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Muros de San Vicente

Alegato en favor de una nueva y ancha alianza espiritual  
Querid@s amig@s: os presento el texto que he redactado para una breve conferencia. El párroco de la iglesia de San Vicente en Donosti me invitó el pasado jueves, 14 de Abril, cordialmente a un acto religioso en el que compartir un testimonio personal de fe. He aquí lo que preparé para la ocasión:

"No había leído nunca una conferencia. Nos debemos al instante. El otro, la otra se merecen escuchar lo que sale de nuestra alma en el momento preciso, no en otro. Sin embargo se reúnen muchos tiempos, sentimientos, agradecimientos… en esta ocasión y es preciso ordenarlos.

Hay infinito amor susurrado entre estas piedras antiguas, hay millones de oraciones profundas, sinceras, desgranadas en estos bancos. Deseo sumar mi palabra, mi oración, mis silencios. Deseo sumar también un latido, un anhelo. Por supuesto un agradecimiento profundo por la invitación. Ese anhelo es el de una cúpula cada vez más ancha, el de un altar cada vez más compartido, el de una bancada más colorida. Hemos vivido demasiado tiempo marcando espacios, reforzando fronteras. Hemos albergado demasiado recelo, demasiado temor a lo diferente. La ignorancia, el desconocimiento justificaban de alguna forma esa distancia.

Pero vivimos ya el tiempo de las grandes, aguardadas, también profetizadas transformaciones. Hoy deseo sumar mi pequeño ladrillo a la nueva Iglesia sin dogmas, ni murallas, a la nueva comunión que no tiene su centro en Roma, sino en la profundidad de nuestros corazones. Deseo sugerir el abrazar lo nuevo, lo genuino que también está naciendo, más allá de estos templos. Deseo contribuir a enlazar, a vincular, a estrechar opciones de fe sincera.

Para nuestra comunicación en este encuentro se nos ha sugerido partir de un testimonio íntimo. Uno no debe abusar de la primera persona sino es necesario. Debía por lo tanto medir y calibrar las palabras. Por eso me puse a la pantalla. Apuro mis minutos con este texto leído, pues he visto una oportunidad de cerrar un círculo con paz, porque he encontrado hoy aquí y ahora una hermosa ocasión de reencuentro, de reconciliación. Reencuentro con los altares, las figuras, las cruces de ayer, con la religión materna, a la que también debemos agradecimiento. Dicen que en los momentos de apuro, cuando se nos traben las palabras urgentes hacia lo Alto, sólo correrá a nuestros labios el Padre Nuestro. Pienso que hemos de aprovechar todas las oportunidades de reconciliación que nos presenta la vida. Quienes hemos errado más de lo deseado hemos de estar alertas a estas posibilidades.

Vuelvo con gozo a una Iglesia de ventanas cada vez más abiertas a diferentes y nobles vientos. Vuelvo con gozo a la ciudad que amo, a un templo cargado de recuerdos. Muy cerca de aquí, en mitad de la Kontxa y su bahía, en mitad de mi adolescencia interpelé a Dios por su existencia. En un hogar lleno de hermanos el mar era mi espacio de intimidad con lo Supremo. En una bendita casa colmada de vida y jolgorio orar era escapar al océano. Iba nadando desde la Perla y cuando me había adentrado bien en la bahía, le pedía a Dios casi exigente que me diera señales de vida. Volvía una y otra vez a la orilla rendido, con el convencimiento de que no había obtenido respuesta. En mitad de uno de los lugares más sobrecogedores de la tierra, yo pensé que Dios no me hablaba. Así de orgullosos, de insolentes, de desagradecidos podemos ser los humanos. Todo cantaba en aquel escenario sublime y yo pensé que Él/Ella no estaba.

Tras los repetidos intentos de una conexión que interpreté fallida, alcanzaba la playa dispuesto a consumar un divorcio severo. La ruptura incluía cláusulas resentidas, por lo que empezaba a considerar había sido una imposición descarada, una pérdida de tiempo. El divorcio perduró por muchos años, un exilio interno se tragó buena parte de mi vida. Caminé pues sin lujos de preguntas trascendentes, sorteando los interrogantes vitales no fuera que volviera sobre los pasos de una religión con la que era preciso rivalizar. Pero ese errar orgulloso puede ser también arriesgado, pues el materialismo, el nihilismo, conducen a un desnortamiento absoluto, a una suerte de muy peligroso egoísmo.

Ha de pasar mucho tiempo hasta que uno vuelve a nadar con vigor y entusiasmo y a cada brazada a agradecer; hasta que encuentra a Dios en mitad de la bahía, en la mitad de cualquier instante o lugar, hasta que retorna feliz a una Orilla con mayúsculas. Ha de tropezar uno muchas veces hasta tomar conciencia del sentido superior, apasionante, trascendente de la vida. Ha de pasar mucho tiempo hasta que uno repare en los caminos, no tortuosos, pero sí tibios de entusiasmo, de fe, de esperanza en los que se ha adentrado. En esos caminos de tambaleante errar uno olvidará muchos nombres sagrados, oraciones, fórmulas y rituales… Habrá que inventarlos todos de nuevo. Sobre todo habrá que concebir a un nuevo Dios. Ya no el Padre excesivamente severo, cargado de doctrinas, de códigos y purgatorios…, ahora en cada brazada, en cada paso maravillado por esta tierra bendita uno deberá simplemente dejar sentir la Presencia única del Amigo inseparable, del Hermano del alma.

Al cabo del tiempo, al cabo del árido exilio, al cabo de una mente agotada, rendida, uno vuelve a nadar y las gracias permanecen en los labios. En el centro de las bahías de afuera y de adentro se deshace en silencios y en agradecimientos. Se siente en Casa, se encuentra en paz y en gozo y ahí permanece. Al cabo de todo ese exilio uno se libera de la tiranía de su mente falaz, de la dictadura del intelecto soberbio, ese dominio arrogante que puede ser más negativo que el del credo absoluto.

Vuelvo a la misma orilla, a la misma ciudad, al mismo y sagrado templo, bajo de las montañas que tanto me han enseñado, bajo también de los caminos perdidos. No criticaré aquello que no comparto, cantaré más bien a aquello que quiero que sea. En realidad canto a todo lo que canta… Hemos recibido tanto en esta vida que uno no puede sino ser agradecido. Cómo expresar el latido de adentro sin un agradecimiento perpetuo. En realidad me atrevería a decir que no hay Iglesia a la que suscribirse, no hay libro por devorar, maestro al que seguir, esoterismo en el que adentrarse…, bastaría ser íntima, sincera y constantemente agradecidos. Bastaría anclarnos en ese agradecimiento ya en medio de esta esplendorosa primavera, ya en el corazón de nuestros más duros inviernos, ya cuando se abre la flor y la vida nos sonríe, ya cuando afrontamos los más difíciles e iniciáticos desafíos. Bastaría devolver en servicio y entrega al prójimo todo lo que recibimos.

Preparemos juntos y juntas el camino de las nuevas generaciones. No se vayan a tropezar de nuevo ni con una imposición, ni con la otra; ni con un credo que les inocula temores y doctrinas antes de la hora, ni con un materialismo que les arranca las “gracias” de los labios. Preparemos juntos el camino de un credo vivo, liberador, inspirado en el incondicional amor que derrochó Jesús el Cristo. No vayamos a pensar que las nuevas generaciones aceptarán al Jesús rendido y crucificado. Sólo glorificarán al Jesús triunfante y redentor. No paseen por nuestras calles las Semanas Santas del mañana más sangre y coronas de espinas. No vayamos tampoco a pensar que las generaciones del futuro, los jóvenes que no han conocido aduanas, ni fronteras, aceptarán una Iglesia cercada y acorazada.

Estamos en una búsqueda maravillosa en medio de un tiempo absolutamente único. Lo importante es concluir que esta búsqueda es colectiva, es fraterna, no individual. La búsqueda y también sus logros y sus tesoros. Al fin y al cabo con Internet y las nuevas tecnologías hemos aprendido a conjugar eficazmente el verbo compartir. Lo importante es reparar en que absolutamente nadie por purpurado que sea tiene todas las claves, todas las verdades. Cada quien ha de subir solo a sus montañas, penetrar solo en sus bahías, pero después está la plaza ancha, inmensa de nuestros días que nos permite compartir, desahogarnos, crecernos, fecundarnos, nutrirnos…

A la postre los exilios, si bien arriesgados, son necesarios. Me atrevería a decir que imprescindibles siempre que se evite el total desvarío o descarrío, siempre que aguarde un hogar de puertas abiertas, una llama de fraterno amor encendida. Crecemos, nos nutrimos en el exilio, al fin y al cabo para volver al punto de partida, ahora sí con aprendizajes imprescindibles, con horizontes reveladores en nuestros corazones.

Bendita la ancha y concurrida plaza que el Cielo ha puesto a los pies de nuestro tiempo, al final de nuestros caminos de adentro. Es un honor llegar a San Vicente con palabras de reencuentro, de esperanza de búsqueda compartida, de paz…, no con las palabras de resentimiento que en algún momento susurraron mis labios.

Si la unidad en la diversidad se ha instalado en el campo de la política, la cultura, la economía, no debiéramos albergar recelos para que se instale por supuesto en el ámbito espiritual, en un terreno más íntimo. Al fin y al cabo sólo la consideración de la unión interna de todos los seres, la asunción del alto ideal de fraternidad humana y filiación divina, la conclusión de que todos somos sin distinción hijos e hijas de Dios, constituye la sólida y garantizada base que puede sustentar el resto de las otras, también imprescindibles, alianzas. No podemos pedir al mundo una fraternidad, que previamente las personas de fe y de esperanza de los más diversos credos no seamos capaces de forjarla.

Juntos y juntas con la ayuda de Dios, con la ayuda de Jesús, estamos inaugurando el tiempo soñado, la Nueva Jerusalen, el Reino de hermanos. Juntos y juntas, con el concurso del Cielo, seguiremos adelante en una comunión ancha, nutrida y fecunda, que integrará otros códigos, otros legados, otros credos. Juntos y juntas iremos adelante en una ancha red, en una santa trama vertebrada por la identificación en la esencia y la diversidad en la forma. La esencia radica sin duda en el amor fraterno y universal, en la consagración al prójimo, a la humanidad. A partir de ahí todo es diverso, todo es plural, me atrevería a decir que secundario. Unidos internamente se tratará de articular una alianza nueva con otras formas de entender y dirigirse a Dios, con otras formas de postrarse ante su Presencia infinita y eterna.

He ahí pues la nueva alianza por construir. Que podamos atender al gran reto, no ya sólo de ensayarnos en diálogo interreligioso, sino en encuentro profundo, vivo y sostenido con otros credos. Que estos muros que fueron y son testigos de tanta fe y tan puras preces, cantos y silencios, puedan también con el tiempo acoger la nueva y perenne alianza de los hombres y mujeres de buena voluntad, cualquiera que sea su credo."

 
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