Lakabe siempre refugio de utopÃas. Vistió sus mejores galas y no se guardó ningún secreto con tal de servir a quienes se ponen en camino. HabÃa mucha juventud y toda su esperanza y creatividad hicieron florecer los cÃrculos ya bajo el gran domo, ya los celebrados a mayor resguardo del implacable Padre sol en el interior de la casa común. Grandes y redondas flores hacÃan las veces de improvisados micrófonos. El humor bañó todos los dÃas, ubicando los sueños más al alcance de la mano, dando vital constancia de que el activismo permacultor comienza con la sonrisa en los labios. Lakabe y sus tres generaciones ya sólidamente ancladas como prueba de que el empeño no es devaneo. La pandemia y sus temores se quedaron en las faldas del Elke, porque sabÃan que, allá arriba en la caldeada montaña sólo se cocÃa futuro y coraje a fuego lento. A la utopÃa no le faltan soñadores, pero adolece de conocedores de sus entresijos. ¿Cómo pedirle a la bellota que también se deje hornear, que también devenga crujiente pan? ¿Cómo envolver la semilla de la esperanza para arrojarla desde el dron altivo? ¿Cómo construir la casa de forma que economicemos visitas al bosque en busca de combustible? ¿Cómo aprovechar los frutos silvestres del espacio propio de forma que la lista de la compra se acorte? ¿Cómo convertir en nueva y pujante vida nuestros propios residuos? ¿Cómo compatibilizar cultivos de forma que unos y otros se ayuden? ¿Cómo pedirle a la tierra que nos regale más agua, a la vida más sano y sencillo confort para disfrutarlo todos juntos…? Nos enseñaron tan poco de la utopÃa en las escuelas, por eso hemos de redibujar las pizarras, por eso los/as de “Pemacultura ibera†tocaron la campana desde la atalaya de Lakabe, por eso la habÃan tocado también desde la Longuera, Garaldea, Mas Franch, Amalurra y Artea. Por eso volvimos a la escuela de la utopÃa, volveremos todas las veces que haga falta, máxime si a la noche en medio de la era suena una guitarra que nos invita a danzar y a unirnos todos y todas en un mismo corazón. El mercado esconde ya en las cajas los frutos y perfumes regalados por la Madre Tierra a sus amantes. Desde el bar abierto al cielo saludan las estrellas que empiezan a despuntar en el inmenso lienzo negro. En la panaderÃa cuecen los bollos cargados de pasas para el ya próximo desayuno. En las esquinas de la explanada se comparten las vivencias de un dÃa cargado de aprendizaje y en el centro de esa privilegiada terraza natural dos cÃrculos de hombres y mujeres cantan con el corazón, bailan conmovidos/as y piden que llegue un dÃa la paz y la hermandad a todas las eras, a todos los rincones de la tierra. Las montañas lejanas, apenas dibujadas en la oscuridad, son silente testigo del decidido empeño de construir ya en las laderas rocosas, ya en los fértiles valles, un mundo definitivamente nuevo. |
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