Mientas haya estudiantes obsequiando flores a la policÃa, habrá esperanza en el mundo. Seducido por tantos perfumes nuevos, el agente cobra por fin rostro humano y sonrÃe. Si en vez de flores, hubieran llovido piedras, la plaza blanca y naranja se hubiera teñido de rojo y la revolución de las libertades en Kiev y las demás ciudades de Ucrania serÃa un recuerdo. Nada puede con las flores unidas a justos derechos, a elevados valores, nadie contra una comunidad firme y comprometida, determinada a avanzar sin violencia. Putin sabe como castigar a naciones enteras cuando un puñado de guerrilleros hostigan a sus tropas, pero poco puede con la fuerza de un pueblo desarmado que en el centro de la capital instala sus tiendas sobre la nieve, se acuesta en el duro cemento y se levanta cantando y soplando globos a los cuatro vientos. Sus misiles fueron preparados para demoler ciudades, no para pinchar globos. En los siniestros manuales de sus agentes no hay instrucciones contra las estudiantes de bufanda naranja y flor en mano, rodeadas por multitud de cámaras occidentales. La era digital frena las brutalidades que ayer podÃan quedar inmunes. Moscú ya no puede pasear por donde se le antoja los tanques de antaño. Los guerrilleros de todos los bandos, los violentos de todos los calibres y colores, los estadistas de bazoca y moderna cruzada, debieran posar su mirada en la plaza central de Kiev, allà donde la historia se mueve a pasos agigantados y no median tiros, ni sangre; debieran contagiarse de la fuerza inconmensurable de la flor y la sonrisa; debieran empaparse del espÃritu invencible de la no violencia activa. Apenas sabÃamos de Ucrania, pero ahora nos consta que es un pueblo noble y valiente, que allá con termómetro bajo cero, entre Oriente y Occidente, entre el blanco y el naranja se bate por la libertad. El pueblo ucraniano ha tomado conciencia del poder de sus flores, de sus globos, de sus almas por fin unidas. De seguro restituirán la democracia, sólo les restará hacer buen uso de ella. |
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