DeberÃa bastar el placer por el placer, por supuesto sano, sin necesidad de mendigarse a uno mismo. A fuerza de frecuentes visitas a la biblioteca del pueblo, me estoy liberando de ese leninismo de “nueva era†que me ha mantenido a ensayo y agua durante mas de treinta años. “Para escribir bien es preciso leerâ€. No debiera ser tan complicado adherirse a este sencillo silogismo. Hay que progresar en sutilidad, método, vocabulario, elipsis… Esas alturas sólo se ganan ante las letras impresas. Será por lo tanto necesario sumergirte reiteradamente entre las gordas sábanas de invierno con un libro que te cautiva. Esa elemental conclusión llega con exceso de retraso. Para escribir debidamente será preciso olvidarte de ti, ponerte otras gafas, interpretar el mundo desde otra cabeza, haber vivido las múltiples situaciones que te presentan otros testimonios y relatos. Trato ahora de autoconvencerme, de apagar el ordenador a tiempo, de dejar el trabajo a una hora prudencial. Busco más temprano que nunca chimenea, pijama y libro. Voy a la zaga de los tÃtulos perdidos en el tiempo. “Ahora sólo leo literatura…â€, me ha salido del alma sin pensarlo. Me he sorprendido a mà mismo confesando hoy a la mañana este “pecado†a mi vecino y amigo, al despedirme para este viaje. De muy buena fe me ofrecÃa un libro de ensayo, pensando que serÃa de mi agrado. Las causas mayores deberÃan tener su vÃnculo más o menos discreto con el disfrute, su anclaje algo indisimulado con el gozo. No maldigo esa severidad militante, que me impidió viajar con los libros, saltar con ellos a otras realidades. Me tomo la licencia de compartir este flagelo. Cunda la emancipación. Abro ya los libros perdidos en el tiempo, los que debieron ser junto a mà y sin embargo no llamaron ni a la puerta, no se atrevieron a entrar en casa. No está clara la sutil lÃnea divisoria entre la obligación, el deber, la necesaria autodisciplina y el exceso de la misma. La literatura te concede la oportunidad de vivir una historia diferente a la tuya. He estado demasiado tiempo sin concederme ese universal y puro placer. No me arrepiento de que no se acumularan las novelas en mi mesilla. Hago votos, si Dios quiere, para colocarlas bien ordenadas en la de la próxima vida. Al dejar este cuerpo maltrecho no suene tampoco la alarma, no tenga que cerrar ningún libro, cuando, ojalá, llegue la sublime novela de al otro lado del velo. Tren a Coruña 8 de Febrero de 2022 |
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