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LA AMNISTÍA NECESARIA

Podemos vivir varias vidas en una sola si se tercian adecuadas e iniciadoras circunstancias y osamos renovarnos por entero, si aprovechamos crisis y desengaños para imprimir a nuestros días significados más responsables y elevados. La valentía de abrazar perdón tiene esa ventaja añadida de regalarnos una nueva y más prometedora vida. Estamos llamados a perdonarnos las deudas de "las otras vidas", por supuesto también de la presente.

Debió ser por lo tanto otro tiempo, seguramente otra vida, cuando mi amigo fue asesinado por el GAL. Seguramente a falta de mejores cosas que ofrecer, servía vinos y copas en un bar de Hendaia que frecuentaban refugiados. Detrás de su mostrador fue acribillado en la flor de su juventud. Tenía mi misma edad, quizás también mi misma mente confundida.

Quizás mereciera rejas, pero nunca balas a quemarropa en un pecho recién ensanchado. Eso y mucho más le hemos perdonado a Felipe González, eso y mucho más nos debemos mutuamente en aras del fin último de la sana y armoniosa convivencia, del nuevo contrato entre los españoles. Aquella guerra oscura con barbaridades de ETA e injustificables contragolpes del Estado, debió quedarse en la anterior y ya felizmente lejana vida personal y colectiva.

En realidad, en mayor o menor medida, todos erramos. Nos debemos por lo tanto al perdón, al mutuo y sincero perdón, pues sólo éste es capaz de arrancarnos en un tiempo definitivamente nuevo. Dando un salto cronológico de décadas en la reflexión, ya en nuestros intensos e igualmente confusos días, Carles Puigdemont ha sido medianamente ponderado en sus condiciones para iniciar negociaciones de cara a la formación de un nuevo y progresista gobierno. No ha pedido los imposibles que temíamos; amén de otras premisas, ha reivindicado un más que razonable e imprescindible borrón y cuenta nueva. ¿Quienes blandieron porras cuando las urnas de Octubre, no necesitan también de nuestro perdón y amnistía, por lo menos los de la historia?

La amnistía es un perdón a lo grande. En el contexto actual, con la amnistía que justamente se reivindica a Sánchez todos obtenemos evidentes beneficios. No blanquea ningún delito que seguramente nunca fue; honra a quien la aplica. La vilipendiada amnistía a los implicados en el procés no es sólo el órdago del "president" perseguido, es también la condición para que España vuelva una vez más a nacer. Le restan aún muchos nacimientos. Los que la "nacieron" en los ochenta, debieran contribuir a su imparable, urgida y constante génesis.

Amnistía es recordarnos que en realidad todos estamos naciendo de nuestros errores del pasado, los que precipitaron una independencia inmadura y sin los consensos necesarios y los que blandieron porras, cuando a la calles se sacaron urnas y no "goma 2"; los que llevaron el conflicto más lejos de lo cabal y los que respondieron con incomprensibles banquillos y penas desorbitadas a un contencioso exclusivamente de índole política. De cualquier forma no hay un alarde desmedido de generosidad en indultar a Puigdemont y a quienes le siguieron en aquella fracasada, pero siempre pacífica andanada, sí un ejercicio de inteligente, acertada y responsable política, un necesario gesto de buena voluntad.

Duele en particular que Felipe González se manifieste tan visceralmente en contra de la amnistía, del perdón de quienes sin violencia alguna, declararon la independencia de Catalunya. Duele esa tenaz tutela del anciano líder socialista de nuestra democracia que se ensancha día tras día, duelen esos obstáculos que pone para una nueva convivencia entre los españoles.

¿Si a él, tiempo ha, le perdonamos aquella "guerra sucia", por qué él no perdona a quienes han llevado a cabo una "batalla limpia", sin violencia alguna, sin adversarios muertos bajo la cal? Tamaña contradicción no debiera tener lugar en la nueva política.

Para que España siga progresando en democracia, ahora necesitamos de los González que también en su día la engrandecieron, por más que no estuvieron exentos de serios errores. Nadie debiera querer prolongar sus minutos de gloria a costa de socavar paz social y perpetuar conflicto. Nadie, ni siquiera el afamado ex-presidente, puede detener una historia cuyo progreso, siempre, inevitablemente irá de la mano del perdón y la reconciliación.

 
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