¿A quién se le ocurre reÃrse en la VÃa Dolorosa de Jersusalem de las espinas del Nazareno? No hay quita y pon, menos ante las cámaras. La corona de milenaria angustia ha de permanecer bien clavada. La agonÃa no ha terminado. Nadie se levante, permanezcamos arrodillados ante el madero. Por encima de todo, mantengámosle en la cruz. Dos mil años no bastan. No queremos al Jesús de Serrat, al que anduvo en la mar, al que dormÃa bajo estrellas, al que se dejaba acariciar por la ternura pura de Magdalena, al que hinchaba almas y corazones, al que resucitaba a vivos y muertos… No queremos al que vino a inundar la tierra de amor fraterno y alegrÃa, de humor y de esperanza…; queremos al del calvario, queremos que siga goteando sangre, que sus espinas sigan arañando, que ese dolor nos siga inundando… No queremos al Jesús de templarios, cátaros y otras fraternidades que cometieron el sacrilegio de quitarle los clavos y apearle del madero; que culminaron la irreverencia de ascenderlo a los Cielos, donde no hay coronas de espinas, ni romanos de entonces o ahora, ni sanedrines antiguos o modernos… No queremos al Jesús liberado del sufrimiento, pues exigirÃa liberarnos nosotros también de éste. SupondrÃa sonreÃr al infinito don de la vida, excelsa, compartida, sublimada en el espÃritu…y nosotros estamos a gusto asÃ, cabizbajos, colmados de clavos, clavados ante el madero. Nadie quite una espina, nadie se mofe de la corona, nadie nos empuje fuera de este valle de lágrimas, pues han inventado otro Jesús, con corona de gloria, que rÃe, canta y danza sin tregua, que reina en otro valle más alto, infinitamente bello, donde no hay penas, donde todo es servicio al prójimo, donde volvemos a vivir en paz y gozo como hermanos. |
|
|
|