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¿ORACIÓN O LITERATURA?

Muchas de las reflexiones que aquí comparto brotan al alba. Todos los días no tenemos que escribir, sin embargo todos los días se prestan a agradecer, en realidad todas las mañanas a inundarnos de infinito agradecimiento. En ese ejercicio diario e insoslayable es natural que brote el verbo. Cuando tocamos el alma, ésta se quiere expresar. Nos acercamos al teclado y le regalamos la página en blanco. El alma se esponja y nos sugiere silente que estamos preparados para seguir creando y recreando.

Más profunda nuestra comunión con el alma, más alto rayará la creación. Literatura era en realidad ceder el teclado a lo más noble que nos habita; otra forma de ofrenda, un anhelo de retrasar el punto final de la oración matutina. No concibo de otra forma la literatura, sino como “observanza” y alabanza sin fin. A veces ese ejercicio encarna y se comparte, a veces queda en lo profundo de uno mismo. En el anhelo de devenir escritores consagrados, de culminar nuestro deseo de vivir de la palabra, deberemos preguntarnos a quién y para qué queremos cederla.

Ha finalizado la misa en la “2”. Continúa la comunión, ahora buscaremos agua y arena. Cojo a mi madre y me la llevo hasta esa otra inmensa página en blanco compartida que constituye la bahía. Rueda el carrito por la ciudad endomingada. Saludamos sonrientes a los vecinos acostumbrados. Al final de la Libertad y su vertebral Avenida estaba la brisa del Cantábrico. La madre desconoce que en realidad por dentro sigo escribiendo, haciendo discreta, sencilla, diaria, inevitable literatura.

 
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