Hay aviones que rugen precipitadamente, que parten demasiado temprano, que dejan bajo las alas momentos que cambian la historia. Cogí uno de esos reactores de a deshora, una nave inoportuna que me alejó de un escenario difícil y apasionante al mismo tiempo, de un país que ensancha por fin su horizonte de justicia y libertades. Dejé Venezuela en pleno alumbramiento de una nación nueva, tan sólo horas antes de que la sangre volviera a empapar el piso de su capital. No sé qué es lo que me atrapó de la nación del Orinoco, esa “chévere” geografía que reúne tantos climas, tantos paisajes, tantos jugos, tantos cielos, tantas “arepas”, tantas sonrisas y rostros de piel… diferentes. Después de haber caminado en sus desiertos y alucinado en sus selvas, de acostado en sus playas tibias y soñado en sus montañas de puro cristal, el flechazo definitivo se consumó en el asfalto, un asfalto caraqueño en plena ebullición, resonando en anhelo genuino y contagiante de construir un futuro definitivamente diferente. Hay océanos que con sus olas cambian la historia. La plaza de la “Meritocracia” en Caracas, era el pasado miércoles 3 de Diciembre un océano de voluntades unidas, de banderas tricolores, de ímpetus desbordados… océano inmenso dispuesto a acabar con los diques del despropósito y la autoridad malentendida. Bullía en esperanza aquel mar amarillo, azul y rojo de la capital venezolana, océano alegre, incontenido, solidario… que iba tragando barrios enteros, autopistas y avenidas. Más que su tercera jornada de paro, Caracas vivía su “rumba” de la libertad, su fiesta de la democracia, apenas nublada la víspera por lo gases de la guardia nacional frente a la sede central de PDVSA (Petróleos de Venezuela). Las cornetas, bocinas y las cacerolas ya no se ceñían a los diez minutos concertados de las ocho de la noche, sino que campaban a sus anchas en cualquier hora y lugar. El sonido de la protesta se estampaba en todo momento, al igual que los colores de la bandera nacional, convertida en enseña del movimiento opositor, teñían lo más inverosímil, ansia de hacerse con la conciencia perdida, de ser de nuevo nación, de recuperar un protagonismo tantas veces usurpado, de tomar unas riendas en tantas ocasiones abandonadas. En tiempo de la globalidad, pareciera también necesario agitar las banderas nacionales, bañarse en océanos de color, por los trapos que no se blandieron ayer, por la nación que durmió en el pasado. Los tiempos de convergencia planetaria parecieran también ocasión para abrir las “anchas alamedas” y recuperar una identidad difuminada. Aquel océano en marcha era exponente de un pueblo que se reencuentra, que se halla a sí mismo, que pide a gritos emancipación, superación del clima de división y odio de los últimos meses. La crisis venezolana se presta a diferentes lecturas. Me quedo, sin lugar a dudas, con esa visión esperanzada que observa a Chávez como el revulsivo necesario para que la población saliera de un largo letargo, el detonante preciso para que el alma colectiva despertara, para que el venezolano se implicara por fin en la vida política y se hiciera dueño de su destino. Hasta el presente el destino lo había manejado una clase política siempre ajena y lejana, unos partidos que se alternaban “caballerosamente” en el ejercicio de un lucrativo poder en el país del “oro negro”. El mandatario “bolivariano” no sería, por lo tanto, el causante de todos los males que hoy aquejan a la nación. Representaría el último y más duro episodio que lleva por fin hoy a su florecer. Venezuela estuvo por tiempo ausente, apurando su frenesí, su derroche de petrodólares. El líquido combustible se inyectó en sus venas cual larga anestesia. Las clases medias estaban demasiado entretenidas disfrutando de un dinero fácil como para complicarse la vida en cuestiones públicas. Así que delegaban su poder en una clase política inepta y en muy buena medida corrupta, hasta que el precio del barril del petróleo cayó en el 98, la prosperidad se vio en entredicho y los políticos revelaron toda su incompetencia. La repentina prosperidad de los “esqualidos”, así califica el presidente a los opositores que gozan de poder adquisitivo, las fulminantes fortunas, con su lacra de despotismo y amigismo, habían generado un clima inestable y corrupto que llevaron al militar golpista a la presidencia de la nación con una amplia mayoría. El descontento de las clases medias y el clamor de los desheredados engendró un producto populista que se revalidó ampliamente en las urnas. El presidente con sus golpes de efecto y su verbo poco diplomático fue un mandatario a imagen y semejanza de la demanda popular a finales de los noventa. Sin embargo el “tifón Chávez” se ha apagado temprano. El pueblo ha crecido y el teniente coronel ha desvariado más de lo previsto, ha permitido demasiadas corruptelas en su entorno. Las nuevas tecnologías han acentuado la conciencia colectiva, la república petrolera ha madurado y se ha ido cansando de un antiguo oficial paracaidista golpista que principalmente ha acercado división entre la población y empobrecimiento, se ha dado cuenta de que no sólo de negro líquido vive el venezolano, de que la modernidad implica la instauración de imprescindibles valores y no sólo el orgullo de unas torres refineras horadando cielo y tierra. Llegaba la hora de Venezuela, el tiempo de las grandes marchas caraqueñas en busca del tiempo perdido, la cita con esos océanos de gente, con ese clamor de mayoría de edad y libertad. Más allá de estos mares de reclamo democrático que van “jalando” a toda la población, en una cada vez más reducida isla blindada, al presidente le apoyan sus círculos bolivarianos, la clase burocrática y contados militares que han medrado a su vera, los estudiantes que. puño en alto, recorren las avenidas de la ciudad, muchos “buhoneros” o vendedores ambulantes, muchos de los habitantes de las colinas de la pobreza que rodean la capital... Sin embargo, lejos de una política de real ayuda y de emancipación de los sectores más desfavorecidos, Chávez ha optado por la política de prebendas y amigismos, de efectos de bombo y platillo, de gestos para la galería y no de planes de actuación que procuren un nuevo y real horizonte a los olvidados en los tiempos de bonanza. Con todo, hay gentes humildes que sienten que han colocado a uno de los “suyos” en el palacio de “Miraflores”. A Chávez le sostiene un resentimiento aún no curado hacia los poderosos que él sabe explotar sabiamente, una política belicosa que también suscriben los amantes del conflicto permanente, le mantiene un discurso muy personalista, agresivo, torpe que sintoniza con un cada vez más reducido sector de la población. El desgaste ha sido vertiginoso, su carácter intransigente y su empeño de enfrentar a la población ha reducido su apoyo a los más incondicionales y por ende más agresivos. La mayoría de quienes en la consulta electoral le respaldaron se van dando cuenta de que la nación se merece verdaderamente otra altura de presidente. Los afectos al dirigente de la nación no alcanza ya el veinte por ciento de la población. Son números que Chávez conoce muy bien, de ahí su resistencia a convocar la consulta popular que la oposición lleva meses reclamando. Cualquier persona de cultura medianamente democrática soportaría con dificultad cinco reducidos minutos de un “Aló, presidente”, programa televisivo autopropagandístico con que el máximo mandatario bombardea semanalmente, durante cuatro horas al conjunto de los ciudadanos. Sin embargo ya son muchos “alós”, muchos meses de afianzamiento del poder personal y poca gestión del país, de creciente ataque y descalificación de una oposición cada vez más numerosa y unida y poco de gesto conciliador. Quizá ayer fue necesario ese fuerte liderazgo, quizá hubo incluso que entregárselo a quien tan personal y partidista uso hizo del poder; quizá hubo que transitar esta noche prodiga en atropellos y abusos, quizá el “chavismo” fue incluso preciso para poder crecer en valores democráticos, para que el océano de libertad se desbordara incontenible. Así que el pueblo se puso en marcha, armado de fuerza, alegría y color, equipado con sus “celulares” (teléfonos móviles), con sus retrasmisores, con sus pequeñas televisiones… manifestando a su paso que ahora es su turno, que ya nadie le puede privar de su protagonismo…Venezuela se merece otro liderazgo, otro talante de hacer política. El cansancio del pueblo ante el dominio del chavismo no quiere decir que la nueva remesa de líderes esté ya preparada, que los partidos históricos hayan superado su males endémicos, que los Adecos (socialdemócratas), Copeyanos (demócratas-cristianos), MAS... se hayan curado de nostalgia de monopolio. El nuevo liderazgo se está gestando, poco a poco emergiendo. Hay que permitirle nacer, a la vez que brindar a los antiguos aparatos la oportunidad de desnudarse de intereses partidistas, o clasistas, de evaporar sus resquicios corruptos, de ganar también ellos en cultura democrática. Como apuntaba al inicio, escribo estas líneas cuando me llegan noticias de los luctuosos hechos de la plaza de Altamira. Ante tamaña provocación se hace necesario que la oposición persuada en sus actitud serena y pacífica. Hoy más que nunca es preciso alejar el fantasma del enfrentamiento civil, evitar enredarse en la espiral de violencia que a menudo tratan de fomentar los círculos chavistas. Los grandes logros colectivos implican también una cuota de sacrificio y dolor, que es preciso trasmutar en fuerza generosa y liberadora. En nuestros días los mártires se honran, ya nunca jamás se vengan. La nación no se puede partir en dos. El parto venezolano no se merece más dolor, acerque por fin el presidente una mirada más humilde y cuerda hacia esa madre patria en culminante gestación y comience a contemplar el franco diálogo como única salida a esta enconada situación. |
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