Si algo nos enseñaron estas mujeres ejemplares es a dejar abiertas las puertas, a esconder siempre colchones de sobra enrollados bajo las camas, a guardar platos de más, a no contar las alubias... Los valores que fueron el sostén de nuestros mayores, seguramente tenían visos de permanencia, uno se atrevería decir de eternidad. Somos los herederos de una gloriosa generación cuya exclusiva prédica se limitó al tan discreto como inolvidable ejemplo. Necesitamos más de su servicio reservado y silente, menos aireado y televisado. Están volviendo, estamos trayendo a este confuso presente a quienes “marcharon sin épica” (Xabier Lete). Difícilmente les devolveremos ese reconocimiento que tienen sobradamente merecida. Se acomodaron al silencio y desde la gloriosa atalaya en la que se encuentran quizás les baste el sencillo recuerdo. Pienso mucho en una Loren que vivió sus últimos días en la Residencia de Zorroaga. No hay moviola hacia atrás, no podemos llevarles las flores y laureles que en vida no recogimos, pero podemos recordarles, reconocerles, apurar al límite la memoria. Ése ha sido el exclusivo móvil del breve trabajo que aquí finaliza. La épica quiso quedarse junto a quienes probablemente no la merecían. Nos sobra el juicio, no hallamos en él ni razón, ni motivo, ni aliciente. Cada quien es dueño de sus glosas, “aurreskus” y cantos, pero un pueblo que olvida la verdadera épica, la de la discreción y la humildad, en definitiva, la de la falta de ego, es un pueblo amnésico, privado de pasado y por ende desnortado. Podamos sacar a la luz más memorias abandonadas, recuperar poco a poco más Arantxas, Natis y Lorens en otros barrios, en otros pueblos de nuestra querida Euskal Herria y por supuesto allende ella; podamos recuperar aquí y allí, más silencios, más épicas de quienes “marcharon sin épica”. * Presentación en el convento de Santa Teresa de Donosti el próximo 28 de Septiembre de 2013. Siete de la tarde. |
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