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VESTIREMOS OTRA CARNE

Todo caduca, todo es pasajero, impermanente que dirían los budistas, sin embargo seguimos deseando que la vida física perdure por siempre. De forma más o menos inconsciente, forzamos los límites naturales. Es cuando echamos mano de la ciencia. La ciencia médica lucha a menudo contra esa impermanencia, pero siempre acaba perdiendo.

Fuimos advertidos de su caducidad al abrigarnos con estos cuerpos y sin embargo nos empeñamos en que sean eternos. Nos cedieron temporalmente una vestidura de carne y hueso, con la exclusiva finalidad de aumentar nuestra conciencia, de ensayarnos en más amor y altruismo, pero llegada la hora, nos resistimos a devolverla a su origen, la tierra.

Pedimos a los médicos en balde que nos alarguen la vida física, cuando en realidad deberíamos de limitarnos a agradecer el lapso otorgado en la materia, ceñirnos a vivir nuestro tiempo con generosidad, entrega y alegría, sin necesidad de prórrogas. Sólo nuestro Espíritu vislumbra la eternidad desde su elevada atalaya.

Hemos de acostumbrarnos a lo caduco, sobre todo acostumbrarnos a que no somos ese cuerpo, sino Quien lo habita. Hemos de interiorizar que ya habitamos antes muchos cuerpos, que habitaremos otros tantos; que vestiremos carne muchas veces, cuantas sean precisas para graduarnos en la condición humana.

Hoy he ido al especialista con un dolor antiguo. Tecleaba sin parar, como si el objeto en cuestión fuera la máquina, como si la finalidad semejara más rellenar el formulario de su pantalla, que sanar mi cuerpo aburrido ya de tantas preguntas peregrinas. Marché como llegué con la misma incógnita a propósito de la dolencia, pero quizás con un poco más de desapego corporal. Al fin y al cabo la culpa era mía por llamar a esa puerta y no conformarme con las inevitable taras que a estas alturas uno ya lleva puestas.

Artaza 2 de Diciembre de 2022

 
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