¿Quién árbol, quién humano? ¿Quién con ramas, quien con brazos? ¿Quién con yemas de tiernas hojas, quién con brotes de inacallable esperanza? VolvÃamos al tiempo en que éramos todos uno, con raÃces en la tierra, con brazos en el Cielo. VolvÃamos al tiempo sin tiempo en que todo estaba dentro de un cÃrculo siempre fecundo, volvÃamos a la eterna primavera, a la verdeante hermandad que nunca deshoja.
¿Cuándo acordamos esa cita en medio del hayedo milenario? ¿Cuando ensayamos por primera vez la sinfonÃa sagrada en medio de la exuberante, de la infinita hojarasca? ¿Seres de carne o madera? ¡Que importa tan nimio detalle, si éramos un mismo canto de gozo, de inmenso agradecimiento, de gloria al Cielo por haber dispuesto esos instantes de tan profunda Unión, por haber avivado de nuevo el cÃrculo de hermanos de savia, de sangre, de luz…!
Canto en los labios y arrobamiento en el alma; cientos de hermanos dispuestos a rescribir el futuro, a inundar la tierra de ese manto de flores y hojarasca, de plegaria y canto, de sonrisa y gozo…, de esa nube de copal y nuevo aliento.
Alguien alcanzó a contar el tiempo. Debieron ser casi tres horas en suprema solemnidad, en profunda interiorización. Volveremos, mientras que el Cielo nos de fuerzas, a la montaña sagrada de Aralar, a todas las montañas donde se anuncie ya el tiempo fuera de este tiempo, a todas las cumbres donde desborde ya el anhelo de levantar para siempre una nueva civilización de genuino Amor, de auténtica Fraternidad. La misión de servicio continúa. Siempre unidos en el Trabajo Uno. |
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