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Ante el dilema del domingo

El ruido de los altavoces no alcanza estos páramos retirados, pero el eco de las elecciones sí acaba tomando estas alturas. Las papeletas inundan los buzones, pero sus proyectos no terminan de llenar la urna de nuestras ilusiones. Tenemos sobres y papel reciclados para rato. Los partidos en liza vienen corriendo al asalto con proyectos y promesas que muchas de las veces olvidarán cuando los escrutinios se resuelvan. Sin embargo esta búsqueda tan interesada de nuestra voluntad, no nos dejará en casa. Aún con todo votaremos. Pienso en los millones de jóvenes que cayeron en la primera y segunda guerra mundial, pienso en la Europa unida que ha sido posible tras su ofrenda y sacrificio.

El domingo no nos quedaremos en la cama, porque demasiados ancestros soñaron con la Unión de la que ahora gozamos, porque por muy descafeinada, burocratizada y mercantilizada que nos parezca esta Europa, no deja de ser un oasis de democracia y respeto a los derechos humanos en medio de un panorama mundial que adolece de ello.

Ahora bien no entregaré mi papeleta al partido en el poder, pues creo firmemente que otro mundo, otra política es posible. No, no es que ellos sean responsables exclusivos de todos los males, del paro, de la crisis… No echamos balones fuera, pero sí lo son de la creciente falta de libertades y de la corrupción rampante. Tampoco daré mi confianza al partido de la oposición, pues creo en la regeneración, no en los maquillajes, porque cuando estuvieron en el poder no lo hicieron muy diferente. ¿Es que la izquierda y la derecha no defienden la misma agroindustria, la mismas granjas de animales, los mismos macrohospitales o la misma y depredadora industria automovilística…?

Tampoco me inclinaré por el partido visagra en ascenso, pues donde yo vivo sólo miran para atrás y están presos de un rencor por todo lo identitario que no logran superar. Tampoco apoyaré a la izquierda más radical porque, aunque abrigan un sentido de justicia más vivo, la ira atiza muchas de sus palabras y nosotros queremos caminar y respirar puro aire, dejando nuestra ira al borde de los caminos. Protestamos mucho contra la Troika europea, pero nosotros somos Troika en la medida que sostenemos, en los diversos gestos de la vida cotidiana, ese mismo caduco orden imperante.

Tampoco votaré nacionalista por más que parte del corazón llame a ellos. Tienta apoyarles por el linchamiento político y mediático que padecen, por aquello de defender el derecho inalienable de los pueblos a decidir su futuro, pero tampoco deseo poner mi ladrillo sobre nuevas fronteras humanas.

Por supuesto no contribuiré al progreso de los euroescépticos, pues recuerdo aquella sangre y aquellas batallas y honro a los que lo dieron todo por el viejo continente vertebrado, pacífico y democrático del que yo ahora disfruto.

Deshojada la margarita, no por exclusión sino por convicción, queda la candidatura cuya papeleta no ha llegado siquiera a mi buzón. Seguramente no les alcanza para estos “mailings”. Son sin duda los Verdes europeos los que concitan mi esperanza y los que tendrán mi voto. Podría callar y observar su avance, pero yo quiero ser también su avance, por que si avanza Equo (“Primavera europea”) y los Verdes, progresan igualmente la defensa de la Tierra, la conciencia planetaria, el empeño de la sostenibilidad. Si avanza por todo el viejo continente la marea verde progresa también una economía verde, una democracia más directa y auténtica, una política más honrada, una forma de ver el mundo alternativa y diferente, más basada en el cooperar y el compartir, que en el sálvese quien pueda.

Hoy mismo la prensa proporciona datos alarmantes sobre el progreso del calentamiento global, ¿quién detendrá con fuerza y determinación al más espoleado de los jinetes del ocaso? Se suman lo sudores por tanto “striptease”. No es preciso pronunciarse ante todo, me digo a mí mismo, pero si estoy deseando que progresen, por qué no expresarlo. Sí es mejor desnudarse a tiempo, compartir esperanzas a que gane el desaliento y el escepticismo. Aspiramos a cambios. Que se vayan apeando del poder los de costumbre, que el “otro mundo posible” gane espacio en los salones de Bruselas y Estrasburgo. Quisiéramos que una mujer joven y valiente como la candidata Ska Keller, cargada de generosos ideales, de argumentos y de amor a la humanidad y a la vida, se pudiera sentar en la presidencia de la Comisión europea.

Creo que es el mejor uso que puedo hacer de mi limitado papelito. Honrar con él a los que nos precedieron, contribuir a abrir el camino a los/as que ahora están llegando, un sendero largo, pero estimulante hacia un horizonte de solidaridad humana y creciente comunión con la Madre Tierra, Amalurra.

 
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