Falta anclaje en nuestra verdadera identidad de almas manifestadas circunstancialmente en un cuerpo ya masculino, ya femenino. La Vida necesita de los dos géneros para afirmar su continuidad. Sin embargo, aspiramos a vivir de una todas las condiciones, queremos todo el menú aquà y ahora. Al alba estrenamos traje y mutamos identidad: un dÃa barba, al siguiente labios pintados. Deseamos acostarnos como hombres y levantarnos como mujer o viceversa, contraviniendo asà las Leyes superiores, la de género, la de ritmo, la de evolución… Nada permanece estático. La vida ha de fluir. Como hombre habré de integrar la delicadeza, la ternura, la aceptación, la acogida... de las que en demasÃa adolezco. Si hubiera encarnado cómo mujer quizás me restara afirmar más iniciativa, emprendimiento, audacia... Siempre estaremos integrando lo ajeno y diferente, lo que nos falta. El aprendizaje no acaba nunca, mas no conviene salir del carril de salida previamente, antes de tomar cuerpo asumido. La amorosa acogida de lo diferente no implica sellado de los labios. La observancia habrá de cualquier forma ser respetuosa en extremo. Todo es movimiento, pero no necesariamente al albur de nuestro inferior arbitrio. Hemos de fluir con la existencia, esquivando las rocas de nuestro propia dureza, severidad y dogmatismo, pero igualmente habremos de sortear lo voluble y antojadizo. Hay identidades que fluyen lento, por supuesto no al ritmo del superficial deseo. Imaginemos que la entera naturaleza estuviera a merced de la inconstancia. La sabidurÃa arcana nos susurra que hemos de pasar siete encarnaciones en nuestra condición de hombres y siete en la de mujeres. El tránsito se realizarÃa por supuesto lentamente, por ello en las encarnaciones de “entrada†y de “salida†de género experimentarÃamos más influencia del género que aún no es plenamente en nosotros y nosotras. La identidad hemos de buscarla en nuestra particular forma de contribuir al mundo, no en nuestra “original†forma de contestar la Ley natural. Artaza 4 de Junio de 2023 |
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