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En defensa de la familia, en defensa de la comunidad

No está de moda defender a la familia, no es precisamente lo más “in”, lo más “progre”, pero nosotros no pretendemos ir con las modas, ganar moderna feligresía, sino acompañar los valores que no caducan, argüir en favor de conceptos y sistemas que consideramos, si no eternos, sí cuanto menos de muy largo recorrido. ¿Cómo abordar el tema de la familia y hacerlo desde una posición abierta, respetuosa, integradora? ¿Cómo defender esta institución tan cuestionada desde diferentes frentes y a la vez no echarnos en brazos de la fuerzas conservadoras, de las que pretenden infructuosamente detener la historia? Es cierto que la Iglesia es un de los pilares más importantes de la familia en los tiempos en que ésta ha entrado en crisis, sin embargo hay familia también fuera del ámbito de la Iglesia.

La familia va unida a los valores de fidelidad y de compromiso, pero estos valores no son privativos de esas fuerzas sociales conservadoras. Estos valores tienen el recorrido que les queramos dar cada uno, tienen el recorrido que les quieran dar también las fuerzas progresistas, los movimientos emancipadores. La fidelidad es la que permite que el linaje perdure, que el eslabón de amor trasmitido de generación en generación se perpetúe. Sin compromiso y por lo tanto fidelidad, no hay sistema, no hay familia. La fidelidad no cotiza al alza en los “parkets” de valores de nuestros días, pero seguramente nosotros tampoco somos buenos vendedores.

La evolución humana se afianza con el servicio, el compromiso y la responsabilidad. Hay muchas áreas de servicio a nuestra disposición, pero sin duda uno de los más elevados servicios que puede acometer el humano es el de crear una familia, el de formar una pareja que permita que nuevas almas puedan tomar cuerpo en el mundo. Los hijos no pertenecen a los padres, de hecho son ellos los que eligen a los padres entre un elenco de posibilidades que les son presentados. Sin embargo los padres encuentran en los hijos una oportunidad de plena realización.

Lo mejor que unos padres pueden ofrecer al hijo reencarnante es un entorno de paz, armonía y cariño. Es en ese espacio cuidado en el que los hijos pueden crecer y desarrollarse, es en ese marco protegido donde los hijos pueden a su vez llenarse de espíritu de servicio y voluntad para luego derrocharlos en el mundo. Es igualmente en ese entorno, cuando llegada la hora, los padres ya convertidos en abuelos, encuentran su protección y acompañamiento garantizado, encuentran igualmente su posibilidad de transmitir sabiduría y buen hacer a las nuevas generaciones. Hemos inventado el concepto de familia desestructurada porque no sabíamos cómo llamar a esa falta o merma de compromiso, a esos desarreglos que tan a menudo surgen de forma inevitable entre las parejas de hoy.

Orden

Estamos habituados a contestar el orden en general y por lo tanto también a criticar a la familia que constituye el primer sistema basado en ese orden. Agobiados por un orden tradicional impuesto que mermaba nuestras libertades, hemos abrazado el libertarismo y la anarquía, sin reparar en que una suerte de orden es inherente a la existencia. Agobiados por un orden que cercenaba nuestras libertades, nos hemos echado a los brazos del caos, creyendo ingenuamente que ahí íbamos a encontrar una clave de futuro. Sin embargo sin orden no hay futuro, apenas hay presente.

Somos porque crecemos y nos desarrollamos en el marco de un infinito orden cósmico, en el marco de unos sistemas perfectamente organizados y armonizados. Somos gracias a ese orden y armonía que el Misterio ha impreso a su creación. Sin ese orden, sin esa armonía no nos podríamos desarrollar. La familia es parte de ese orden superior, su primer eslabón humano. La familia no es creación humana. No es invento de un creativo en una larga y aburrida noche de verano.

Hay un orden que subyace a todo lo creado, aunque a menudo ese orden no se nos manifieste a primera vista. En tanto que continuadores de la labor creadora divina, somos invitados a extender ese orden imprescindible. En la familia subyace ese orden superior. Ésta no deja de ser un sistema, una pequeña galaxia. Alrededor de los padres gira la descendencia. Crear familia es crear un sistema donde el sol de los progenitores acoge, irradia, alimenta, viste, educa, protege…

El orden cósmico se instaura en el marco íntimo de la familia. La familia lo perpetúa. Las galaxias más o menos grandes se complementan entre sí, se ajustan unas con otras. Somos porque nuestros antepasados se comprometieron, porque generación tras generación quisieron, de forma más o menos inconsciente, sumar al orden, al progreso, a la vida. Así hasta nuestros días de gran desorientación, en que se cuestionan los compromisos y pretendemos amoldar todo a nuestros intereses. Así hasta en que se nos antoja inventar lo que no existe en el orden cósmico, lo que no hallaremos en la naturaleza. La vida quiere seguir, perpetuarse y nosotros estamos llamados a darle continuidad, por eso hemos de sumar a ese orden si queremos garantizar su continuidad.

A menudo ocurre que decimos sí a la vida, que queremos darle continuidad y sin embargo nos resistimos a asumir el valor de orden. Ello simplemente no es posible. Vida y orden van indisolublemente unidos. El orden de las sociedades desarrolladas no es un orden impuesto, sino por el contrario libremente asumido. Cierta alergia al orden deriva de que, tan a menudo, éste ha venido de fuera y ha sido impuesto de forma forzada, cuando no violenta. Nuestro reto evolutivo es generar un nuevo orden libremente asumido.

Decir que la familia es de Dios, inmediatamente ello nos puede retrotraer a la época del nacionalcatolicismo, pero intentemos por un momento abstraernos de contextos históricos y seguramente concluiremos que hay algo de verdad en esa afirmación. Queremos decir con ello que la familia pertenece al orden de la creación y es su primer eslabón, su pilar. Si falla este primer eslabón de la familia, el resto se tambaleará. Nos estamos refiriendo a la comunidad (tribu), la biorregión, la nación, la confederación de naciones…

Decir que la familia es de Dios es afirmar que ésta no pertenece a un tiempo, a una geografía, a una coyuntura concreta, sino que es inherente a nuestra condición humana. El individuo nace de la unión de un hombre y de una mujer y es ese marco de unión, de protección, de estabilidad, de amor que proporcionan los padres que posibilita el feliz desarrollo de la criatura. Así lo ha dispuesto la ley, así progresa la vida, así deseamos vivirlo.

Otras familias

La familia tradicional, no está llamada a criticar, menos aún juzgar otro tipo de familias. Ése no es para nada su cometido. Por lo demás las familias diferentes están llamadas a coexistir. El principio de libertad está por encima de la ética subjetiva. Cada quien es muy libre de establecer el tipo de relaciones, de conformar el tipo de familia que desea mientras que no se cause ningún perjuicio a nadie. Por eso nunca nos podremos identificar con las modernas “cruzadas” que emprende la Iglesia en favor de la familia. En estos momentos una de esas grandes cruzadas está teniendo lugar en México, donde todas las fuerzas conservadoras, se han unido, no para defender a la familia, sino para condenar a las otras maneras de hacer familia. La familia tradicional en lo que se refiere a su composición no habrá de batallar con las otras familias a fin de perpetuarse. La familia no puede hallar su identidad contra nada, ni nadie, sino por lo que ella misma representa. Si la familia confronta, la familia muere porque por su naturaleza la familia es amor y ese nicho nunca puede ser trinchera.

En España tampoco han comprendido las fuerzas de la reacción, la Iglesia recalcitrante que el nido no puede ser barricada. Flaco favor hacen a la familia tradicional quienes a toda costa tratan de imponer su modelo. Nada impuesto puede prosperar, porque la evolución sólo es de los seres y las colectividades libres.

Hemos de ser exquisitamente respetuosos en lo que respecta a la libertad del humano de organizarse como desea. Sólo la evolución y el tiempo que ella entraña presentarán un panorama de mayor claridad al respecto. Cada quien somos hijos de nuestra naturaleza particular, de nuestras circunstancias, en base a ello diseñamos también nuestros sistemas. Así ha de ser. Por más que nosotros estemos convencidos que la familia tradicional se ajusta más a la ley natural, deberemos apurar respeto al extremo. Eso es lo que adolece nuestro mundo, acogida al otro aunque se exprese, se relacione o vea el mundo de forma diferente. Este es el escenario humano en el que estamos llamados a convivir. No se trata simplemente de tolerar, se trata de abrazar al otro y su opción aunque sea diferente a la nuestra, aunque su forma de relacionarse y organizarse humanamente no nos parezca lo más adecuada.

Su opción es tan legítima como la nuestra. La civilización se eleva cuando alcanza la capacidad de integrar y acoger a lo diferente. La civilización se hunde cuando no es capaz de hacerlo. La familia tradicional se fortalece cuando convive, se reúne, coopera, festeja… con otro tipo de familias. La familia tradicional se hunde cuando se cierra en banda y no es capaz de dar acogida a otro tipo de familias. El creernos en la senda de lo verdadero no nos da, de ninguna de las maneras, derecho para arremeter contra otras opciones tan legítimas como la nuestra. El problema de la verdad es que tan amenudo se ha aliado con quienes se han creído en el derecho de imponerla. Ya de eso hemos aprendido mucho, ya estamos de vuelta de ello.

Seguramente uno de los mayores daños que se pueden infligir a la familia tradicional es el querer imponer su modelo a toda costa. No creemos en el futuro a largo plazo de otro tipo de matrimonios, no pensamos que se ajustan a la ley de género que nos habla de la necesaria unión de los polos opuestos, de lo femenino y lo masculino, de la mujer y el hombre para engendrar la vida y por lo tanto para crear la familia. No pensamos que el marco de la familia que forma una pareja homosexual sea el más adecuado para el desarrollo integral de los niños, pero sin embargo estamos dispuestos a “batallar” todo lo necesario, por el derecho de dos hombres o dos mujeres para formar pareja, matrimonio o familia.

Familia y comunidad

Hay una importante corriente de progreso que no considera a la familia como primer eslabón sistémico sino que interpreta que lo es la comunidad o la tribu. En esta línea encontramos a comunidades tan grandes, influyentes y significativas como son Tamera en Portugal y Damanhur en Italia. En nuestra humilde opinión no son dos sistemas excluyentes, sino por el contrario complementarios, no obstante primero ha de ser la familia, para que después el conjunto de familias puedan dar vida a la comunidad. Olvidamos que la tribu, la comunidad es porque lo es primero la familia.

Una vez más hemos de buscar en el maravilloso libro de la naturaleza claves imprescindibles para dirimir nuestras dudas. La naturaleza nos muestra que es el conjunto de células el que da vida al órgano. Ambos son parte de un todo, ambos son imprescindibles. Por eso nos cuesta comprender cuando los líderes de esas comunidades en sus textos, restan o anulan la importancia del primer eslabón. Es como si dijéramos que en nuestro cuerpo lo importante son los órganos, olvidando que éstos han sido creados a partir de las células.

Defendemos firmemente la comunidad, es el eslabón perdido que estamos llamados a recuperar. La comunidad ensancha a la familia, la aleja del peligro de su endogamia, del riesgo de enroscarse en sí misma. La familia urge de la comunidad, pues en algún lugar se ha de volcar cuanto en ella se aprende. La comunidad crea un espacio más amplio para el compartir y el colaborar, pero el primer espacio de ese compartir y colaborar, la primera escuela de esos valores superiores sería la familia.

La familia proporciona suelo, da base a la comunidad, le posibilita asiento, raíz imprescindible. La comunidad proporciona aire, espacio a una familia que puede deteriorarse o incluso morir de asfixia, si no se abre a un sistema más abarcante. En la comunidad la familia vuelca su aprendizaje, su fuerza acumulada. En la familia la comunidad halla su fundamento, su origen. Por eso nuestra defensa es de las dos por igual. No concebimos la una sin la otra y viceversa.

Reconozco que encierra su considerable paradoja que escriba sobre la familia quien no la ha creado. Seguramente sería más certera la visión de quien la ha alumbrado. No lo niego. Yo no la he formado. Mi visión puede ser más irreal, pero contemplemos también que un ideal no marchitado pueda mantener de esa manera su original fuerza irradiadora. No he formado familia, pero he vivido en ella. La fuerza en la defensa de la familia la debo en exclusiva a mis progenitores. Crearon sin manual, ancha, alegre y unida familia. Lo hicieron sin pistas, pero con mucho amor, entrega y dedicación. Por eso salieron más que airosos de la prueba, por eso puedo ahora escribir estas líneas.

Bergondo a 24 de Septiembre de 2016

 
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