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¿Nuevo Papa?

Todas las crónicas que se van filtrando vienen a indicarnos que el anciano Papa no tenía ya fuerza suficiente para asir la escoba que ha de barrer el polvo y detritus acumulados por los rincones de las estancias vaticanas. A un buen alemán seguramente no le hubiera complacido una limpieza a medias. Ante tan duro desafío es humano que le tentara la paz de una cercana celda de clausura. No es objeto de estas líneas hacer leña del árbol que ya se inclina, ni siquiera el de analizar la naturaleza de los elementos y aspectos en franca descomposición en el seno de la Iglesia. Los pormenores de los escándalos e intrigas van saliendo a la luz solos día a día.

Ante ese desalentador panorama, deseamos más bien enfocar la mirada hacia adelante. El derrumbe de lo “más santo”, quizás sea inequívoca señal para intentar reinventarse de nuevo, reinventarse a partir de la esencia que no caduca, del Verbo que nunca muere; rehacerse a partir de Jesús y su mensaje eterno de fraterno amor. El escándalo rayaría tan alto que, ahora más que nunca, primaría empezar de cero.

No habría corrido la historia en balde. No se habría agitado para nada el estandarte de la cristiandad. La Iglesia no fue ni mejor, ni peor que el conjunto de la tropa humana, sólo que, en medio de estos veloces e interpelantes tiempos, los cristianos de dentro y de fuera ensayamos de alguna forma refundarnos y la institución eclesiástica no manifiesta, en ese sentido, apenas signos. No es que ella cante en latín y se esconda en un bunker, no es que se una con las fuerzas más reaccionarias e impida a la mujer elevar la forma sagrada en el altar, no es que permanezca huida en el pasado…, es que la degradación, según relatan los periódicos, ha alcanzado ya órganos vitales.

Cuando hace dos milenios el Maestro nos provocó con aquello de que Le siguiéramos, nos pidió también, muy a conciencia, abandonarlo todo. La llamada al vital desnudo nunca caducaría. Hoy como ayer nos hallaríamos ante el reto imprescindible de dejación del oro, la púrpura y la pompa, pero sobre todo del alarde más peligroso del dogma, la doctrina y los convencionalismos. En los albores del tercer milenio de Su era, podríamos intentarlo. ¿O es que algún seguidor de Jesús puede creer que Éste caminaría hoy satisfecho por los pasillos vaticanos de fuera, o a la vera de la prosa petrificada de sus catecismos de dentro?

Sirva el escándalo cuanto menos para que los/as seguidores/as de Jesús nos pongamos un poco más a la par, para que nadie exhiba curriculum o herencia. Sirva un Vaticano en profunda crisis moral, para que pueda surgir un diálogo más de igual a igual entre los cristianos de dentro y de fuera de la Iglesia institución. No es sólo un borrón y cuenta nueva, es un cogerse de la mano, es un aunar de corazones y voluntades para que el principio de incondicional amor que testimonió Jesús, más pronto que tarde, alcance la tierra entera. Jesús no es más Iglesia católica que el “Movimiento teosófico”, la “Escuela arcana” o el ancho entramado de nueva conciencia… Nadie exhiba carnet de autenticidad, después de todo lo que nos hemos enterado en todos estos días. Ahora como hace 2.000 años, no hay más pedigrí, que el de quien se vuelca en entera donación al prójimo y sus necesidades.

Si Su Luz ni siquiera pertenece sólo a este planeta, ¿con qué milagroso calzador Le meteremos en una religión particular? Vista Sus humildes sandalias de cuero, pero sobre todo Su corazón inmenso, quien pretenda en exclusiva en la tierra representarLe. Tremendo baño de humildad y a partir de ahí carrera sólo para ser más consecuentes con Su testimonio y palabra que nunca mueren. A partir de ahí intentar descubrir cuál es la versión 2.0, el mensaje actualizado a nuestros días del Nazareno sin institución legataria, sin lugar, ni tiempo. ¿Pueden únicamente los evangelios oficiales responder a las preguntas impostergables del humano de hoy? ¿Hubo más Palabra que aquella que nos ha alcanzado por los “canales oficiales”? ¿Hubo más Verbo que Aquel que sembró en Palestina entre la muchedumbre a Su paso glorioso?

No desearíamos un nuevo y pomposo Papa, desearíamos una refundación integral de una institución tan anclada en la Edad Media. Todo agente de genuino progreso humano, en cualquier ámbito de la actividad, se desenvuelve en clave de compartir y cooperar, procura trabajar en redes más y más horizontales. Sin embargo la Iglesia mira a un solo balcón, repara en un báculo, atiende un único dictado. ¿Cuánto desmedido poder no quieren aún seguir acumulando cuantos visten negra sotana? La humanidad, en vías de emancipación de tutelas de todo orden, no puede aceptar más sumisión que a los principios y valores universales que pregonaron Jesús y los grandes Maestros de todas las tradiciones que tuvieron a gloria vestirse de carne; no puede asumir más devoción que aquella debida al resto de la humanidad, sobre todo a aquella más sufriente.

Lo proclamamos por supuesto con todos los respetos: no desearíamos nuevo Pontífice, preferiríamos un hermano en Roma, falible, de carne y hueso, camisa y pantalón. Si alguien nos preguntara, quisiéramos un conocedor del humano y sus desafíos, no de la letra y las formas que caducan; un abridor de nuevos caminos, un abrazador de otros sentires, un ingeniero puenteador con otros credos. Desearíamos un hombre, una mujer en el Vaticano que día a día se preguntara, no cómo defender el imperio de la fe, sino cómo extender el principio de solidaridad universal, de fraterno amor; que en cada momento se interrogara cómo caminaría el Nazareno por las inciertas, convulsas, pero al mismo tiempo esperanzadoras, avenidas de nuestros días.

 
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