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La nueva vida comunitaria

Hace tres años me retiré unos días en el Monasterio de Notre Dame de Midlet en el Atlas de Marruecos. Una de esas tardes tranquilas estuve explorando su biblioteca. Reparé especialmente en un libro antiguo que contenía las reglas de las comunidades benedictinas. Creo, obro por simple y fallida memoria, que las promulgó San Bernard de Clairvaux allá en la lejana baja Edad Media. En ellas el fundador de esas primeras comunidades, pautaba hasta el más mínimo detalle de la vida monástica. El nuevo monje que se adhería a la orden sólo tenía que seguir una vida estrictamente reglada. No había lugar para equívocos, ni salidas de guión. En esas reglas se especificaba, es el capítulo que más me sorprendió, hasta el vino que podía beber cada día el monje, así como la “propina” en los días festivos. Todo estaba dictado, por supuesto el horario, pero también el espartano mobiliario, así como la higiene o la ropa a la que tenía derecho cada cuál... Nuestras vidas han sido en buena medida dictadas hasta el presente. Así ha sido a lo largo de toda nuestra historia.

El orden en el pasado estaba habitualmente impuesto. Nuestro nivel de conciencia no daba para más. Ha sido nuestra largo ayer de dependencia y sumisión, de subordinación asumida de la cuál somos absolutamente responsables. Ya aprendimos que hemos de reconciliarnos con nuestro propio pasado y con quienes con uno u otro roll actuaron en el mismo “escenario”, nos ayudaron a evolucionar y a alcanzar un presente de más libertad y empoderamiento personal y colectivo. En el ámbito comunitario, la participación en una vida compartida de orientación espiritual, implicaba necesariamente la aceptación de una estricta normativa. Las comunidades espirituales se desarrollaban únicamente en nuestro occidente católico en el marco de esas conocidas órdenes religiosas. Excepciones como las de las de las comunidades esenias, cátaras o kobdas y otras fraternidades espirituales, precursoras del linaje crístico, confirman la regla.

Ya en nuestros días, cuando la civilización individualista hace aguas por doquier, volvemos a sacar el brillo a nuestro sueño de vida comunitaria. Sin embargo nuestro anhelo de desplegar vida fraterna ya no se casa tan fácilmente con la asunción de un doctrinario religioso, una jerarquía de dominio y unas rigurosas reglas. El sueño de la vida comunitaria se manifiesta más vivo que nunca, ahora que el paradigma caduco del materialismo cede, pero ya no podrá ser como antes. Difícilmente nos podremos poner a otras órdenes que las que puja por dictar nuestro propio alma.

El orden y el ritmo es indispensable en la vida comunitaria, pero ahora se trata de un orden y un ritmo que nosotros asumimos y establecemos, un orden que deseamos que se afine al máximo con un Orden, con un Ritmo, con un Plan superior. Pensamos que así ha de ser en el futuro. Creemos en los individuos libres, conscientes de su alma trascendente, de su pasaje de eternidad, que libremente se agrupan en la tierra para encarnar una vida lo más comunitaria armoniosa y fraterna posibles. Para formar parte de la vida comunitaria en el futuro, ya no será preciso pagar el peaje de renuncia a nuestro propio protagonismo y poder sobre nuestro propio futuro.

La humanidad va evolucionando. Las comunidades espirituales tienen por delante un gran desafío en lo que se refiere a alcanzar su madurez y emancipación de tutelas. El ideal de libertad tan arraigado en nuestro nuevo ADN, difícilmente puede asumir una severa férrea reglamentación ajena. Ayer, cuando queríamos desarrollar un vida espiritual y comunitaria debíamos llamar a las puertas de una orden religiosa. En nuestros días hemos seguido llamando a otras puertas de tradiciones orientales o a la puerta de asrham y comunidades dirigidas por señalados guías, maestros o gurús. ¿Cuántas veces, intentando responder a ese insobornable anhelo comunitario, no hemos tenido las maletas preparadas para integrarnos en proyectos comunitarios espirituales en los que todo está bien pautado y dirigido? Quizás incluso hayamos dado pasos en ese ensayo de vida comunitaria y después probablemente hayamos debido recular. Acabamos de llegar de la India de unas comunidades en las que había una altavoz en cada habitación. Todo venía dictado literalmente desde arriba, desde una voz que te sugería tu vida interior y tus movimientos.

Sin embargo empiezan ya silentes a germinar proyectos más participativos y autogestinados. Indagamos por nuestro siguiente reto evolutivo en el marco de las comunidades. El desafío no es baladí. Hasta nuestros días asociábamos vida comunitaria a vida ya reglamentada desde fuera. Nosotros sentimos que el desafío se nos planeta hoy en estos términos: ¿Seremos capaces de crear comunidades espirituales con vocación de permanencia, no necesariamente adscritas a ninguna tradición concreta? ¿Si nuestra espiritualidad no tiene nombre, ni marca, porqué las comunidades que deseamos crear las han de tener? ¿Seremos capaces de crear nuestras propias comunidades manifestando paulatinamente un creciente orden, ritmo y adhesión al Plan o deberemos seguir rellenando un carnet, adherirnos a una marca espiritual determinada, para poder aspirar a la vida fraterna? ¿Sólo en el marco de una tradición espiritual fuerte es posible la vida comunitaria? ¿Hay vida en común más allá de sus bien delimitadas fronteras?... En lo que a nosotros/as se refiere pensamos que nuestro reto estriba en el fomento de una vida comunitaria fundamentada en una espiritualidad universal, abarcante e integradora que trascienda el marco de una orden religiosa o de una tradición concreta. Aspiramos en definitiva a fomentar nuestro pequeño, pero propio orden en el marco del Gran Orden.

Estamos hablando de desafíos a largo plazo, pero que pensamos que pueden ir conformando el modelo del futuro. Creemos en las comunidades de carácter espiritual y alternativo, libremente unidas entre sí, fuertemente vinculadas a la Madre Tierra y Sus Reinos, que conforman un nuevo tejido social. Esto es lo que queremos ensayar. Indudablemente es la vía más difícil, más amenazada por el fracaso, pero también sentimos hondamente que es la nota que corresponde a nuestros días. Deseamos ser fieles a nuestro roll de seres libres sobre una tierra también liberada de dominio de todo orden. Deseamos atender al más elevado sueño de fraternidad humana, que sentimos se irá poco a poco manifestando en la implementación de toda una ancha red de comunidades solidarias entre sí. Creemos que estas comunidades que cooperan y comparten, que agradecen y reverencian, que implementan nuevos modelos sostenibles en los diferentes ámbitos de la actividad humana, están llamadas a desplegarse poco a poco por la tierra entera.

La fraternidad no es una consigna que se lanza desde un buró político, tampoco sólo un sueño privativo de los místicos de todos los tiempos y lugares. La fraternidad encarnará en la tierra cuando los individuos alcancemos a trascender nuestra personalidad egoísta y lastrante y comencemos a vivir como almas que sólo aspiran al progreso del bien común, al cooperar, a la consagración a la excelsa vida compartida. Estamos aún muy lejos de ese pleno amanecer de nuestras almas, pero en algún momento era preciso empezar a caminar en ese sentido.

Aún con todas las caídas, fallos, reveses y frustraciones que nos aguardan queremos ir a por ello. Tanto desde Proyecto O Couso (http://proyectocouso.org), como desde el Proyecto Aroa. Comunidad de acogida (http://conotrasmanos.jimdo.com) estamos implicados en esta apuesta. Otros muchos valientes ya llevan delantera en todos los continentes en este esbozo del otro mundo comunitario. ¡Bienvenidos los nuevos corazones y voluntades! El Cielo nos ilumine con su Clara Luz, nos inunde de Su Fuerza y purifique nuestro anhelo.

* Imagen de la oración matutina en el marco del Foro Espiritual de Estella que hemos venido organizando.

 
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