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Frasco entero

El año desde el atentado era una buena razón para que vestuario y espíritu recobrarán color y alivio, para comenzar a apartar el negro de su vida. Había probado en balde todas las terapias, pero los psicólogos operaban en la mente, no pinchaban en alma. Se tragó las montañas de pastillas apresuradamente recetadas, las charlas acostumbradas…, hasta que en el círculo de duelo alguien le sugirió el más potente “barbitúrico”: el simple, el “inaceptable” perdón. No había dosis recomendada, pero no era posible perdonar a medias. Sólo “el frasco” entero proporcionaba el prometido y milagroso efecto reparador.


Miraba con respeto esas “cápsulas” capaces de devolverle la vida. Muy pocos habían podido con el tratamiento. Eran los del brillo en la mirada, palabra amable, mano en el hombro… No costaba adivinarlo.

Por eso un día probó. Al año de los trenes por los aires, tomó la determinación, vació “el frasco”. Nunca supo de dónde sacó las fuerzas para tan titánico perdón: de la primavera que balbuceaba o de la fe que agonizaba, del llanto que se agotaba o del futuro que la tentaba, del hastío del luto o de la sed de vida…

Siguió las prescripciones a pie de letra. Se aisló de un ambiente que la impedía moverse de aquellos vagones destrozados, de sus andenes sin aparente salida. Calló las televisiones y las radios con “11 M” a todas horas. Se alejó de las citas de dolor y resentimiento. Salió a los parques y a sus bancos de sol ya penetrante, a las calles y avenidas, a su flujo incesante de movimiento y nueva vida.

Sacó fuera hasta la última brizna de amor de la que pudo hacer acopio y sonrió a sus “enemigos”. ¡Vaya que les sonrió! Olvidados los rezos de otrora, ensayó su propio ruego en favor de los de barba, Corán y mochila de cloratita; abrazó a la media luna y a su espada de ignorancia; abrigó en su interior un futuro de civilizaciones y culturas hermanadas…

Una angustia terrible comenzó a ceder. La paz que poco a poco la invadía, tenía una fuerza capaz de vencer a la muerte de su ser querido, a la suya propia. Empezó a creer que estaba transitando la prueba de un umbral lleno de increíbles sorpresas. Quien le alargó el “frasco”, le sugirió “reencuentros maravillosos” en el más allá, al mismo precio de perdón sin mácula de duda, sin sombra de resquemor, al mismo coste de culminar con éxito ese duro sendero probatorio.

Rechazó el nombre de “víctima” que la ataba de por vida a los hierros retorcidos. Caía pero se levantaba, volvía a caer y se volvía a levantar, hasta que sintió que ya nada la podría tumbar. Entonces se puso a “vender” esos frascos milagrosos. Logró “colocar”, casi sin palabras, unos pocos en su antiguo círculo de duelo, a fuerza de los mismos gestos tiernos y valientes que a ella la habían convencido.

Apenas publicitó la poderosa terapia de choque, apenas hubo de leer el prospecto que garantizaba una vida más llena de sentido y de gozo, que sugería la ficción de una “perdida … Su publicidad eran una suerte de testimonio silente y ojos plenos de paz y coraje, de inyecciones de fe y ánimo, de mano prieta y paseo hasta las fuentes y símbolos de infinito amor, de eterna vida…

Sus días prosiguieron en aligeramiento de penas, en enderezo de hierros y futuros, en susurro de perdones… No pregunten por su paradero. Siempre a pie de angustias y de desalientos; desafiando odios, muerte y estruendo, su nombre es Esperanza.


Hasta aquí breve literatura, ojalá mañana también historia. La orilla de la ficción está a una palada de la realidad, a condición de que los remos de la voluntad y la compasión sean firmes. Sea el recuerdo del “11M” la oportunidad de empezar a perdonar, sea ya el comienzo de la alianza de civilizaciones.

No a las implicaciones en interesadas y lejanas guerras que cobran desmedida factura en los vagones de cualquier alba. Sí a las pertinentes medidas policiales, pero sí sobre todo, a atajar las causas originarias del terrorismo, sí a la ayuda al desarrollo de los desheredados del Sur, sí a las medidas estructurales que evitarán nuevos estallidos y duelos.

Traiga ya el vasto dolor su debida recompensa de amor y sanación, de paz, justicia y armonía entre las gentes y los pueblos.

 
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