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Entre Pipas de Calabaza

Aquella mujer de paz, desconcertada por cuanto en su pais ocurría, se mostraba feliz ante una visita repentina que en medio de la barbarie le devolvía en algo su condición de mujer ilustrada.

Vivían el uno encima de la otra. El, profesor jubilado en un instituto de formación profesional, ella en paro; cuando la paz, ejercía de profesora de francés en una escuela elemental . El atendía al nombre de Anto, ella se llamaba Behija. El era croata , ella musulmana; los dos vecinos y grandes amigos. Les conocimos ahora hace ocho años en la ciudad de Zenica, en Bosnia Central.

En nuestro periplo por pistas de barro y nieve en medio de aquella geografía desolada, él nos acogió en su piso en un barrio de clase media, en lo alto de un edificio moderno pero rapidamente envejecido entre la basura y la desidia, a las afueras de la ciudad. A la hora de la cena, no dudó en compartir con nosotros lo poco que tenía. De unos grandes bidones de plástico en el balcón, sacó una col fermentada que acompañó con una especie de longaniza. A fuerza de insistencia, no teníamos nosotros problemas de abastecimiento, logramos que por lo menos la carne, la comiera él sólo.

Con el postre, que consistía en pipas de calabaza, subió su vecina. La comunicación hasta entonces algo complicada entre nosotros , discurriría más fluida gracias al francés de Behija. Con marido y una hija, la vecina era una mujer joven aún, de cabello dorado y una hermosura que aún no había marchitado la guerra. En aquella ciudad sitiada por el invierno y la miseria, sus ojos pintados, su rostro maquillado clamaban por el pasado, ayer apacible evocado ya entonces en lejanía. Aquella mujer de paz, desconcertada por cuanto en su pais ocurría, se mostraba feliz ante una visita repentina que en medio de la barbarie le devolvía en algo su condición de mujer ilustrada, de mundo.

La guerra no puede evitar las historias hermosas que tambien ella misma genera, flores de loto que deja crecer en sus oscuros y batidos arrabales, huellas de humanidad que no cede y desmorona. Aquella nohe, el drama nos revelaba la gran oportunidad que tambien otorga en el ejercicio de la generosidad y la entrega. Vivimos una velada agradable en torno a aquellas pipas de calabaza que Anto no había logrado secar del todo. Enseguida comenzaron a reír con ese humor que se resiste pese a todo, a ser derrotado. Anto mostraba la piel de la longaniza que ella por su condición de musulmana no llegaría nunca a probar. Señalando una pared de aquella desordenada cocina, de la que colgaban las fotos de Anto en edad militar, ella se reía de la reciente y algo infantil reafirmación nacionalista croata de su vecino en una zona con mayoría musulmana. Ambos se reían por lo que otros, a escasos kilómetros , en el preludio de otro horror absurdamente añadido al ya existente, comenzaban ya a matarse. Se reían de su diferencia porque sabían que en el fondo era inexistente. Eran chistes de "giputxis" y "bilbainos" que nunca irían más allá de aderezar una velada amistosa, de alentar un momento agradable, en una relación sana y allí sin duda entrañable.

Avanzaba la noche con los relatos inevitables de lo que antes gozaban y ahora se veían privados. Ella no ocultó la descripción de la precariedad en la que vivían. Mientras el seguía ante mi compañero con sus comentarios siempre gesticulantes y a menudo jocosos sobre el presente que soportaban, ella con la libertad que le daba una lengua que Anto desconocía, me contó bajando un poco el tono, como él la ayudaba adquiriendo semanalmente para ella y su familia, los productos de alimentación más básicos.

Intercambio de direcciones (¡ojalá! permanezcan), abrazos, indicaciones pertinentes y a la mañana siguiente dejamos ese hogar acogedor donde reinaba la solidaridad y el buen humor en medio de esa atmósfera dificilmente respirable de división y odio. Retornamos al trote sobre aquellas pistas de precipitada construcción, a través de aquella geografía blanca que jamás habría conocido la guerra si de la diferencia hubieran hecho chiste y no horror, enriquecimiento y no mutuo despedazamiento; si nada hubiera ido más allá de un humor sano que encuentra como en el caso de Anto y Behija, en la aparente diferencia un motivo para desatarse.

En marzo del año siguiente se inaguró de forma oficial el nuevo frente al que aún acuden a matarse los hasta entonces aliados. En esa nueva fragmentación, en esa absurda lotería de terrenos que imponen los jurásicos hombres de la guerra, Zenica correspondió al gobierno de Sarajevo.

Empujada por las noticias de esa guerra que no callaba, a veces mi memoria retornaba a esa ciudad oculta entre montañas y olvidos. Pensaba que habría sido de ese jubilado croata que con merma de sus pequeños ahorros, todas las semanas se llegaba a la vecina con un paquete de arroz, azúcar, harina... Quiero creer que le han respetado, que la locura la Armija musulmana, a diferencia de sus rivales fue aún algo serena. Quiero creer que sigue allí, abriendo su puerta a los unos y los otros, destapando sus bidones de 'chou-croute' ante huéspedes que retroceden por su olor poco habitual. Estoy seguro que sigue allí ayudando y riendo en aquél barrio destartalado, entre nuevos amigos, alrededor de nueva cosecha de pipas de calabaza a medio secar.


Koldo
www.portaldorado.com

 
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