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En el mundo, en nosotros

Sobre el compromiso social y la vida espiritual  
He recibido más de un tirón de orejas por bajar puntualmente a la arena política con un artículo de carácter electoral. Los acojo de buen grado. El mundo cambia cuando cambiamos por dentro. No seré yo el que cuestione ese intachable axioma. No hay atajo ninguno, aunque a veces intentemos inventarlo. Por más que el viejo paradigma materialista del “sálvese quien pueda” se demore en ceder, no deberemos dar pábulo a la impaciencia en las filas de lo nuevo. De cualquiera de las formas, cuando compartimos una moderada simpatía por un candidato político no pretendemos echar balones fuera. No se nos pasa por la cabeza eludir la tarea de transformación más íntima, no esquivamos mayores desafíos como los que constituyen los de nuestro interno desarrollo.

Lamento por lo tanto si al teclado, con el guiño a un color determinado he generado alguna expectativa de más, he contribuido a una ceremonia de distracción. Hoy no nos jugamos todo, pero sí algunas cosas. No hay que magnificar la importancia de las elecciones, pero tampoco reducirlas a la nada. No he deseado alentar ficción, inflar el “maya” de que una opción política podrá arreglar los problemas que nos atenazan. No era por lo menos mi intención, sin embargo tampoco creo en esa alergia a la política, como si todo cuanto con ella esté relacionado se hallara contaminado. No hemos aterrizado en este aquí/ahora por casualidad. Tenemos un compromiso con nuestra gente, con nuestro tiempo y ese compromiso se puede manifestar de las mil y un formas, también con la acción política.

En estos tiempos tan intensos habremos de desarrollar esa suerte de bilocación, que nos permita estar a un mismo tiempo en el Cielo y en la Tierra. El equilibrio se nos revelará una vez más imprescindible. Podemos estar aquí y allí, en el tatami y en la ONG, en medio de la gente y a la vez en medio de nosotros mismos. No sobra nadie, ni los que meditan en su sala de yoga, ni los que trabajan por los últimos, por las libertades, por la Madre Tierra…, desde la humilde, sincera y desapegada militancia social. Podemos reunir en nuestro interior los dos arquetipos.

Ahí fuera no pueden aguardar a que nos iluminemos. Atender a la necesidad con todo el amor que llevamos dentro, con toda la compasión de la que podemos hacer acopio; hacernos presentes en medio de nuestros hermanos de la forma mas despegada, noble y pura que permita nuestro interno desarrollo, será nuestro desafío. No es precisamente el paseo y solaz del ego lo que necesita nuestro mundo. Somos llamados al equilibrio entre la fuerza céntrifuga y céntripeta, entre la que nos arroja hacia fuera y la que lo hace hacia adentro. Ni sólo implicados en tareas de compromiso, ni sólo solazándonos en nuestro interno santuario.

Si no conociéramos las leyes, no sabríamos donde ubicarnos. Las comenzamos a comprender, siquiera de una forma muy superficial. Sabemos algo de la ley de la polaridad, por eso nos consta que nuestro hogar es siempre en el medio. Porque hemos estado toda nuestra vida rodeados de crucifijos, sabemos también que nuestro lugar es la intersección entre los dos tablones. Siempre habrá un camino del medio y ése es también el significado de la cruz. “Mirar Arriba, servir abajo”, nuestra atención a la vertical, se equilibrará con la debida también a la horizontal. Ni todo el día con el “OM” en los labios, ni tampoco fuera de nosotros. El “OM” tiene su final en el clamor del hermano que sufre. El compromiso con el mundo tiene su descanso, cuando nuestro alma urge de nuevo conectarse con la Fuente, nutrirse de su paz infinita.

20 de Diciembre de 2015
http://www.KoldoAldai.org

 
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