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El rompeolas de Tahrir

Llegaron en autobuses, camellos, caballos.., blandiendo palos y hierros al corazón de la ciudad casi liberada. El pasado cabalgaba de nuevo con su ancestral y atroz violencia. Llegaron cuando en la enorme plaza, los miles de congregados ya acariciaban democracia. En unos segundos, todo el oscuro ayer se les echó otra vez encima, de repente la violenta reacción se les abalanzó intentando a toda costa frenar el mañana. De repente el campamento de la paz y la libertad devino un campo de batalla.

No sólo era un dictador, era un ser siniestro. Mubarak, desoyendo todos los consejos de los mandatarios mundiales y desafiando el clamor de su pueblo, en vez de dimitir, optó por permanecer en el poder, fomentar el caos y atacar a los manifestantes indefensos. La sangre caída en la gran plaza mana de su perversidad. Prefirió dividir frontalmente a su gente, abocarla a la rivalidad civil, antes que hacerse a un lado y procurar la pacificación. He ahí el mayor daño que un político puede, por puro egoísmo, hacer a una nación: enfrentarla, provocar el odio dentro de ella.

Siempre hay una porción de humanidad que no saluda el progreso, que prefiere permanecer sumida. Siempre hay una parte irracional de la humanidad que llega con gritos y palos, cuando estamos celebrando un nuevo orden, una nueva vida. Así ha ocurrido en todos los tiempos, en todas las geografías. La única diferencia es que el atropello es ahora ante infinidad de ojos y podemos hacer algo y podemos solidarizarnos con los asaltados y podemos desenmascarar la miserable conspiración de los poderosos que arman y pagan a las violentas hordas que les defienden a ellos y a sus decrépitos sistemas.

A duras dificultades, en tantos rincones del mundo, los tiranos sobrevivían hasta que vino la era digital o lo que es lo mismo, la hora de la verdad. La única y abismal diferencia es que ahora hay cámaras por muchas partes y la mentira, de la que siempre se sirvieron los déspotas para perpetuar su viejo y corrupto orden, ya no tiene recorrido. Los vídeos, las cámaras, los teléfonos móviles, Internet…, toda la pacífica “artillería digital” acaba con una impunidad antigua. Por eso a Mubarak y a toda la prole de dictadores les aterran los reporteros y periodistas, les turba una modernidad que poco a poco les va cerrando el paso. Corren los últimos tiempos para todos los opresores de la tierra. Facebook, Twiter, YouTube… han firmado ya la inapelable sentencia.

Perdón por las diferencias de tiempo y circunstancias, pero el Cairo del 2011 se me antoja el Madrid del 39. Entonces la capital republicana era “el rompeolas de todas las Españas”, ahora la plaza de Tahrir es el rompeolas de toda una humanidad que ya no acepta más infames sometimientos. De seguro que Machado nos permitiría alabar la “sonoridad” de la capital egipcia, que sonríe también “con plomo en las entrañas”. Nada para defender ya con armas, pero todo a defender con la razón, con el teclado, con el pecho desnudo, con la vida si es necesario… Ahora ya sé porque estamos pegados a Egipto de día y de noche, por qué no levantamos el ojo de la pantalla: sostenemos, siquiera con nuestro pensamiento en la distancia, ese crucial “rompeolas”. De repente todos nuestros problemas se esfuman y sólo importa ese heroico y pacífico pulso por la libertad que mantienen nuestros hermanos y hermanas de la nación árabe.

El fantasma que allí se agita no es el del contubernio judeo-masónico, sino el de los “Hermanos musulmanes”, pero éstos han declarado hasta la saciedad que aceptarán el juego democrático. La táctica se repite. Una vez más, se trata de crear o fomentar un enemigo para luego justificar una política de terror, privar al pueblo de libertad y así mantenerlo sometido.

Las lecciones nos llegan a raudales de ese candente desierto. Aún es pronto para una más necesaria, sosegada y reveladora lectura de los acontecimientos, pero de cualquier forma, algo se manifiesta evidente: Egipto ha terminado de volcar el tablero en el que jugábamos. Ha contribuido a disuadir a quienes aún pretenden dividir tajantemente el terreno político entre izquierdas y derechas. Líderes supuestamente de izquierdas como Tony Blair defienden a un malintencionado Mubarak, mientras que su opositor de derechas, el conservador David Cameron, ha sido el primero en exigir responsabilidades por la violenta irrupción de los pro-presidente en la plaza de Tahrir. Un secular antiamericanismo es también llamado a ser revisado a la vista de un Obama que se apresuró a manifestar su solidaridad con las legítimas reivindicaciones de libertad y democracia de las multitudes de Egipto, aun cuando ello implicaba rediseñar toda su política en la zona.

Seguiremos estos días pegados al Nilo y su gran ciudad. Nos jugamos mucho en el pulso de esa macrourbe. En la plaza de Tahrir, se libra en realidad, no sólo un desafío político nacional, sino un combate decisivo de la entera humanidad. Es la máxima tensión no ya entre este y oeste, entre izquierdas y derechas…, sino entre progreso y reacción, entre un futuro de creciente coparticipación y cocreación y un pasado de autoritarismo, sumisión y corrupción. En realidad desde siempre ha sido ese crucial combate entre horizonte y caverna, entre evolución-movimiento y conservación-cristalización; un definitivo y noble combate frente a las dictaduras de todos los colores, de todos los tiempos, de todas las geografías, sólo que ahora cabalgan, blanden sus palos y su horror es grabado y contemplado por el mundo, por una humanidad más libre llamada a detener su salvaje accionar .

Que las fuerzas del progreso, ya en el “rompeolas” de Tahrir, ya en cualquier parte del mundo, no caigan en la provocación, no monten camellos, ni caballos, no exhiban palos… Que los hombres y mujeres valientes que no renuncian a su libertad, renuncien a las piedras. El fin está en los medios y queremos un mañana puro, soleado y radiante. No dudemos que, pese a la agresión injustificable, pese al ciego empecinamiento de los dictadores, una brisa cálida, un suave viento del desierto ya nos anuncia ese día.

 
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