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Cercano Aleteo

Entrenados hasta el presente en crónicas de lo tangible, somos empujados ahora a otra clase de reportes. Hasta hoy sólo éramos cronistas de lo que veían los ojos…, pero ahora quizás nos debemos también a aquello que no alcanzan a atrapar los sentidos. Escribo para contribuir a sugerir que se difuminan las fronteras entre los mundos; para retener unas plumas que acariciaron asombro; para intentar congelar el recuerdo que marca y alecciona, para no olvidar nunca esas grandes aves de otros mundos y su vuelo majestuoso cargado de significados. Escribo para atrapar el momento mágico antes de que lo borren los días a la carrera y cada una de sus noches.

Víspera de nochebuena, camino del mar y de una familia, de un belén y de unas panderetas, de unos abrazos y de un corretear con los pequeños. Tras itinerario entre hayas ya orgullosas de su desnudo, un océano de nubes detuvo en seco el avance. Al comenzar a bajar el puerto de Urbasa una vista conmovedora me hizo de repente pisar el freno.

Todo ocurrió allí arriba, donde el Cielo se derrama en bendiciones, donde llena de nubes la Sakana para la mayor fascinación humana. Remonté una roca para poder abrazar con la vista todo aquel regalo inmenso. Una foto iba detrás de otra en la vana pretensión de llevarme en la cámara aquella soberbia mañana soleada. En profunda unión con toda esa belleza inmensa, fundido con toda la naturaleza pura y radiante que me envolvía, ocurrió lo que aún trato de asimilar al redactar estas líneas.

Quería vivir la Navidad a corazón lleno, chocar la copa de champán sin amortiguo alguno de rencor en el corazón. La belleza desbordada invita a desbordar amor. Tan descomunal maravilla quiso de repente expulsar de dentro una vieja y arraigada pena. Allí solo, con el Padre Sol y las hermanas hayas por testigos, emocionado por tanta hermosura, parado y con los brazos abiertos, decreté en voz alta en favor de un cicatrizador abrazo que anhelo. El alma habló, sin pensarlo un segundo, espontáneamente de muy adentro. Afloraron solas las palabras para un mutuo perdón, para una reconciliación pendiente. Aún no había terminado de repetir tres veces el convencimiento de que desde lo Alto era escuchado, cuando se dio lo que los hombres ignorantes, desconocedores de las realidades superiores, podemos llegar a calificar de sorprendente o incluso milagroso.

Fue entonces cuando vinieron, desde la lejanía en el más sepulcral silencio hasta una distancia muy cercana. Las dos enormes aves dieron unas vueltas con su alarde de la más fina elegancia, con exhibición manifiesta de sus gigantescas alas encima mío. Fue todo a unos veinte metros en la vertical de donde me encontraba. En el mismo silencio partieron. Un poco más lejos volvieron a dar unas vueltas y después desparecieron tras las crestas de Urbasa. Me dejaron allí solo, aterido de frío, empapado de lágrimas frente a toda esa inmensa maravilla, frente a toda esa inmensa sorpresa.

Todo ocurrió en el breve lapso de tiempo en que puntualmente me comenzó a brotar sentimiento de amor a raudales, en una certificación, para mi humilde entender, absoluta de que sólo el amor y la entrega total es el camino, por supuesto para nuestra propia sanación, para la sanación de las relaciones, pero también para el tan anhelado encuentro con la Otra Vida y Quienes la habitan, el Quinto Reino.



Ese Vuelo tan cercano en el instante que yo decretaba para sanar, si en Ley se hallaba, una relación deteriorada, era en realidad también una invitación a permanecer en la cima de la donación y la mutua comprensión. El Cielo nos invita con sus inequívocas señales a encarnar un amor que pide todo de cada uno de nosotros/as, a perpetuarnos en los instantes en los que somos por y para el bien ajeno. Esa breve pero tan elocuente experiencia, terminó de reafirmarme en el convencimiento de que no estamos solos, de que, en realidad, nunca lo hemos estado. Su Aleteo es cada vez más cercano. Allí aparecieron de repente, inmediatamente después de aquel grito silente de reencuentro humano y de socorro a un mismo tiempo.

Vinieron con un silencio que yo violo con el teclear de estas líneas. Pero aún no sé decir sin palabras que el amor es el camino, que nos basta una roca, un mar de nubes a los pies y un pedido del alma, para que los reinos del espíritu se manifiesten, para que la hermandad Cielo-Tierra nos alance.

Otra celeste señal había tenido lugar hacia escasos meses en otro marco también ancho y sobrecogedor. La misma rotundidad, el mismo asombro de la montaña, en aquella primera ocasión en medio de una inmensa bahía, acuciado por la misma urgencia de sanar la misma y mutua llaga. Entonces fue un baño, un salto de un enorme pez delante de mí, justo en el mismo instante de enviar caudales del más sincero amor hacia la misma persona en cuestión.

No sé si seré bendecido en próximas rocas u océanos al haber compartido secreto. Quizás las nubes no acudan más a mis pies, ni la magia a estos ojos miopes… No sé si hago bien en quebrar silencio, en poner palabras donde todo era mudo asombro, en hilar unas letras que nunca atraparán la magia del instante. No lo sé, es el dilema , ahora más vivo de la privacidad o no de esta suerte de experiencias definitivas. No lo sé, pero en algún momento había que proclamar también que el mundo espiritual está con nosotros, que el Quinto Reino de los Grandes Ángeles y Seres realizados nos acompaña, que deja sentir, cada día de forma más vívida, su presencia. Escribo para la fraternidad en ciernes, la fraternidad humana por supuesto, pero también por aquella que nos vincula con los Reinos superiores.

Abandoné, no sin pena, la roca de la dicha. Sólo un frío seco me devolvería al coche, perplejo, emocionado…, inmensamente agradecido por tan sorpresivo regalo. Sólo un frío helador me pondría de nuevo al volante rumbo de nuevo al mar y a una familia entrañable a la vera de sus olas, familia de sangre tan cercana como esa otra que también nos aguarda al otro lado de la realidad, familia que viste luz, pues triunfaron sobre sí mismos y por ello dejaron caer los atavíos de la carne, Hermanos Mayores que nos esperan con sus aves mensajeras a nada que nuestro amor se perpetúe y no sólo salga a borbotones por instantes, azuzado por una belleza arrebatadora.



En medio de las mil y un curvas cuesta abajo me debatía también en la duda de compartir o no tamaña vivencia. Guardar dentro aquellas grandes aves y su vuelo majestuoso o compartir el testimonio, compartir el convencimiento de que la vida se alarga tras nuestra torpe vista, que el velo con la otra Realidad es cada día más fino. ¡El Cielo me perdone si erré al mentar ese planear tan cercano, al compartir ese guiño de los gigantes alados, allí arriba en la gloria de las cumbres de una Urbasa, aquella mañana, especialmente soleada y bendecida!

* En esos segundos de arrobamiento, lo último que se me ocurriría sería buscar la cámara en el macuto. Queden eso sí las fotos del mar de nubes para acompañar el relato.

 
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