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'Inipi' o el desafio de las piedras ardientes

"Es hora de descorrer la cortina de piel de ante, de compartir con quien lo desee lo que todavía tenemos nosotros, los pueblos originarios de esta tierra" decía Eddie Banton Banai, guardián de sabiduría de la nación ojibway. La herencia espiritual del pueblo indígena americano no sólo no se ha extinguido, sino que ha viajado en las "cuatro direcciones".
Aquí presentamos sólo un ejemplo. Entreabrimos las cortinas de ante y nos cobijamos junto a las piedras redondas, grandes guijarros de entonces y de ahora, de los ríos de agudo y grave canto, dispuestos al desafío de extraer lo mejor de nosotros mismos, preparados para derritirnos por dentro.

"Nuestro fuego aún sigue vivo y llama al mundo entero a acercarse y compartir su calor y bienestar espiritual" añadía el anciano ojibway. Su llamado obtuvo eco. Las piedras ardientes atraviesan ya el umbral de "Inipis" más occidentales. La cabaña de sudación se levanta ahora también entre nosotros. Ha encontrado aquí acogida, al igual que otras tantas prácticas procedentes de las tradiciones nativas americanas. La popularización de este ceremonial ha ido en detrimento de la conservación de su desarrollo originario, no obstante ha permitido a muchos atravesar la renovadora experiencia del vapor purificador en medio de la naturaleza.

Para los indios otomies, la sala de sudación es el vientre materno del que sale el hombre nuevo. A sus viviendas añadían el horno donde hacían el pan y otra dependencia similar de mayor tamaño donde se "horneaba" a los hombres. Más al norte, los nativos de las grandes praderas tenían el convencimiento de que el hombre purificado a través del vapor de la cabaña de sudación estaba preparado para recibir una visión del Gran Espíritu. Por eso antes de retirarse a las cumbres de las montañas a ayunar y solicitar esa anhelada clave de futuro, el indio pasaba primero por el baño de vapor, donde acrisolaba su cuerpo y espíritu. Era también habitual que acudiera a este habitáculo sagrado de la cabaña antes de partir a la batalla o en vísperas de grandes decisiones y celebraciones.
El ritual cuenta con un preciso guión, perfectamente estructurado que puede durar todo el día. Comienza con la meticulosa elección de la madera y los cantos rodados. Seguidamente se procede al ordenado levantamiento de la pira de fuego para el calentamiento de estas piedras. En el caso de que no se disponga de una instalación habitual y fija, es necesarioo también construir la cabaña. Junto a ésta es común erigir un sencillo y rústico altar. Las variantes del rito de sudación son múltiples y adoptan diferentes denominaciones y formas en función de la geografía en que se practique. Los nombres más comunes que se han difundido entre nosotros son el de "Inipi" acuñado por los indios sioux y el de "Temazcal" con origen en las tribus de Nuevo México.

Al divulgar este ritual de purificación entre los lectores , hemos optado por seguir algunas de las pautas emanadas de la tradición dakota, pues han sido estas tribus, una de las ramas más poderosas de la gran familia sioux, quienes lo han dado a conocer de una forma precisa y didáctica. Dentro de esta breve explicación de orden eminentemente práctico, hemos debido omitir todo el formulario que acompaña a cada parte del ritual. Estas invocaciones van contagiando a la ceremonia una elevada sacralidad. Cada acción está precedida de solicitud de permiso y consiguiente agradecimiento al Gran Espíritu Wakan Tanka y a la Abuela Tierra, Ina, por su tutela y múltiples dádivas. El pueblo o la tribu, como principal institución comunitaria, estaba también muy presente en todas estas preces.

Vayan a modo de pauta un par de ejemplos. Al edificar la pira de madera, los indios dakotas elevaban una plegaria semejante a esta: "¡Oh Wakan- Tanka, he aquí el fuego eterno que nos ha sido dado en esta gran isla! Es tu voluntad que construyamos esta pira de una manera conforme al misterio. Sólo así será el fuego que arde siempre. Gracias a él renaceremos, purificados y más cerca de Tus Poderes!". En otro momento de la ceremonia, mientras el oficiante rocía las piedras con agua exclama algo así como: "Oh Wakan Tanka, mírame! Yo soy el pueblo. Al ofrecerme a Ti, ofrezco el pueblo entero como un solo ser. No te pido para mí, sino para que mi pueblo viva. Deseamos renacer. ¡Ayúdanos!".



Construcción de la cabaña


A la hora de ubicar el "Inipi" hay que tener en cuenta dos factores principales: primero la abundancia de leña para poder levantar la pira de fuego y el segundo la cercanía de agua. La proximidad de un río, lago, manaltial..., posibilita el baño al salir de la cabaña y el acopio de piedras redondas. Según la tradición, antes de dibujar sobre el terreno el círculo sobre el que se levantará la cabaña, es preciso formular la petición de "permiso" para poder desarrollar el ritual tanto al lugar, como a los "seres visibles e invisibles" de los diferentes "reinos" que lo habitan. En su forma original la choza se construye con doce o dieciséis sauces jóvenes que, una vez hincados en la tierra y arqueados, forman su armazón. Si estos palos están secos, será preciso remojarlos previamente en agua hasta que alcancen flexibilidad.

Los palos clavados han de indicar en su orientación las cuatro direcciones del Universo. Su puerta mirará a la hoguera colocada en dirección al este, pues de allí viene, según las tradiciones indias, la luz de la sabiduría. El material de cobertura varía en función de la accesibilidad de materiales. Los dakotas se servían de las pieles de búfalo, pero a falta de éstas es común utilizar mantas, lonas de toldo e incluso grandes plásticos.
Hay tradiciones en las que no sólo las piedras, si no que incluso todas las ramas y trozos de madera son previamente sahumados o pasados por algún humo purificador, además de bendecidos con plegarias. Las piedras suelen ser habitualmente de gran tamaño y preferentemente redondeadas por el viento o el agua. Representan a la Abuela Tierra y a la naturaleza eterna e indestructible del Espíritu. El fuego que calienta estas piedras es de forma cuadrangular y comprendido entre cuatro grandes estacas, que representan también a las cuatro direcciones. La pira puede ser construida en pisos con maderas entrecruzadas, de forma que en cada uno de ellos se intercalen las piedras a calentar. El número de piedras es un factor cargado de simbolismo, que varía en función de la tradición concreta que se siga. Lo habitual son tres pisos de nueve piedras cada uno.
A lo largo del ritual, la hoguera simbolizará el sol y se colocará en dirección hacia el este, al igual que el primer resplandor del gran astro. El fuego y la cabaña de sudación estarán separados por una distancia de alrededor de diez pasos. Entre ambos se abrirá un corredor por donde avanzarán quienes vayan a entrar en la cabaña. En medio del "Inipi" se habrá cavado un agujero circular denominado "hogar" con un diámetro aproximado de medio metro. Este simboliza el centro del Universo, donde mora el Gran Espíritu con su poder, el fuego. Una vez consumida la leña y las piedras hayan alcanzado una elevada temperatura estas serán colocadas en ese hogar, tapizado en su parte inferior con unas pequeñas piedras que impedirán que el calor se pierda en contacto con la tierra. Al agujero son arrojadas también hojas de salvia u otras hojas aromáticas que perfumarán el caldeado ambiente.



Dentro de la cabaña


Una vez dentro de la tienda, el ritual también varían en función de quien lo dirija. Entre los indios es habitual realizar la ceremonia de la pipa o Calumet. Según la tradición esta práctica fue dictada por un elevado ser espiritual, Mujer Cría de Búfalo Blanco, y es parte importante de sus valiosas enseñanzas. Dice la leyenda que esta especial mujer apareció hace tiempo de forma misteriosa para recordar a los indios los grandes valores espirituales que habían cultivado sus antepasados y que estaban ya en franca decadencia. Una vez hubo trasmitido su saber, desapareció rodeada también de gran enigma. Ella invitó a los indios a utilizar el humo de la pipa como representación de sus pensamientos, plegarias y aspiraciones. Indicó que cada exhalación debía ser plegaria hacia el Gran Espíritu, Wakan Tanka, Padre de todas las cosas. La pipa había de ser pasada con lentitud y reverencia entre quienes se encontraran reunidos y el tabaco era preciso cultivarlo especialmente para ese fin.
En nuestra península, la cabaña de sudación es practicada por grupos ligados a diferentes tradiciones chamánicas, colectivos vinculados a las culturas de los nativos americanos, concheros, gentes relacionadas con el movimiento "Rainbow"... La prescripción de prohibir la entrada a mujeres es soslayada y es muy habitual desnudarse por completo para la práctica. La meditación, el silencio, el canto, la "mantralización" de sonidos... se suceden dentro de la cabaña. En los momentos de más intenso calor y sacrificio corporal se acostumbra decretar algún deseo elevado para que éste cobre realidad.
El número de entradas varía en razón de la persona que dirige el ritual, pero por lo común no excede de cuatro. La permanencia dentro también cambia, pero suele ser aproximadamente de una hora escasa de duración. Entre salida y entrada y mientras que los participantes descansan junto al fuego o se bañan, los "guardianes de fuego" o ayudantes se encargan de renovar las piedras en el centro de la cabaña.



Siete bocanadas


Según Mujer Cría de Búfalo Blanco la cazoleta de la pipa ha de ser de piedra roja y con forma redonda, simbolizando al aro sagrado de las tradiciones nativas norteamericanas. Se trata del círculo del dar y recibir, de la inspiración y la expiración que otorga existencia a los seres vivos por voluntad del Gran Espíritu. Dice la tradición que esta mujer, santa entre los indios, evocaba así el "círculo" tan presente en el "Inipi" y en el conjunto de las ceremonias de su pueblo: "Si queréis crear y no destruir, debéis de tener siempre presente el aro sagrado. Considerad este círculo de compromiso. En su cálido ambiente la fuerza del amor crece sin límite". Alce Negro, que fue quien, merced a sus libros, más difundió estas ceremonias en Occidente, "redondeaba" la lección: "Todo cuanto hace un indio se hace en círculo y esto es porque el poder del Universo actúa siempre mediante círculos. Todas las cosas tienden a ser redondas".
El tubo de la pipa está adornado por doce plumas que representan a los "alados del cielo", los seres espirituales "que vienen de las estrellas a iluminar la vida en la Tierra". El tabaco que se quema representa al reino de las plantas. La pipa circula un total de siete veces por el círculo de participantes. La primera aspiración de humo expresa la gratitud al Espíritu cuyo aliento nos da la vida. La segunda manifiesta la veneración por la Abuela Tierra. En la tercera los pensamientos de amor y gratitud se dirigen a las criaturas aladas y de cuatro patas. La cuarta es muestra de respeto hacia todas las tribus de la humanidad, tanto del pasado, como del presente y del futuro. La quinta acostumbra ser una aspiración en solicitud de guía a los grandes "seres alados" del mundo espiritual. La sexta bocanada va dirigida a las seis personas que se desea sean bendecidas de forma especial. Se ofrece el humo por ellas, para que sean favorecidas por Dios. Por último la séptima aspiración se realiza siempre en silencio en ofrenda al Gran Ser del que proceden todos los seres. No se acostumbra pronunciar palabra alguna sobre el misterio sagrado de la fuente de toda vida.


Noche incandescente



Hierve la cabaña y los cuerpo desnudos que dentro de ella se agolpan. El guía del ritual arroja una y otra vez agua sobre las piedras. Las gotas vertidas ascienden raudas en forma de intenso vapor hacia el techado de lona. Cada impacto eleva al instante la temperatura.
Los poros, abiertos de par en par, arrojan sudor a mares, bañando toda la piel con su espeso líquido. El cuerpo apenas sostiene la conciencia por un pequeño hilo. Pero es preciso mantenerse alerta, es más, es necesario sumarse al coro: "La Tierra es nuestra Madre debemos cuidarla, nazca la vida en esta Tierra sagrada uaaeee..." El canto logra apenas despistar la sensación de calor inmenso, de asfixia inconmensurable. Aún debe de flotar algo de oxígeno, pues de lo contrario, los casi veinte hombres y mujeres que nos amontonamos en torno a las piedras, no resistiríamos esa sofocante atmósfera. En algún lugar de ese pequeño universo resuena una voz cuya fuerza pareciera ser alimentada por el propio fuego: "Invocad la Presencia y sabed que esa Presencia es incombustible..."  
Después de melodías, "mantrams" y decretos formulados con "ardiente" determinación, llega el círculo de la palabra, ronda en la que cada quien expresa sus elevados deseos y sentimientos. A fuerza de empujarlo a su límite de resistencia, apenas se siente el cuerpo, flota en una nube de vapor con olor a salvia. Parece que la vida se disipara, fundida en esa oscuridad con paredes de tela. En los momentos más críticos, llega la mágica orden. Alguien abre la puerta y un golpe impresionante de aire fresco nos devuelve a la vida. Fuera palpita la noche inmensa. La naturaleza salvaje nos acoge con renovada ternura, no en vano hemos abandonado buena carga de impurezas bajo el asfixiante toldo.
Crepita aún la hoguera privada ya de su enorme orgullo de llamas. Los rescoldos atesoran unas piedras que harán todavía hervir nuestra piel en las próximas dos entradas. Los cuerpos desnudos rodean ese pequeño y llameante sol desmoronado e incrustado en la tierra. Sus lenguetazos de un calor más tierno y comedido, el aire subiendo y bajando de los pulmones con singular placer, los grillos saludando nuestra súbita "resureción"S, nos confirman que el ahogo no se consumó, que la vida, pese a los "infiernos" pasajeros, sigue adelante.
Tras las primeras y profundas respiraciones, atendemos al destello de las velas, alfombra de pequeños resplandores que nos conducen a la orilla. Imantados por el fluir del agua, llegamos al río. Penetramos en su lecho. El calor de la piel calla en un instante y todo el cuerpo se ve invadido por una nueva ola de vida. La alegría se contagia y pronto somos veinte niños chapoteando, agitándonos, derrumbándonos los unos a los otros..., agradeciendo, cada quien a su forma, el agua fresca que nos acoge y bendice tras la prueba apenas misericorde del fuego.

 
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