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Grandes teclas

No le hables de washaps. Con su teléfono de grandes teclas no necesita nuevas tecnologías. Ella se sirve de su hilo para mantener cuanto puede unido, familia, amistades, relaciones… No sabe de nueva era, pero ella reporta, abraza, consuela puntual cada mañana. El ritual diario le demanda un banco y ninguna prisa. La lista de agraciados tiene su orden escrupuloso. Todos aprecian su sencilla ternura cuando les llega el turno. Una voz sola aún despistada y gastada, aún desmemoriada es capaz de horadar distancias y tiempo. Unida a ese hilo de cobre es aún más poderosa.

Le digo una cosa y me habla de otra. Las palabras van cediendo, se van volviendo inútiles, ¿pero qué es lo que ocurre que cuanto más se gasta y caduca el verbo, más se unen las almas? ¿Qué tiene la ancianidad que se nos hace tan cariñosa, tan grata e imprescindible al oído de dentro?

Soplo sobre su voz menguada, sobre su aliento. No sé qué ocurrirá cuando deje de correr la lista, cuando calle esa voz ya quebrada al otro lado del teléfono. Las voces queridas se vuelven débiles para aprender a despedirlas, para ejercitar una unión que trascienda toda cobertura. Levantaré a mis cielos algún satélite poderoso, para cuando ella no pulse ya las grandes teclas y se corte el hilo de cobre, para cuando no suene su cálida llamada, para cuando se levante del banco y emprenda alto, merecido vuelo…

Artaza 31 de Mayo de 2018

 
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