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Osado juicio

En todo tiempo y lugar, Le han caído las peores injurias, pero a pesar de todos los mayúsculos improperios que Dios recibe a cada instante, hasta el presente nadie le había empujado al banquillo. Estas cosas son propias de los norteamericanos. A veces el poder ciega.

Hasta ahora los humanos hemos conformado una idea de Dios a imagen y semejanza de nuestros intereses y necesidades, ahora también en función de nuestros delirios. Un senador estatal de Nebraska, por nombre Ernie Chambers, ha presentado una demanda judicial contra Dios. Ésta ha sido admitida y ante la imposibilidad de que Dios se presente en el proceso, se cita a los representantes de "varias religiones, denominaciones y cultos que, de manera notoria, reconocen ser agentes del Demandado y hablan en su representación". La acusación: "Muertes generalizadas causadas por espantosas inundaciones, egregios terremotos, horrendos huracanes, terroríficos tornados, perniciosas plagas, feroces hambrunas, devastadoras sequías y guerras genocidas". Con todo ello, "El Demandado no ha mostrado ni compasión, ni remordimiento…”.

Más allá del absurdo trágico-cómico de la noticia, subyacen los síntomas preocupantes de una sociedad enfermiza. ¿Si no nos corresponde juzgar a nuestros semejantes, si hemos de rehuir la tentación del juicio de quienes nos rodean, cómo osaremos vestir la toga para más osados litigios?

El senador americano olvida que Dios trajo primero la vida, que el agua de las inundaciones antes estuvo calma y dibujó horizontes oceánicos, refrescó labios y eriales, bañó a niños y mayores. Olvida que el viento antes de enfurecerse encendió bombillas y partió grano, movió molinos y mareas, secó sudores y barrió calles, aventó penas y peinó colinas. El senador norteamericano no repara en que antes de que los hombres nos lanzáramos a la guerra, Dios nos había regalado paraíso, para que todas las naciones, razas y colores lo disfrutáramos por igual, pero a ese edén pusimos precio, a la tierra lindes y al débil un yugo.

Nos cuesta reconocer todos los dones con los que somos colmados. Presos de una supina ignorancia, las gracias nos quedan, a menudo, grandes. El supremo misterio de la vida permanece inaprensible. Desconocemos el cúmulo de alianzas, el concurso de fuerzas, de sacrificios, de donaciones… que hacen posible el pulsar de nuestra existencia. Como es abajo es arriba. El Cielo también parece estar nutrido. El palpito de la familia humana, del reino animal, vegetal… muy probablemente no es ingeniado por su sola Mente, sostenido por su sola Voluntad, no es monitoreado únicamente por su sola y penetrante Mirada.

Dios creó hogar para todos. No afiló flechas, ni fundió cañones, ni programó misiles… El senador habla de dolor y muerte, pero en el origen todo era gozo y explosión de vida. El parlamentario norteamericano olvida que antes de los niños reducidos a huesos, Dios había colmado la mesa de los hombres con deliciosas frutas, granos, mieles y hortalizas…, que la hambruna no es castigo divino, sino delito humano, que la obesidad de unos comporta el desespero de otros.

Tamaña osadía del parlamentario americano sirva cuanto menos para recordarnos a nosotros mismos la necesidad de reconocer, de reintegrar, de celebrar el valor de la vida. Uno de los más grandes errores de nuestra civilización occidental es el olvido de agradecer. Unas veces por necedad, otras por egoísmo, al fin y al cabo lo mismo, hemos perdido la virtud de manifestarnos agradecidos, conmovidos por las bendiciones que nos acerca cada instante. ¿Qué es la vida sin su Fuente, sin su Origen del que nada sabemos, sin nuestro imprescindible balbuceo de agradecimiento? ¿Cómo mentar esa Fuente, ese Origen sin glorificarlo…? ¿Cómo pisar la tierra sin abrazarla, cómo respirar el aire sin bendecir su primer Soplo…?

Malgastamos la vida si no la retribuimos, si no bendecimos lo bueno y lo malo que a través de ella nos alcanza. Desde su columna semanal de “El País”, Alex Rovira nos recordaba el día pasado el proverbio "Cuando bebas agua, recuerda la fuente". Permanezca pues ese Recuerdo, esa Presencia en nosotros el mayor tiempo que nos sea posible.

Al fin y al cabo, el juicio vendrá riguroso e inflexible. No será Dios, ni sus Jerarquías quienes vistan toga. Su Amor no calza esa oscura vestidura. Los humanos rehusaremos también ese sacrilegio. Vendrá el proceso de nosotros sobre nosotros mismos al término de esta jornada en la tierra, repaso insoslayable de aciertos y desaciertos, de orgullos y humildades… Ojalá no nos pese entonces tanta osadía en vida, tanta distancia de la Fuente…

Por lo demás, no olvidemos que Dios se defiende solo, con el calor de un sol que a todos llega, con la claridad de una luz que a todos ilumina, con el frescor de unas aguas que a todos baña… Dios se defiende sólo con los pájaros que cantan su gloria eterna, infinita en cada rama, en cada tejado, en cada alborada.

 
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