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Los otros Maestros...

El Cielo juega con nuestras falsas creencias y dogmas adquiridos por el tiempo y su inercia. Seguramente se divierte desmitificando lo que hemos ido endiosando a lo largo de los años. A veces el Maestro no luce ninguna barba blanca, ni habla con solemnidad, ni viste con majestuosidad… A veces los Iniciados no moran en las faldas de ningún Himalaya, sino más cerca de lo que nunca llegáramos a pensar. El Instructor, el Guía se manifiesta a menudo tras la faz más insospechada, más cotidiana… Ahora sé que no hay necesidad de seguir esos pasos santos en el otro extremo del mundo.

Apenas lo he visto en faena, pero no necesito hacer ningún esfuerzo para imaginarlo. La maestría no se manifiesta necesariamente sobre la moqueta acolchonada, entre atmósferas inciensadas, arropada entre músicas de otras esferas. En esferas más cercanas se esconden a menudo ejemplos que desconciertan. Hay infinitas formas de lavar, peinar, afeitar a una persona impedida. Imaginaros áquella que se derrocha en ternura, en cordialidad, en perenne sonrisa, en silente amor… Sólo hay un camino hasta el mar, hasta esas olas y su obligada barandilla, sin embargo hay innumerables formas de empujar un carrito, de acompañar con palabra amena a un anciano ya desmemoriado… Unos cumplimos expedientes, rozamos el aprobado, otros bordan túnica de verdadera gloria.

Yo compartía las enseñanzas arcanas estos días de Semana Santa y sin embargo sobradamente sabía que la verdadera enseñanza estaba en esa esponja deslizándose con tanto cariño a lo largo de un cuerpo rebelde, en esa comida administrada con tanta paciencia, en ese carrito avanzando despacio a la conquista de vastos mares… Unos cometemos la osadía de hablar del amor ante la gente, otros simplemente lo aplican en el silencio más absoluto. Unos nos llenamos impúdicamente la boca con su nombre. Otros hacen el amor, el de verdad, sin revolcarse en sábanas perfumadas. Hacen el verdadero amor, el de la renuncia, el de la donación absoluta. Limpian sin taparse la nariz, sin funda de látex en las manos, sin protección en el alma…

"Allí no te sigo…", me espetó rotundo aquella noche que cometí la supina torpeza de nombrarle al Inombrable. Mi verdadero maestro no frecuenta espiritualidades. No menta a Dios, no conoce altar. Sus cerillas no prenden el perfume de los inciensos al caer la tarde, ni sus labios entonan mantrams al rayar el alba; ¡pero con qué ojos mira al anciano, con qué manos le maneja…! Ese "bandido" no cree en la Divinidad, ni en nada que se La asemeje y sin embargo, me La ha mostrado como pocos han sabido hacerlo.

Más arcanos exploramos, más inescrutables se tornan los caminos del Cielo. Arriba urden para despistarnos, para que agucemos discernimiento. A fe que lo consiguen, mi maestro es… Tengo un teclado a mano y ensayo cantar a la belleza, aquella la más callada, la más oculta, la más verdadera…

 
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