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Responsabilidad planetaria

Dice Thich Nhat Nanh que el siglo XXI será un siglo de espiritualidad, “pero sólo si somos capaces de convertirnos en una gran comunidad. Sin una comunidad, nos convertiremos en víctimas de la desesperación”. Nos adherimos al llamado del monje vietnamita. No podía ser de otra forma. Hasta el presente no lo logramos, pero ahora sí puede por fin prosperar el anhelo de convertirnos en una gran comunidad planetaria. Añade este profeta de nuestros días, que sufrió en su propia carne la persecución política: “Nos necesitamos los unos a los otros. Necesitamos reunirnos para compartir nuestra sabiduría, nuestra comprensión y nuestra compasión." Tuvimos que transitar el largo lapso de la separación, aprender las lecciones que estaban en ese itinerario plagado de banderas particulares. Si el mundo se ha tornado tan pequeño, si estamos todos/as interconectados/as, ¿qué nos resta para ensanchar techo y mantel, para asumir la conciencia de familia y de responsabilidad planetarias?

Hasta aquí hemos llegado con nuestras espadas y cañones, con nuestros fusiles y otros fatales hierros que tantas heridas abrieron. El viento de la comunión levanta el olor a pólvora que aún se estancaba en tantas laderas. Cicatriza ya la historia y su ignorancia supina, la ceguera de no sabernos hermanos, de no reconocernos por naturaleza unidos. La ideología está llamada a ser suplantada por valores eternos y universales, por principios trascendentes; las patrias y religiones a mermar para que pueda emerger por fin el humano planetario. La diversidad está llamada a nutrir y enriquecer, nunca más a confrontar. Ya no es viable aquello de que cada quien proteja únicamente su propio coto, su exclusiva geografía. Se trata de un cambio sustancial en la mentalidad humana y sin embargo es la única salida posible al actual momento de profunda crisis.

Pantalla y teclado nos revelan todo su poder para amalgamar gentes y cocrear alternativa. El presente es un círculo que se ensancha cada día más y más a golpe de bits, a gesto de mano tendida. La clave del presente es asumir en el ámbito de nuestra responsabilidad no sólo a los más allegados, no sólo a los de nuestra familia de sangre, los de nuestro club, los de nuestro color deportivo…, sino al conjunto de la familia humana; asumir nuestra responsabilidad, en tanto que hombres y mujeres, con todos nuestros congéneres, también con los reinos animal, vegetal y mineral que nos sostienen y a los que igualmente debemos cuidado y protección.

No nos cansaremos de decirlo, no está en crisis sólo un sistema económico, un país determinado a orillas de un Mediterráneo. Está en cuestión un modo de pensar anclado en lo más profundo de nuestras células que nos invita a preocuparnos exclusivamente de nosotros mismos. Está en aprieto la mentalidad que ha regido toda la historia humana hasta nuestros días, está en profunda quiebra todo un modelo civilizacional basado en el progreso de lo particular a costa de lo colectivo.

Tenemos por delante el gran salto de la conciencia, el Rubicón de la evolución humana: la superación del paradigma de la confrontación. Por doquier los signos que nos invitan a pensar en clave global, a dejar atrás el tiempo de la separación, de las ideologías, las clases, las patrias y religiones confrontadas. ¿Cuántos llamados a cuántas batallas? Ya no deseamos triunfar sobre nadie, tampoco padecer bajo nadie. Pagamos ya la cuota de dolor, regamos con nuestra sangre todos los campos de batallas. Caímos en todos los barros empuñando todas las armas que han sido. Hemos matado y hemos muerto las veces que ha hecho falta. Cubrimos ya la cuota de desgarro y de lágrimas. ¿Qué nos falta por ver o por sufrir antes de reorientar definitivamente nuestros pasos hacia el compartir y el colaborar?

El futuro demanda que cada quien asumamos una responsabilidad cada vez más amplia en medio de una tierra aún demasiado parcelada. Caduca para siempre aquello de “¡Sálvese quien pueda…!”, “¡Gane, triunfe quien pueda!”…, que tornó insostenible la vida, que nos colocó al borde del abismo colectivo. La diabólica deriva de pensar sólo en primera persona ha puesto en cuestión el futuro del planeta y la humanidad. Toca ahora ensayar lo nunca probado a gran escala: anteponer los intereses colectivos a los personales, pensar en el beneficio de la comunidad antes que en el propio. Ya no vivir sólo para nosotros y los nuestros, sino convertirnos cada quien en guardianes del otro, en custodios de la comunidad global.

Claudican los dictadores de todo signo, se resquebrajan sus pirámides de dominio. Sólo nos aguarda toda una civilización por reinventar de arriba abajo. Estamos en período germinal, estamos en tránsito, pero podemos echar un lazo audaz, resuelto y creativo al mañana. Ya no es necesaria la prolongación del dolor inherente a un mundo fragmentado. Ya no podemos volver sobre nuestros pasos, retornar a las trincheras clausuradas, reinaugurar los campos de batalla de antaño. Por delante nos aguarda aquella era por fin fraterna, el tiempo de la mutua ayuda, de la prevalencia del principio superior de solidaridad universal, de la máxima sagrada de unidad en la diversidad. El aprendizaje de toda una larga historia colectiva de odio y batalla ha de traer ya, sin más dilación, su “debida de recompensa de Luz y de Amor” (Gran Invocación).

 
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