En medio de tal alarde de hondura, distinguimos a Neruda. Le habĂan llamado por la urgencia del 11M. Retornaba junto al Hernández de “las tristes guerras y la empresa de amor”, junto al Machado de “los crepĂşsculos gloriosos”, junto al BĂ©cquer de “las alas de tul del sueño”… Al verlos sentimos que la esperanza habĂa triunfado en Atocha. En medio de los peluches de todos los bosques, de las velas de todos los colores, en medio de los santos de todos los altares, clama el inmortal chileno: “Si muero sobrevĂveme con tanta fuerza pura que despiertes la cĂłlera del pálido y del frĂo. De sur a sur levanta tus ojos indelebles. De sol a sol que suene tu boca de guitarra… y si te veo triste, me morirĂ© otra vez”.
Unas vallas amarillas acotan el espacio sagrado, sagrado porque se camina despacio y desborda poesĂa, sagrado porque lo han conquistado oraciones de muchos credos, idiomas de muchas naciones; sagrado porque allĂ todo vuelca para adentro, sagrado ante todo, porque en ese espacio renace con fuerza el sueño unidad humana.
Abramos las vallas amarillas de Atocha. Desacotemos ese elevado espĂritu de universal fraternidad. Impregne la esperanza y la poesĂa todo el asfalto, cale toda la vida… Unamos las banderas, las religiones, los peluches, los equipos de fĂştbol, los poemas, los sentimientos de adentro…, sin necesidad de otro estruendo, ni de que los trenes salten por los aires, ni de que nuestros soldados vuelen a vedados desiertos, ni de que la muerte llame al portĂłn de nuestras ciudades…
Atocha matĂł la muerte. El “pálido y el frĂo estaban de cĂłlera” pues entre los labios mordidos, entre centenares de llamas y corazones aunados, entre la apretujada muchedumbre de peluches, santos, Jesuses y MarĂas, brota sin cesar grandiosa esperanza, desbordante fe, colosal compasiĂłn. No nos coja tristes Neruda, no nos sorprenda desalentados, divididos…, no se nos vaya a morir de nuevo… |
|
|
|