cargamos durante milenios con el odio entre países, entre pueblos vecinos. La división, el dolor y la muerte jalonaron nuestro pasado, hasta que ahítos de una confrontación y sufrimiento ancestral, muy recientemente nos dimos cuenta que era ya preciso empezar a cohabitar y cooperar, a echarnos una mano y no matarnos. Hace tan sólo medio siglo reparamos en que era necesario establecer un marco seguro de convivencia e intercambio, no de permanente agresión y batalla.

No es sólo nuestro sueño, no es nuestra Europa Unida, es la de quienes la suspiraron y esbozaron sus contornos aún en la lejanía. De lo contrario, ¿por qué murieron por millones en las ciudades bombardeadas, en los campos de concentración, en las trincheras, en los castillos…?, ¿para qué tamaño sacrificio? Tanto dolor debe de haber traído su debida recompensa en forma de un continente, de un mundo más seguro, más pacífico y estable. No amenacemos sueños que no nos pertenecen, no abortemos esperanzas que nacieron con otros, en el ciemo de una angustia que nosotros no vivimos y de la que el destino se cuidó de apartarnos.

¿Qué otros referentes avanzados existen hoy en el planeta de países que hayan decidido caminar juntos? No es sólo nuestra Europa Unida, la que podemos rechazar con heladora frivolidad, es la de quienes aún hoy, en nuestro mundo, padecen nuestro propio pasado de división, de odio entre naciones, nuestro ayer de cruel injusticia, de infame explotación… No es sólo nuestro continente integrado y unido, es el de los supervivientes y soñadores que aún hoy se reparten por el mundo. Es el horizonte que no podemos deshacer, es el precedente que no les podemos borrar, el modelo que no podemos tumbar, es la bandera azul de las estrellas que no podemos arriar.

Vale ya de ombligos personales o nacionales, vale ya de preocuparnos de nuestro exclusivo bolsillo, o de aprovechar las consultas del Tratado para tumbar al político de turno, vale ya de estados que no ceden por unos euros. Tomemos el tiempo preciso para la reflexión, hagámosla con más consenso y esmero, participemos más en su construcción, pero, por nada del mundo, vayamos a olvidarla. Al fin y al cabo, no es sólo nuestro sueño y el de quienes nos precedieron, es sobre todo el de las generaciones futuras. No les privemos de lo que ya les pertenece: un ancho continente sin fronteras, ni batallas. No les privemos de una patria inmensa, antesala de la única y verdadera patria por la que merecerá en el futuro batirse el cobre: la patria planetaria.

 
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