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Tintineo de esperanza

“¿Cuánto vale la cerveza? Un euro y medio”. Nuestra cabeza comienza a dar vueltas como loca para tomar precisa cuenta de lo invertido en el trago. El esfuerzo merece la pena. En realidad cualquier empeño en favor de la unidad es poco. La mente se hará al “166” antes de lo que pensamos, incluso los más torpes en números aprenderemos a bailar con el euro en nuestra lenta computadora cerebral. Se trata tan sólo de someter nostalgias y aplacar comodidades.

El primero de Enero del 2002 dimos adiós a la “rubia” y toda su familia. Si guarda alguna bajo el colchón, aún podrá cambiarla hasta Junio del mismo año.
Con la peseta compramos y vendimos nuestro pequeño mundo. Con ella tasamos cuanto nos rodea. A través suyo hemos comprendido el valor de las cosas, de la energía, de los tiempos; dentro de poco sólo metal para los coleccionistas. Ya no medirá, ni interpretará sino recuerdos, devolviéndonos la conciencia de la futilidad de cuanto nos rodea, cierta noción de impermanencia en la que estamos instalados.

A partir de Enero hacemos sitio a una nueva medida, un nuevo calibre con el que tasar el mundo. Compartiremos este cálculo monetario con 300 millones habitantes. Resuena en nuestros bolsillos un tintineo más universal, canta un rumor de recién estrenados “euros” en los monederos de buena parte de los europeos. Se trata, sin duda, de un sonido de esperanza, de confianza en un continente y un mundo más unidos.

El nuevo tintineo se escucha de día en día con más fuerza. Los quince en unos años serán veintisiete. El ejemplo ha cundido y las naciones europeas del Oeste y el Este apuestan definitivamente por caminar juntas. Un total de doce países están negociando su integración en la Unión Europea. Un primer grupo formado por Chipre, la República Checa, Estonia, Hungría, Polonia y Eslovenia comenzó la negociación en marzo de 1998. Bulgaria, Letonia, Lituania, Malta, Rumania y Eslovaquia lo hicieron el pasado mes de febrero.
El tan manido euro no es simple anécdota, sino signo fehaciente de una nueva conciencia que se está fraguando. Parece que tras él vendrá una Constitución en la que quedarán reflejados los derechos y deberes de los europeos. “La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea” de Niza es considerada como el embrión de esta futura Constitución. Más pronto que tarde comenzarán a caer en el orden del día de las Cumbres de los estados miembros temas como el espacio judicial común, el Gobierno confederal, el ejército europeo…

Si hoy unificamos moneda mañana podemos fundir leyes y banderas. Cuando juntemos los colores de todas éstas, desaparecerá toda sombra de conflicto bélico. Si hoy compartimos moneda, mañana podemos comenzar a compartir espacios más grandes de futuro. En realidad la historia humana, la historia de los pueblos no es sino una carrera más o menos consciente hasta compartir un mismo destino. Nuestro pasado es un laberinto de aleccionadores pozos, de catárquicas y esclarecedoras guerras que desembocan en imperecederas lecciones de paz. Sólo un continente como el nuestro, sacudido durante siglos por batallas, puede albergar tanto anhelo de unidad.

Dicífilmente unas naciones que acarician en sus bolsillos una misma moneda volverán a citarse frente a frente en las trincheras. Todo indica que la lección está definitivamente aprendida. El euro es un logro colectivo y es posible acariciarlo con sana satisfacción. Europa es una región de región de la tierra que ha apostado fuerte por la mutua cooperación. Con todos sus reveses y dificultades, al día de hoy, la Unión Europea es referente mundial en el camino hacia la armonía y la concordia entre las naciones.
No todos sonríen al nuevo tintineo. Todo avance tropieza con detractores. El de los conservadores es inherente a su propia condición, el de los progresista es más difícil de interpretar. El euroescepticismo de izquierdas permanece aquejado de fuerte amnesia. Paseemos nuestra memoria por los arrabales de las ciudades destruidas en la II Guerra Mundial, hundamos por unos momentos nuestros pies en las cenizas de aquella magna conflagración. Quizá lo último que pensaríamos es que esas mismas naciones que se habían destruido, comenzarían pronto a latir en clave compartida, lo último que pasaría por nuestra cabeza es que cinco décadas después acuñarían una misma moneda .
No se trata de un simple ruido de metales codiciosos, de monedas interesadas. Ese interés puede mutar, tornar de día en día más altruista. La “Europa de los mercaderes” es susceptible de elevar su mirada, de empeñarse en un comercio más justo, de hacerse más sensible a la desigual repartición de la riqueza… De cada uno de nosotros depende que hagamos cada vez más sitio en torno a la mesa colmada de la U.E., que todas las regiones puedan colmar también su propia mesa. Quizá haya sido más complicado unir países y monedas, que en el futuro sacudir con fuerza nuestro bolsillo común en favor de un mundo más equitativo.

Comienzan a callar en Europa los himnos de las patrias junto a sus ruidos de espadas y cañones. Con la moneda única merma el estado, aún habrá que empequeñecerlo más, hasta limitarlo a una estructura confederada. La propia y exclusiva moneda, uno de sus símbolos más emblemáticos, desaparecerá en breve. Por el contrario, el sentimiento de pertenencia a una comunidad transnacional ha de crecer. Es el comienzo de un largo viaje hacia un mundo cada día más hermanado.
Algún día enterraremos todas las monedas, incluso los relucientes euros. El intercambio desinteresado hará enmohecer los billetes ahora más preciados. Mientras seguimos arañando trozos más ambiciosos de utopía, resuene con alegría el tintineo esperanzado de la nueva moneda europea.

 
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