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Falun Gong : cifras y testimonios de una represión que no cesa

El movimiento espiritual Falun Gong constituye en estos momentos la más seria preocupación para las autoridades chinas. Las filas del partido único merman de día en día, al tiempo que millones de ciudadanos se ven seducidos por este ancestral Qigong, reciclado por su maestro Li Hongzhi.

La militancia comunista decrece mientras que cada día más personas se suman clandestinamente a esta meditación en movimiento. La simple libertad de poder realizar unos ejercicios de carácter sanador es negada en el mayor país del mundo. La represión se acrecienta de día en día sobre estos inofensivos practicantes. Ahora van de ciudad en ciudad recabando apoyo solidario.

FalunGong ha evidenciado mejor que nadie el hastío de los chinos por un régimen materialista y falto de libertades. Este movimiento de carácter no sectario ha sabido catalizar el anhelo libertario de una nación privada de raíces espirituales, ahogada en sus más íntimos sentimientos.

El movimiento, también conocido como Falun Dafa, promueve una antigua técnica china para el mejoramiento de cuerpo, mente y espíritu. Sus actividades están abiertas al público sin ningún tipo de costo. Su disciplina se guía por los principios fundamentales de: "Verdad, Compasión y Tolerancia". La práctica consiste en cinco juegos de ejercicios moderados, que, a decir por sus incondicionales, son beneficiosos para personas de todas las edades.

El fenómeno "Falun Gong" desborda sin embargo su propia geografía, hace tiempo que superó su "muralla china", tomando los parques de las grandes urbes occidentales. Mientras que en el propio país llueven a los practicantes duros palos, allende sus fronteras estos sencillos ejercicios cosechan una increíble acogida. El maestro Li Hongzhi dio a conocer la disciplina en Mayo de 1992 en China y en estos momentos se calcula que hay más de cien millones de practicantes repartidos en unos cuarenta países.
 
Dicen que no quieren conquistar el mundo, pero su pacífica "conspiración" de extiende por extensas zonas verdes en medio de los aslfaltos de Europa y América. Los sociólogos tratan de interpretar y dar con las claves del éxito de este movimiento de alcance ya planetario. Algunos ven en su meteorítica expansión el más evidente síntoma del retorno de una era más sagrada, tras un siglo de acentuado laicismo.

Parques vacíos

A veces lo obvio es pura utopía, a veces los golpes son la única respuesta de la barbarie a los valores de "verdad, benevolencia y tolerancia", que los practicantes ponen en marcha, a veces  los derechos más elementales son negados y los parques se quedan vaciados, sin nadie que practique el Falun Gong entre su arboleda. Algo brutal y desconcertante está ocurriendo en la China de nuestros días. Occidente comienza a prestar atención a este amplio movimiento espiritual de carácter universal y abierto que esta siendo fieramente reprimido al poner en jaque a la mayor y última gran dictadura de nuestros tiempos. Falun Gong conforma una firme esperanza para una población china que encuentra en su fuero interno una libertad que aún no vislumbra fuera.

No llevan consigna política en su labios, no agitan agresivas pancartas. Transmiten con su pacífica presencia la paz y la serenidad que les confiere la práctica de unos ancestrales, y a la vez futuristas, ejercicios físico-espirituales. Portan flores y velas por los "caídos" como única y peligrosa artillería. Las autoridades chinas están desorientadas. Se dan cuenta de que poco pueden ante la fuerza inconmensurable de unos ciudadanos persuadidos por elevados valores y firmemente anclados en una actitud no-violenta. La represión evidencia el temor y el nerviosismo de los mandatarios ante tan extraño y masivo movimiento. Comienzan a percatarse de que la mano dura sólo provee de nuevos adeptos a "la peligrosa secta".

Grandes dictadores se sientan ante los tribunales, un aire de libertad barre muchos de los países en los que hasta el presente se respiraba sólo a medio pulmón; sin embargo China permanece aún recluida en la sombra. Comienza a brillar en el aspecto económico, pero se mantiene en la oscura prehistoria en materia de derechos humanos. La propaganda y la maquinaria represiva del mayor estado del mundo se ceba en los practicantes de unos ejercicios que no causan ningún perjuicio a nadie.

Los devotos de esta especie de Qigong apañado a las necesidades del hombre moderno, superan en número a los militantes comunistas y ello saca de quicio a los estrategas del partido único. Parece como si el silencio de los practicantes cantara su fracaso, como si los dirigentes se hubieran visto delatados en su propia fecha de caducidad, barridos por una atmósfera más sagrada. Parece como si por fin los fríos altos funcionarios observaran que la energía universal o "ki" fluye sobre los cuerpos que atienden a un movimiento suave y armónico, mientras que se atasca en las recias posturas marciales, en los cuerpos inmovilizados por la disciplina maoísta.  

Recientemente ha pasado por Madrid la primera gran delegación internacional del movimiento Falun Gong que visita España. Engrosaban la comisión algunos represaliados residentes actualmente en Australia y los EEUU. Con "www.portaldorado.com" han compartido la angustia vivida. Hemos acercado nuestro micrófono a ellos, no tanto a la búsqueda del dolor que han padecido, sino en el deseo de escrutar la increíble fuerza interna que les asiste, en el intento de explorar la multitudinaria esperanza que representan.  
Paradojas del destino, nuestra entrevista tuvo lugar en los momentos en que el Comité Olímpico Internacional eligió a Pekín como sede de los Juegos del 2008. La Olimpiadas venían  a abrir una oportuna ventana de aire fresco al contaminado clima político chino.



Cuiying Zhang: una artista entre barrotes

Las cárceles chinas se llenan día a día de presos de conciencia. Algunos logran salir de ese horror para contarlo. Tal es que caso de la pintora Cuiying Zhang de treinta y ocho años, que vio de nuevo la libertad el pasado Noviembre. Su ciudadanía australiana le salvó la vida, tras ocho meses en el puro infierno.

Cinco años antes de su detención había comenzado con las prácticas el Falun Gong. Según sus palabras, estos ejercicios fueron el gran descubrimiento de su vida. Le ayudaron a superar las graves dolencias de artritis de las que había estado aquejada. Sin embargo la vida tranquila y el mundo de ensueño de la joven artista australiana tenía sus días contados. Entregada por entero a la difusión de las bonanzas de esta práctica, un buen día arrinconó los pinceles y se embarcó en una arriesgada aventura. Su compromiso interno le empujó a llamar a las puertas de la poderosa China.

Voló sola con la intención de cantar las mil y un maravillas de la práctica y de trabajar para que cejara la represión. Imbuida de toda su buena fe, pensó que sería escuchada por las autoridades chinas. El gobierno de Jiang Zemin muy lejos de hacerle caso, la convirtió en una de sus nuevas víctimas. El apoyo internacional le libró de perecer entre cuatro barrotes, sin embargo no le privó de un prolongado encarcelamiento y de las palizas consecuentes.

Hace ya siete meses que salió del oscuro túnel en el que en más de una ocasión temió por su vida. A la vista de la fuerza que imprime en cada una de sus palabras, no parece cansada de retornar, siquiera mentalmente, al infierno vivido. Arroja con contenida pasión y contundencia las sílabas en chino que van hilando su relato. Con esa misma resolución nos comparte que no guarda rencor a sus carceleros, que en sus pacientes charlas casi logró convencer a alguno de ellos.

Cuying Zhang fue arrestada en cuatro ocasiones. La primera cuando miraba la ceremonia de izada de la bandera en la plaza de Tiananmen en Bejing: "Tres policías chinos sospecharon que era practicante de Falun Dafa y me condujeron al interior de un furgón policial. Allí me golpearon y mi cara se cubrió de sangre".

En la segunda ocasión fue detenida practicando Falun Gong en un parque de la misma ciudad. La policía la arrestó y llevó a la cárcel. Allí la golpearon brutalmente hasta que se cansaron.
El 4 de Febrero del pasado año, mientras comía con su esposo en un restaurante, fue arrestada por tercera vez. Sin proceso legal los encerraron junto a prisioneros sentenciados a muerte.

No hay cambio en el tono de su relato cuando Cuying Zhang evoca sus momentos más aciagos: "No me permitieron dormir por cinco días. La policía me forzó a mantenerme de pie, descalza, en el piso de cemento congelado. Siguieron interrogándome con la intención de hacerme renunciar a mi ciudadanía australiana, para que así me pudieran torturar como ellos quisieran".

Un mes después, ya en libertad, cuando llegó a las aduanas del aeropuerto de Beijin, los oficiales de seguridad revisaron su maleta y encontraron una carta que Cuiying Zhang había escrito al presidente de Jiang Zemin y al primer ministro Zhu Rongji: "Antes de poder explicarles nada, los oficiales me abofetearon en la cara, tan fuertemente que por unos días no pude oír. Luego fui encarcelada por otros ocho meses sin ningún proceso legal".

Apenas deseamos  perforar en el dolor, pero el relato avanzaba sólo, sin siquiera empujarlo. Con gran fuerza interna esta artista, duramente represaliada, nos facilita todo tipo de detalles acerca del horror padecido: "Me golpearon y me patearon en el suelo. Mi cuerpo se cubrió de magulladuras y fue tan doloroso que no podía  dormir. Para torturarme en invierno, me echaron agua helada. También me encadenaron de muñecas y después con cadenas pesadas. En esas condiciones todavía me obligaban a trabajar durante más de diez horas diarias".

Como Cuying Zhang no abdicaba de su voluntad de practicar Falun Gong, la policía la encerró en el sector de hombres. En un habitáculo oscuro y húmedo paso ocho meses de su vida. Allí le salieron hurticarias y dolores por todo el cuerpo. Las cartas que escribía al consulado australiano, así como a las Naciones Unidas eran confiscadas.

Pero los carceleros debían de desconocer el género de mujer de acero que tenían a su recaudo: "La policía me quitó mi bolígrafo y aumentaron las torturas. Ante la imposibilidad de expresarme, utilicé una pasta de dientes para escribir un poema en mi camiseta". Después de ver su poema la atacaron brutalmente y violentamente la desnudaron frente a la cámara de vigilancia. Ese vídeo interno era visto por todos los guardias.

Merced a las presiones del Gobierno australiano, así como de sociedades internacionales y mucha gente de buen corazón, fue finalmente liberada en Noviembre del 2000: "Todas mis pertenencias, incluyendo mi dinero, fueron confiscadas por la policía china". Una vez en Sidney no tenía siquiera unas monedas para telefonear a su marido.

Todo el triste testimonio de Cuiyng Zang desemboca en una ineludible reclamo solidario: "Al día de hoy, hay decenas de miles personas destruidas, separadas, arruinadas, tan sólo porque no accedieron a renunciar a algo que para ellos les era tan beneficioso como la práctica del Falun Gong".

En su relato hay una última mención de su hija Bella que ya cuenta con 14 años. La observa más triste, cohibida y callada. Tiene también pesadillas a menudo. Su madre desea un futuro mejor para ella y las nuevas generaciones. Por ello Cuiying Zhang finaliza su testimonio con un llamado a la sociedad española para que colabore en el alto a esta persecución, para que ayude a acabar con tanta pesadilla. Tan sólo desean retornar a los parques de China, extender las esterillas, respirar hondo y mover sus brazos en sutiles movimientos que les insuflen nueva  vida.

Feroz persecución de Falun Gong en China

Miles de practicantes  continúan arrestados en China, simplemente porque han pedido realizar sus ejercicios en paz. Ni siquiera un seguidor de esta disciplina ha respondido con violencia ante el ataque físico de los policías. A pesar de que son continuamente golpeados y torturados reaccionan siempre con una actitud no-violenta, que en ocasiones llega conmover a sus propios represores. Tal como afirman sus portavoces: "Esta clase de conducta ante el despropósito y la injusticias que se exhibe a gran escala, habla al mundo de la naturaleza fundamental de paz y compasión de Falun Gong".

Hasta el año 1999 practicaron el Falun Gong en China sin ningún tipo de impedimentos. Entonces, a raíz de un censo que realizaron las autoridades, se dieron cuenta de la enorme implantación de esta disciplina en amplias capas de la población. Los mandatarios chinos constataron que el número de practicantes, cerca de los cien millones, era superior al de los miembros del partido comunista, que apenas alcanzaban los sesenta millones. Fue entonces cuando se desató la represión.

El gobierno de Jiang Zemin no acepta los principios universales de Falun Gong alegando que no guarda coherencia con la ideología comunista. Las autoridades chinas sienten que este amplio movimiento constituye una amenaza, pues merma su poder aleccionador y de control sobre la población.

Los practicantes han apelado ante el gobierno por medios legales sin ningún tipo de respuesta. Al día de hoy más de 50.000 personas han sido arrestadas, más de 280 han muerto a causa de las torturas. Alrededor de 10.000 practicantes han sido enviados a campos de trabajo forzado y unos 800 han sido encerrados en hospitales psiquiátricos, con la excusa de padecer graves trastornos mentales. Millones de personas están siendo privadas de sus derechos constitucionales. Cada día libros y cintas de este movimiento son confiscadas, destruidas e incineradas. En su lucha por la libertad y el ceje de la represión, el movimiento, Falun Gong ha recabado apoyo de Amnistía Internacional, de las principales organizaciones en pro de los derechos humanos, así como de diversas comisiones en el seno de las Naciones Unidas.

El drama de la familia Chen

La vida familiar puede voltear en China de un día para otro, si a sus miembros se les ocurre la "descabellada idea" de comenzar a ejercitar Falun Gong. La familia Chen es un ejemplo de como las autoridades chinas se ceban en los padres e hijos practicantes y como tratan de sumirlos en la desesperación.

Rutan Chen, padre de familia, era un ciudadano feliz hasta que llegó el fatídico año 1999. El, al igual que su mujer, Ninganang Chen, eran miembros de la Orquesta Filarmónica Central. Durante cocho años llegó a ejercer el cargo de director de la misma. En el año 1995 comenzaron a practicar Falun Gong y sus problemas de salud desaparecieron. Así describe Rutan Chen aquellos tiempos. "Nosotros teníamos paz en nuestros corazones y gozábamos de una vida plenamente satisfactoria. ¿Qué más podíamos desear? Disfrutábamos del éxito de nuestra carrera, de buena salud y de alegría en el seno de la familia".

Comenzó la feroz represión y sus días cambiaron radicalmente. Ambos fueron arrestados y su hijo llevado al campo de trabajos forzados de "Tuanhe". Finalmente fueron liberados y fijaron su residencia en los EEUU. Su hijo Gan Chende de 29 años permanece internado y les consta que ha padecido torturas. Una de ellas consiste en impedirle que duerma por un espacio superior a diez días. Ha tenido que sufrir toda clase golpes y vejaciones por la simple razón de negarse a abdicar de sus creencias. Antes del arresto su hijo trabajaba como gerente en una empresa de Beijing.

Durante todo este tiempo de reclusión, la comunicación con él ha sido dificilísima. A menudo la visita mensual era negada y en el mejor de los casos, la conversación vigilada. Ha perdido 20 kilos de peso y sus padres se manifiestan preocupados por su salud. El tiempo de reclusión se acaba de ampliar por seis meses más. Rutan y Ninganang Chen temen por la suerte de su hijo, a la vista de tantos "suicidios" que han acontecido en las cárceles chinas entre miembros de FalunGong: "Le extrañamos mucho y queremos verle libre lo más pronto posible. Esperamos fervientemente que él vuelva a nuestro hogar. Tenemos la esperanza de que toda la gente de buen corazón en el mundo ayude a rescatar a nuestro hijo, al igual que a miles de practicantes inocentes de Falun Gong en China".

La historia está detrás de Cuiying Zhan, de la familia Chen, de las quince mujeres, también practicantes, recientemente muertas en el campo de Wanjia... Las autoridades chinas desconocen que las causas nobles, cuando además son pacíficas, acaban siempre triunfando. Los mandatarios comunistas no saben que, más pronto que tarde, los parques chinos se verán de nuevo inundados de practicantes del Falun Dafa, que manos, brazos y piernas volverán a moverse a un compás universal que ellos jamás debieron de interrumpir. Cuando el césped de las ciudades chinas cobre nueva vida, ellos, los grises funcionarios que trataron de detener el flujo del "ki" en los cuerpos, a la vez que paralizar el movimiento de la historia, serán poco más que un triste y ya lejano recuerdo.

 
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