En el metro he comprendido que todos los humanos de los más distintos colores y razas, de las más variadas clases y pareceres, viajamos en un mismo vagón hacia semejantes destinos. En el metro aprendà que bajo tierra, el "móvil" calla, pero en la lÃnea más subterránea, en esa que se bajan las mil y un escaleras, no se interrumpÃa la comunicación con los de Arriba. No se cómo se las apañan. Marqué desde bien abajo y también ahà contestaron. En el túnel más largo supe que CompañÃa ofrece, en verdad, servicio gratuito y cobertura universal. En el metro saboreé libros que por falta de tiempo tuve que aparcar. Leà también el libro apasionante de los mil y un rostros. Los examiné con respeto. En las arrugas leà los desafÃos de la vida encarados, en las sonrisas leà los vencidos, en el gesto cabizbajo los postergados. En el metro gocé la soledad del vagón vacÃo a media noche. Entre los empujones y pisotones disfruté del mogollón a la hora punta. Supe cuántos deseamos aquà y ahora, bajo tierra y sobre la Tierra crecer y algún dÃa "graduar". Cuando nos lanzamos a la carrera a por la escalera mecánica, aprovecho a pedir por todos ellos, por su jornada recién inaugurada, por su misión en ese dÃa, por su compromiso de por vida. En el metro he visto la humanidad enlatada, con sus gestos sencillos, amables, incluso heroicos, pero también con sus escenas de mejor mirar hacia otro lado. Al igual que en la vida misma, he tropezado en medio de la marabunta, me he equivocado de destino, me he pasado de estación y he aprendido la necesidad de la atención, de no clavar la mirada en la chica con medias de cristal. Aprendo mucho en el metro, nunca hay un trayecto largo, nunca ratos muertos. Las enseñanzas me asaltan cada vez que se abre una puerta y entra una turba de gente, la alegrÃa me abriga cada vez que suena, en medio del ruido de los raÃles, un acordeón, la vida me abraza cada vez que en sus pasadizos me sorprende un soplo de aire sin recalentar. Volveré al campo tras trasiego por el asfalto, tras culminación de retos que sólo se pueden encarar en su agitado escenario. Retornaré hacia el Norte algún dÃa: paz, amigos, chimenea…, junto al rÃo tenemos un altar. Cuando remonte de nuevo la sierra callada, cuando avance entre el hayedo de hermanos silenciosos, quietos, erguidos, recordaré, seguro con nostalgia, aquel otro bosque subterráneo de Madrid, aquél otro bosque en movimiento en el que he aprendido tanto. Madrid 13 de Febrero de 2001 |
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