Política y paz | Una sola humanidad | Espiritualidad | Sociedad | Tierra sagrada

“Sí, con la venia”

Hay un Plan Superior de Amor y Unidad y nosotros somos los servidores de ese Plan, custodios de su avance, consagrados a su progreso. No olvidemos que todo aquello que implica unión, que no uniformidad, es del Cielo, es del Plan.
Al día de hoy, con nuestro grado de conciencia despierta, la unidad alcanzada, en uno u otro aspecto de la vida, es necesariamente imperfecta, pero no por ello podemos obstaculizarla o renunciar a ella, todo lo contrario. Ensanchemos nuestra mirada. La Europa unida es el resultado de mucho esfuerzo, de innumerables generaciones; es la recompensa tras el dolor acumulado de la división, es la conciencia conquistada tras tanta sangre vertida. Evidentemente no es la Europa ideal. Nuestro deber es perfeccionarla…

Después de la tribu vino el feudo, después el estado y ahora la confederación de naciones. El Plan avanza, la Visión encarna, la Jerarquía celebra.

Estamos consolidando, no sin esfuerzo, los primeros marcos de una sólida unidad, ahora a nivel continental. No nos quepa la menor duda a la hora de apoyar su fortalecimiento. Estamos asistiendo a los primeros logros en el rehacer de la unidad que siempre ha sido y siempre será, en todas las esferas, en todos los tiempos, pese al “maya” de división que a veces nos embarga.

Mañana no será una Unión Europea lo que celebraremos, mañana, herman@s en el servicio aquí en la Tierra, será unión de planetas, de sistemas, de universos y galaxias... Nos reuniremos seres de diferentes mundos, de lejanos universos siderales... para celebrar la unidad siempre soberana, para cantar la gloria del Dios Padre-Madre celestial que creó tanta maravilla, que auspició semejante y abarcante fraternidad.

Mañana, a saber desde que privilegiada y sideral atalaya, miraremos quizás con un ápice de nostalgia, pues aquí se forjó nuestro carácter y voluntad, y con buenas dosis de asombro, este tiempo y lugar en que construíamos unidad limitada a un solo y minúsculo continente. Aún y con todo, esta mínima unidad, con sus grandes defectos, con sus carencias, es hoy referente esperanzado para muchos los pueblos de esta bendita Tierra. No les defraudemos.

Van acumulándose en la “bandeja de entrada” de mi ordenador, numerosos llamados al “no”. A mis amigos, a los movimientos sociales con los que mantengo contacto, nos les gusta esta Europa, esta Constitución. Demandan una Unión más solidaria, más generosa, sostenible, más vertebrada a partir de los pueblos y comunidades… Europa se identifica con el sistema imperante, con la claudicación ante el estado actual de las cosas.

No es tarea fácil animar a los amigos, con también justificada alergia a las urnas, a acercarse a las cajas de cristal con el papelito del “si”. A veces toca escribir contracorriente, alzar la voz para hacer valer reflexiones no compartidas por muy buena parte del entorno. Por si fuera pequeño este desafío de colectar votos afirmativos, jalean la Constitución quienes hace poco nos empujaban a la guerra, quienes dañaban seriamente nuestras relaciones con nuestros vecinos europeos…

Aún y con toda la premura del proceso, es importante refrendar este Tratado de la Unión. La política, sobre todo cuando implica a casi 500 millones de habitantes y 25 naciones, no es apuesta de máximos, al día de hoy inalcanzables, sino de mínimos posibles. No hemos de borrar nunca los máximos de la cabeza, pero no olvidemos tampoco que conllevan su gran dosis de prudencia, su ritmo de avance, su tiempo.

La política es arte de generosidad. Grandes avances implican grandes consensos. Me consta que cuesta compartir el voto con quienes nos cierran tantos caminos, con quienes nos han privado de las más mínimas libertades durante ocho años, con quienes devuelven sólo insulto cuando se ponen legítimos derechos sobre la mesa. Sí, es cierto, toca votar con quienes ayer, por mero provecho electoral, no les penaba dinamitar Europa, con quienes no aceptaban la elemental ecuación de peso político igual a peso poblacional, con quienes hicieron de Niza bandera porque en la galería les vitoreaban, con quienes bloquearon el avance de la U. E. agarrándose a privilegios insostenibles…

Sí, suena a discurso oficial, a proclama post-telediario, mas no me ruboriza confesar que creo en Europa. No es la de mis sueños, pero es la que al día de hoy hemos alcanzado. La política es arte de los posibles. Los sueños se construyen día a día, ladrillo a ladrillo, ley a ley, tratado tras tratado… Decían los comunistas en nuestra contienda civil: “Primero ganemos la guerra, después hagamos la revolución”… Primero demos vida a su Constitución, formalicemos Europa con el apoyo del más amplio espectro político, con la suma del mayor número de voluntades. Cuando haya crecido y madurado ya la colorearemos, ya la desgominaremos, ya la desmelenaremos… Su faz más selecta y ostentosa no lo es para siempre. Para modelar la nueva entidad, es preciso primero consolidarla. Cuando hayamos construido ese nuevo sujeto político, ya iremos llenando esa Unión de valores de más ambicioso progreso.

Lo dijo el día pasado Lula en Porto Alegre ante algunos de los más críticos con su gestión como presidente brasileño: “la política es una inversión de paciencia”. Ante quienes le reprochaban el lento avance de sus reformas, les respondió que no era posible ir más deprisa, so pena de desmoronarse lo edificado. Cierto, ésta no es la “Europa diez”, pero no hay otra y es preciso proyectar a partir de ella. Lo importante es no perder nunca el entusiasmo primigenio, el perenne incentivo de progreso.

El ideal de evolución cultural, político, económico, social… está indisolublemente ligado al de unidad, al de síntesis, siempre escrupulosamente respetuoso de la diversidad, de la autonomía de las partes. Perpetuar fragmentación y división implica paralizar el avance de la humanidad hacia cotas más elevadas de civilización.

La política es la ciencia de los cambios graduales. Ya no vivimos aquellos tiempos tan apresurados del “todo o nada”. No es la Europa que hubiéramos diseñado y las razones son de sobra conocidas, pero es la única que tenemos y no renunciaremos a ella, no ya sólo por nosotros, sino por todos los que ayer cayeron en cualquiera de los innumerables conflictos y guerras, que a lo largo de la historia salpicaron su convulsa geografía.

Ensanchemos nuestra mirada. La unidad ganada y que ahora es ratificada en referéndum, es el resultado de la acción y el esfuerzo de muchas generaciones. No la menospreciemos. Deberemos de trabajar por unas más justas relaciones humanas en su seno y para con el exterior, pero no subvaloremos lo conseguido.

Es preciso observar desde la atalaya de la historia, no desde la impaciencia de nuestra perspectiva: las naciones que hoy se unen, durante muchos siglos se han despedazado. En lo que a la otra atalaya geográfica se refiere, en ningún lugar, tantas naciones han logrado semejante grado de convergencia.

Los octogenarios que el día pasado se reunieron en Auschwitz para conmemorar la clausura hace sesenta años del infierno de los infiernos, la capital del horror de todos los tiempos y lugares; los abuelos que de jóvenes o niños vieron remontar a los cielos tan siniestros humos que se izaban desde los cuerpos de sus compañeros, no podían concebir que unos y otros, víctimas y verdugos, íbamos un día a formar una enorme confederación de Estados. Jamás hubieran podido pensar que millones de personas de uno y otro bando refrendarían en nuestro tiempo un mismo Tratado de unión, de cooperación, de interdependencia. Las lágrimas derramadas recientemente en el mayor cementerio de nuestro continente, en la zona cero de la barbarie del pasado, bien merecen el esfuerzo del “si” en la cita del día 20.

Kyoto, el Tribunal de la Haya, muy buena parte de las instituciones internacionales … pivotan fundamentalmente en la Europa unida; muy buena parte de los procesos de paz, de los procesos de desarrollo, tienen su garantía en el apoyo del viejo continente. Muchas naciones miran con esperanza el sistema de valores aquí madurado, la unidad que aquí hemos logrado construir y que nosotros no terminamos de apreciar en su debida medida.

Europa es el mayor embrión de un mundo unido. Con el eco de tantos cañones vecinos, de guerras que aún sacuden geografías nada lejanas, no se puede renunciar a una unidad que hoy tanto significa. Más allá de nuestras fronteras, Europa representa un referente de estabilidad, prosperidad, cooperación, seguridad, progreso… y demasiados etcéteras como para defraudar a tantos observadores. Miran con optimismo el grado de internacionalización que hemos conseguido.

Ha corrido mucha sangre, ha sido necesario mucho tiempo para llegar en nuestros días a esta Europa que a muchos, no sin falta de razón, parece “light”. Siempre se podrá hacer mejor, pero es preciso no caer en el escepticismo de “con los mercaderes no hay nada que hacer”, en el egoísmo de los privilegios cercenados en un “pastel” ahora más dividido con los nuevos socios…

Muchos la sueñan más joven, lozana y solidaria…, con su mirada más puesta en la ventana del Sur, que en la caja registradora. Muchos sienten que hay muchos tabiques de por medio, que los pueblos aún no encuentran su oportunidad merecida. El posible de hoy es una Europa unida, pero mañana le iremos sumando los adjetivos de amable, abierta, verde, solidaria…

Muchos de los “mails” de mi bandeja de entrada, dicen que ésta es la Europa de los mercaderes, pero cuando, con la venia, yo meta el “sí” en la urna, no me acordaré de los “dividendos” multiplicados en un mercado más amplio, honraré la memoria de Rosa Luxemburgo, de los “espartacos” alemanes, de los veteranos de las primeras internacionales… Cuando ya enfilaban en la primera guerra mundial los vagones atestados de obreros alemanes rumbo al frente, aquella mujer valiente gritaba bien alto “No vayáis a la trinchera, no vayáis a combatir a los obreros franceses. No luchéis contra vuestros hermanos”. Ella pagó con su vida este ideal de unidad europea, paguemos nosotros, siquiera un voto, por el mismo sueño.

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS